Ludosofía: el juego del pensamiento

Mauricio Lecón

Miscelánea
El prestigio de la Filosofía, en mayúsculas, ha radicado siempre en que su objetivo es el conocimiento de la verdad. Mauricio Lecón, sin embargo, nos propone mirarla desde la perspectiva de un juego fundamental del conocimiento que, como todo juego, sigue reglas específicas cuya función radica en el goce puro de pensar las profundidades de lo real. Entre los libros de Lecón recomendamos Acción, praxis y ley.

En una ocasión, el legendario entrenador del Liverpool, Bill Shankly, dijo: “Algunas personas creen que el fútbol es una cuestión de vida o muerte. Les aseguro que es mucho más que eso.” Esta exageración casi cómica refleja cómo los fanáticos pueden elevar un juego a una importancia extrema. Confieso que algo parecido siento al leer las grandes descripciones de la Filosofía como “la cima del pensamiento”, “un modo de vida dedicado a la verdad” o “el camino de la virtud”. Aunque estos elogios reflejan su nobleza, también tienden a revestirla de una solemnidad que puede ocultar su lado más humano y natural. Paradójicamente, creo que la mejor forma de entender la Filosofía es verla justamente como un juego, al igual que el fútbol.

Esto no implica que filosofar sea divertido, sino que la Filosofía comparte muchas características formales propias de los juegos. Aún más, las motivaciones internas que conducen a una persona a filosofar son similares a las que nos mueven a participar en cualquier actividad lúdica. De ahí que pensar la Filosofía como un juego no es un simple recurso retórico ni una manera de subestimar su importancia o seriedad. Si concebimos la Filosofía bajo esta categoría podemos advertir mejor el placer y la motivación de quienes la estudian, al mismo tiempo que nos permite advertir estructuras fundamentales que quedan ocultas bajo sus caracterizaciones más graves.

No es una ocurrencia personal describir la Filosofía de esta manera. A principios del siglo pasado, Johan Huizinga sugirió algo parecido en su obra clásica Homo Ludens (1938), en donde argumenta que el juego no es una mera actividad recreativa, sino una característica esencial de la cultura humana. El juego se fundamenta en la capacidad de los seres humanos para crear espacios artificiales que se superponen a la realidad cotidiana. En estos “círculos mágicos”, como los llama Huizinga, las acciones humanas se resignifican, ya que al entrar en ellos adquirimos nuevas motivaciones de las que prescindimos cuando salimos del círculo. Los universos simbólicos que inaugura el juego se construyen con las reglas y valores vinculantes que el juego establece para los jugadores. Cuando se transgreden se desmoronan. Por esta razón, tanto el tramposo como el apático son aguafiestas cuya insolencia o pesadez rompe el hechizo y pone de nuevo en marcha la vida real. Cuando corremos un maratón o jugamos a las escondidas, los actos de correr o esconderse adquieren una connotación distinta; no solo se realizan para un fin artificialmente propuesto, sino que se ejecutan bajo restricciones específicas (por ejemplo, “hacia dónde correr o en cuánto tiempo esconderse”) que las abstraen de su desarrollo y realización habitual.

C. Thi Nguyen, en Games: Agency as Art (2020), sostiene que los juegos configuran una forma alternativa de agencia, ya que proponen fines objetivos y determinan los medios para alcanzarlos (es decir, las capacidades y recursos de los que los jugadores disponen). Los juegos no sólo crean universos imaginarios donde podemos adoptar un rol, sino que nos permiten ejercitar una racionalidad práctica particular para navegar en ese mundo simbólico. En esa medida, los juegos son una especie de simulacros en los que ensayamos y experimentamos nuevas formas de comportamiento. De ahí que los juegos faciliten el desarrollo de sistemas de valores, estructuras y narrativas que modelan la civilización, pero que difícilmente la cotidianidad hubiera inspirado. En el fondo, toda actividad humana organizada posee la estructura de un juego; incluidas las manifestaciones culturales más importantes de la humanidad: el arte, el derecho, la religión, la educación, la economía y, por supuesto, la filosofía.

