Además de gran poeta, T.S. Eliot fue un crítico penetrante. Sus ensayos sobre algunos de sus poetas tutelares nos permiten acercarnos no sólo a su concepción de la poesía y de su quehacer, sino también a lo que esos poetas han aportado al gran río de la tradición poética. En el presente ensayo, dedicado a Dante, quizá el poeta que más influyó en su poesía, Eliot nos acerca al misterio de la universalidad a partir de la particularidad de una lengua.
Traducción de Julio Hubard1
En la apreciación de la poesía, la experiencia adquirida me ha hecho siempre ver que entre menos supiera del poeta y su trabajo antes de leerlo, mejor. Una cita, un subrayado crítico, un ensayo entusiasta bien pueden ser el accidente que nos dispone a la lectura de algún autor particular. Y, al contrario, una elaborada preparación de conocimientos históricos y biográficos siempre me ha parecido una barrera. No defiendo la pobreza académica; y admito que tal experiencia, llevada a máxima, sería imposible de aplicar en el estudio de los clásicos griegos y latinos. Sin embargo, se puede proceder así con los autores que comparten nuestra misma habla, e incluso con algunos de otras lenguas modernas. Por lo menos, es mejor ser llevado a la academia porque uno disfruta la poesía a suponer que se goza la poesía sólo porque ya se tienen grados académicos. Yo estuve apasionadamente enamorado de cierta poesía francesa mucho antes de poder siquiera traducir correctamente un par de versos. Con Dante, la discrepancia entre el gozo y el entendimiento era aún mayor.
No aconsejo a nadie que posponga el estudio de la gramática italiana hasta haber leído a Dante, aunque ciertamente queda un inmenso cúmulo de conocimiento que, hasta no haber leído su poesía con intenso placer —esto es, un gozo tan agudo como se puede obtener de cualquier poesía—, no resulta deseable en absoluto. Al decir esto estoy evadiendo dos posibles extremos de la crítica. Uno de ellos sería el afirmar que la comprensión de la estructura, la filosofía y los sentidos preestablecidos en los versos de Dante resultan esenciales para poder apreciarlo; el otro extremo sería decir que esos mismos elementos son por completo irrelevantes, que la poesía dada en los poemas es algo susceptible de ser disfrutado en sí mismo, sin necesidad de estudiar la urdimbre sobre la cual el autor produjo su poesía, porque no ayuda en nada al placer del lector. Este último error es muy frecuente —y acaso la causa de que, para muchos, el conocimiento de la Comedia se reduzca al Infierno o incluso, a sólo unos cuantos pasajes del Infierno. El gozo de la Divina Comedia es un proceso continuo. Si no se obtiene desde el principio, probablemente nunca llegue; pero si desde el primer descubrimiento se producen, aquí y allá, algunas descargas directas de intensidad poética, ya nada sino la pereza podría apagar el deseo de un conocimiento cada vez más profundo.