En el caso de la Filosofía, sus rasgos lúdicos son evidentes. Filosofar es una actividad libre y voluntaria, imposible de imponerse. De la misma forma en que alguien a quien se le obliga a jugar ajedrez sólo realiza una serie de movimientos mecánicos sin asumir las motivaciones del juego, así también nadie puede filosofar a regañadientes más que haciendo una pobre simulación de ello. Por eso, Bernard Suits, en The Grasshopper: Games, Life, and Utopia (1978), define el juego como “el intento voluntario de superar obstáculos innecesarios”. Lo que sugiere Suits es que para jugar es indispensable adoptar libremente los desafíos propuestos en el círculo mágico. El núcleo de un juego son su sistema de puntos u objetivo y sus restricciones. Para jugar fútbol, debe desearse la restricción de introducir el balón en la meta sin usar las manos; de otro modo, tan sólo perseguimos y golpeamos una pelota. Así, también, el pensamiento filosófico se define por el compromiso de reflexionar, según ciertas reglas, acerca de las causas de los fenómenos o de nuestro propio pensamiento. En Filosofía, el fin de comprender los principios de algo depende de los condicionamientos lógicos y epistemológicos que aceptamos para elaborar una opinión relevante, coherente y fundamentada al respecto. Es lo que hace de la Filosofía una actividad racional ardua y distinta de otras formas de pensamiento, como la ciencia, la literatura o la mística. Por eso, obras como La Ilíada, El origen de las especies o el Popol Vuh, aunque son textos de interés filosófico, no son Filosofía, sino expresiones culturales que pertenecen a otro tipo de “juegos intelectuales”, cada uno con sus propios principios, fines y desafíos formales.

Las reglas que definen la Filosofía la sitúan fuera del orden común o natural de las cosas. Signo de ello es que la especulación filosófica se desarrolla dentro de sus propios límites de tiempo y espacio. En tanto actividad lúdica, la reflexión filosófica comienza y termina en un momento determinado. Nadie vive filosofando o, como a veces ironiza el filósofo Marcelo Boeri, no podemos disfrazarnos de inteligentes las 24 horas del día. Asimismo, tampoco se filosofa en cualquier lugar. El juego de la Filosofía necesita de un espacio consagrado para su práctica, sea una biblioteca, un aula, un parque, un café o un baño. En todos los casos, el cultivo de la Filosofía ocurre en ciertos espacios físicos que nos facilitan “activar” un modo de pensar. En este sentido, puede afirmarse provocativamente que el quehacer filosófico es superfluo; no porque sea irrelevante, sino porque está más allá de las formas y funciones habituales de nuestro pensamiento. La reflexión filosófica no es nuestro modo predeterminado de acceder a la realidad; para filosofar, necesitamos ir más allá de nuestra forma cotidiana de pensar y adoptar temporalmente unas exigencias concretas para intentar comprender la realidad. Aunque la actividad filosófica se ocupa de los objetos ordinarios, no forma parte de la vida ordinaria, sino que se desarrolla en un espacio paralelo. La gran mayoría de las personas se las apaña para vivir sin nunca haber ensayado una reflexión filosófica. Cuando deliberamos acerca de qué cereal comprar o cuando discutimos de política en una francachela, no deliberamos ni razonamos siguiendo las exigencias analíticas de la filosofía ni mucho menos perseguimos los fines de esta disciplina. Lo que hace a la Filosofía relevante para la vida es que nace de las exigencias artificiales que demanda su ejercicio y que posibilitan un conocimiento de las cosas (y de nosotros mismos) distinto al que alcanzamos mediante otras actividades. Así, la Filosofía no es un adorno de la vida, sino una forma de amplificarla.