Lo sorprendente en la poesía de Dante es, en un sentido, la facilidad con que se lee. Es una prueba (positiva, pues no veo que toda prueba tenga que ser negativa) de que la poesía genuina puede comunicar desde antes de haber sido comprendida. Esta impresión puede ser verificada con un mayor conocimiento. En Dante, y en algunos otros poetas cuyas lenguas no domino, he encontrado que tales impresiones distan mucho de ser meras presunciones. No han sido resultantes de una lectura equívoca, ni de leer cosas que en realidad no están escritas, ni de fortuitas evocaciones sentimentales de mi propio pasado. La impresión ha sido nueva y, creo, de una “emoción poética” objetiva. Hay razones más detalladas que explicarían esta experiencia de la primera lectura de Dante; y las hay, también, que pudieran explicar por qué digo que es fácil de leer. Con esto no quiero decir que Dante escribiera un italiano muy sencillo, porque no es así; ni que su contenido sea simple o que se exprese con simpleza. Al contrario: la expresión es de una fuerza tan comprimida que dilucidar una terceta se lleva un párrafo entero, y las alusiones, una página de comentario. Lo que tengo claro es que Dante es —en un sentido aún por definir (porque la palabra dice poco en sí misma)— el más universal de los poetas en lenguas modernas. Lo cual no significa que sea “el más grande”, ni el “más amplio” —hay aún más variedad y detalle en Shakespeare. La universalidad de Dante no es asunto meramente personal. La lengua italiana, y en especial la de la época de Dante, había ya ganado mucho al ser el producto directo del latín. Shakespeare o Racine tuvieron que expresarse en lenguas mucho más locales; lo cual no es decir que el inglés o el francés fueran, como vehículos de poesía, inferiores al italiano; aunque sí que el italiano vernáculo del tardío medievo estaba aún muy cercano al latín, en tanto expresión literaria, y esto hizo que hombres como Dante estuvieran entrenados en la lengua de toda la filosofía y los asuntos abstractos. Hoy, el latín medieval es una lengua refinada; en ella se escribieron la prosa y los versos más refinados, además de haber tenido la cualidad de ser una suerte de muy desarrollado esperanto. Cuando leemos filosofía moderna en inglés, francés, alemán o italiano, estamos asidos por diferencias raciales o nacionales, diferencias, en fin, de pensamiento: las lenguas modernas tienden a escindir el pensamiento abstracto (actualmente, sólo las matemáticas son lenguaje universal). El latín medieval, en cambio, tendía a concentrar toda la variedad de pensamientos que producían los hombres de diferentes razas y tierras diferentes. Algo del carácter de este lenguaje universal le fue inherente al habla florentina de Dante y, según creo, la misma localización (“habla florentina”) incide sólo para recalcar tal universalidad, en cuanto ataja nuestra moderna división de las naciones. Creo que, para disfrutar poesía francesa o alemana, es necesario tener cierta simpatía con la mentalidad francesa o alemana. Y Dante, italiano y patriota si los hay, es ante todo un europeo.
Esta diferencia —una de las razones, por cierto, que hacen a Dante fácil de leer— puede ser discutida en manifestaciones más específicas. Su estilo tiene una peculiar lucidez —poética; distinta de la lucidez intelectual. El pensamiento puede ser oscuro, pero la palabra es lúcida, traslúcida incluso. En inglés las palabras tienen una cierta opacidad que es parte de su belleza. No digo que la belleza de la poesía inglesa sea meramente verbal. Antes bien, las palabras se asocian entre ellas, y los grupos de palabras ya asociados tienen, asimismo, nuevas asociaciones —lo cual resulta en una especie de autoconciencia local, que es donde se gesta una civilización particular. Lo mismo puede decirse de las otras lenguas modernas. El italiano de Dante, aunque esencialmente el mismo que el de hoy, no es una lengua moderna en igual sentido. Aquella cultura no pertenecía a ningún país europeo sino a Europa. No pierdo de vista que hay otros grandes poetas de la época prerreformista y prerrenacentista que comparten, con Dante, un lenguaje libre de ambigüedades. Pienso en Chaucer y Villon, principalmente. Sin duda, algo en común tienen los tres —y tanto que supondría que un admirador de alguno de ellos tendría que serlo de los otros dos— y sin duda también, al pasar el Renacimiento, se va dilatando por Europa una creciente opacidad. Sin embargo, aunque sean afines, la lucidez y universalidad de Dante están mucho más allá de las mismas cualidades de Villon o Chaucer. Por otras razones, Dante es “más fácil de leer” para un extranjero que no conoce bien el italiano: la Europa de aquella época —y a ésta se avienen todas las demás razones—, a pesar de tantas disidencias y suciedades, mantenía una mentalidad mucho más unida de lo que hoy podemos concebir. No ha sido el tratado de Versalles lo que más ha separado una nación de otra; el nacionalismo nació mucho antes, y el proceso de desintegración que, para nuestra generación, culmina en aquel tratado, comenzó poco después de la era de Dante. Una razón de la facilidad de Dante es la siguiente —aunque tengo que hacer una digresión.
Debo explicar por qué dije que Dante es “fácil de leer” en lugar de hablar de su “Universalidad” —esta palabra hubiera sido mucho más fácil de emplear. Sin embargo, no quiero que se juzgue que reclamo sobre Dante una universalidad que le niego a Shakespeare, Molière o Sófocles. Dante no es más universal que Shakespeare, aunque creo más factible el acercamiento de un extranjero a la comprensión de Dante que a cualquiera de los otros. Shakespeare, o incluso Sófocles, Racine o Molière trabajaron con un material tan universalmente humano como el dantesco —pero localmente. Y como dije: aquella lengua era muy cercana a la sensibilidad del latín medieval y a los filósofos a quienes Dante leía y eran leídos por la gente culta de su época: por ejemplo, Santo Tomás, que era italiano, y su predecesor, San Alberto Magno, un alemán: Abelardo, francés, o Hugo y Ricardo de San Víctor, escoceses ambos. El medium que servía a Dante, para lo que digo, puede ser comparado; tomemos el comienzo del Infierno:
Nel mezzo del cammin di nostra vita,
mi ritrovai per una selva oscura,
che la diritta via era smarrita.2
Y comparémoslo con las líneas en las que Duncan se introduce al castillo de Macbeth:
Duncan:
This castle hath a pleasant seat; the air
Nimbly and sweetly recommends itself
Unto our gentle senses.
Banquo:
This guest of summer
The temple haunting martlet, does approve
By his loved mansionry that the heaven’s breath
Smells wooingly here: no jutty, frieze,
Buttress, nor coign of vantage, but this bird
Hath made his pendent bed and procreant cradle:
Where they most breed and haunt, I have observed
The air is delicate.3
No pretendo que lleguemos a apreciar, en una línea de Dante, todo lo que un italiano culto podría, pero sostengo que se pierde mucho más al traducir a Shakespeare al italiano, que a Dante al inglés. ¿Cómo podría un extranjero encontrar palabras para verter en su lengua la combinación exacta de lucidez y lejanía que tanto abundan en Shakespeare?
No está en cuestión si la lengua de Dante o de Shakespeare es superior. Sería inadmisible. Sencillamente afirmo que las diferencias entre ambos hacen a Dante más accesible. Sus ventajas no se deben a ninguna superioridad de genio sino al hecho de haber escrito cuando Europa era, casi, una sola unidad. Y de haber sido coetáneos de Dante, Chaucer y Villon hubieran alcanzado una amplitud lingüística y geográfica semejante a la de aquél.
La sencillez de Dante tiene aún otra razón: no sólo pensaba como lo hacían todos sus contemporáneos europeos, sino que, además, se valió de un método comúnmente aceptado entonces. No pretendo, aquí, internarme en las discusiones interpretativas de la alegoría de Dante. Lo que interesa es que el método alegórico era ampliamente conocido en toda Europa, y el hecho, en apariencia paradójico, de que la alegoría trabaja con base en la comprensibilidad y la simpleza. Nos sentimos tentados a ver la alegoría como un tedioso crucigrama y la asociamos con poemas sosos (a lo más, La novela de la rosa) y a ignorarla en los grandes poemas. Y lo que realmente ignoramos, en el caso de Dante, es su particular efecto sobre la lucidez del estilo.
Al leer por primera vez el primer Canto del Infierno, no recomendaría al lector que se preocupara por la identidad del leopardo, el león o la loba. Es mejor empezar ignorando lo que significan. No debe preocuparnos demasiado el sentido de las imágenes sino el procedimiento inverso: el que lleva a un hombre desde la concepción de una idea hasta su expresión en imágenes. Debemos tener en cuenta la clase de mente que, por naturaleza y por práctica, tendía a expresarse en alegorías, y que, para un poeta competente, la alegoría significa imágenes visuales claras; y estas imágenes adquieren mucha más intensidad al tener un sentido. No necesitamos saber de qué sentido se trata, pero sí tener en cuenta que al contemplar la imagen debemos advertir, ahí mismo, un sentido. La alegoría es sólo un método poético, pero ofrece grandes ventajas.