Finalmente, la estructura lúdica de la Filosofía pone de manifiesto una distinción clave entre el objetivo de esa disciplina y los propósitos del filósofo. De acuerdo con C. Thi Nguyen, el objetivo de un juego es la meta que se le impone a las personas que lo juegan; por ejemplo, llegar a la cima de una montaña o anotar más goles. Por otro lado, el propósito de un juego es la razón por la que las personas participan en esa actividad, o por la que ingresan —en primer lugar— al círculo mágico. En consecuencia, de acuerdo con Nguyen, podemos distinguir dos modos de jugar (y por ende de jugadores). Por un lado, existe el achievement play que consiste en jugar para cumplir el fin objetivo del juego, como quien elige jugar por la victoria en sí misma, o quien desea la victoria para satisfacer un deseo ulterior. Piénsese, por ejemplo, en el jugador profesional de póker para quien ganar el juego es su única motivación, o en el atleta olímpico que compite por gloria u honor, pero para obtenerlos necesita ganar. En ambos casos, esta forma de jugar que implica cumplir de la mejor manera los fines formales del juego es el principal valor de la actividad. Por otra parte, existe otra manera de jugar —Nguyen la llama striving play—, a saber, cuando los jugadores participan de la actividad lúdica con una motivación distinta, y no subordinada, a alcanzar el objetivo del juego. Por ejemplo, si juego fútbol con mis amigos mi objetivo en el juego es ganar, pero mi propósito es divertirme. Por supuesto, la forma de divertirse es intentar ganar. Pero en realidad no me importa si gano o no; al menos, no me importa de forma duradera. Si bien persigo el objetivo de ganar mientras juego, no es necesario alcanzarlo para cumplir mi finalidad personal. Ganar, en este caso, es accesorio a mi propósito. De hecho, si mi equipo le da una paliza al contrario y yo, ufano, comienzo a humillar a los contrincantes haciéndoles miserable el juego, conseguiré los objetivos del juego, pero probablemente fracase en mi propósito. Lo llamativo de esta segunda manera de jugar es que el motor del jugador no depende del resultado, sino del esfuerzo de intentar conseguirlo.

La Filosofía, en cuanto juego, es una actividad que se practica de este segundo modo. A pesar de que la Filosofía no es una actividad competitiva en la que haya una forma de ganar, sí es una actividad con un objetivo y fin específicos, análogos a los que persigue quien escala una montaña. Al margen de cuál sea el fin de la Filosofía —el conocimiento de los primeros principios y las últimas causas, clarificar el lenguaje o la felicidad, como tradicionalmente se le atribuye— cuando pensamos filosóficamente no lo hacemos para alcanzar el fin. El conocimiento que podemos adquirir, los problemas que podemos resolver, las disposiciones que podemos desarrollar, son secundarias a nuestras motivaciones. Por ello, a diferencia de lo que ocurre en otras actividades intelectuales como la ciencia o los saberes técnicos, la Filosofía es un saber desinteresado. No busca satisfacer ciertas necesidades, sino ejercitarse en el saber. En esta medida, la actividad filosófica supone también una inversión de la manera en que solemos conducirnos en la vida cotidiana; ya que de ordinario perseguimos los medios por el bien de los fines. En cambio, jugamos a pensar filosóficamente por el mero placer de hacerlo, pues quien ensaya esta forma de pensamiento desea enfrentarse a los retos que ello implica y no los resultados a los que conduce. Por eso, Tomás de Aquino advierte en la Suma Teológica que el juego (ludus) y la contemplación de la sabiduría (sapientiae contemplatio) se asemejan porque ambos son deleitables y porque se realizan por sí mismos, no por un propósito externo. Este carácter ocioso convierte a la Filosofía en una parte integral de la vida, pues la constituye como un juego casi sagrado que enriquece nuestra comprensión del mundo y de nosotros mismos.

Así, la Filosofía es la mayor apuesta intelectual que podemos jugar. O, como diría Bill Shankly “aunque las personas crean que la Filosofía es una cuestión de vida o muerte, en realidad es mucho más importante que eso”.

Suscríbete a nuestro newsletter y blog

Si quieres recibir artículos en tu mail, enterarte de nuestros próximos lanzamientos y apoyar nuestra iniciativa, suscríbete a nuestro boletín mensual para que lo recibas en tu correo.
¡Gracias por suscribirte!
Oops! Hubo un error en tu suscripción.