La imaginación de Dante es visual —pero en un sentido distinto a la visualidad de un moderno pintor de bodegones. Dante es visual de la misma manera en que sus contemporáneos aún tenían visiones. Era un hábito psicológico, del cual ya hemos olvidado el truco, pero tan bueno como cualquiera de los nuestros. No tenemos ya nada sino sueños. Hemos olvidado que las visiones —práctica hoy relegada a los aberrantes y a los zafios— alguna vez fueron una especie más interesante, significativa y disciplinada que el sueño. Damos por hecho que nuestros sueños emergen de nuestras partes bajas, y acaso la calidad sufra las consecuencias.
Lo único que pido al lector es que, llegado el punto, si le es posible, se deshaga de todo prejuicio contra la alegoría, y admita que no se trata de un mero recurso para habilitar a los impedidos la escritura de los versos, y acepte que se trata de un hábito conceptual que, cuando se alza hasta el nivel de la genialidad, puede producir un gran poeta o grandes místicos y santos. Y es la alegoría lo que hace posible que un lector nada avezado en italiano, pueda gozar realmente a Dante. El discurso varía, pero nuestros ojos son siempre los mismos. La alegoría no era un recurso sólo de Italia sino un método universal europeo.
El afán de Dante era hacernos ver lo que él vio. Para ello, se valió de un lenguaje muy sencillo y unas cuantas metáforas —sólo unas cuantas, porque alegoría y metáfora no combinan muy bien— además de cierta peculiaridad en sus comparaciones que, de paso, vale la pena notar. En el Canto XV del Infierno hay una comparación, o un símil, ampliamente conocido. Uno de los más alabados por Matthew Arnold y que muestra claramente el modo en que Dante procedía en sus comparaciones. Cuando habla de las turbas infernales que se les unen, a él y a su guía, bajo una luz macilenta, dice:
e si ver noi aguzzevan le ciglia,
come Vecchio sartor fa nella cruna4
El propósito de esta clase de símiles es, tan sólo, hacernos ver definidamente la escena que Dante líneas atrás ha puesto ante nosotros.
She looks like sleep,
As she would catch another Antony
In her strong toil of grace.5
Esta imagen de Shakespeare es mucho más compleja que la de Dante, y aún más complicada de lo que parece. Tiene la forma gramatical del símil (la forma “as if”, i.e., “como si...”) pero, por supuesto, “catch in her toil” (“asir en su afán”) es una metáfora. Como quiera que sea, el símil de Dante está hecho sencillamente para hacernos ver con nitidez la manera en que los condenados miraban; es explicativo, mientras que la figura de Shakespeare es expansiva, más que intensiva, en tanto que busca añadir a lo visto (ya sobre el escenario, ya en la imaginación) un refuerzo a la idea que funde la historia de Cleopatra con la del mundo, y la de aquella fascinación tan grande que prevalecía más allá de la muerte. Shakespeare es más elusivo e inaccesible sin un cercano conocimiento del inglés. No existen comparaciones de “mejor” o “menor” entre hombres que han producido invenciones de estas magnitudes. Sin embargo, la Comedia entera es, si se quiere, una sola, vasta metáfora, y difícilmente se hallará lugar en ella para metáforas parciales.
Hay una razón primordial, sin embargo, para tener que adentrarse por partes en la Comedia, e incluso para tener que lidiar con los momentos que más placer nos han producido, y es que no podemos extraer el sentido cabal de parte alguna sin haber conocido el todo. No podríamos entender la inscripción en la puerta del Infierno:
Giustizia mosse il mio alto Fattore;
fecemi la divina Potestate,
la somma Sapienza e il primo Amore.6
Hasta no haber ascendido al más alto Paraíso, y sólo entonces regresar.