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Caminos hacia la paz
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Dossier

El refugio del perdón: imaginando otros caminos en pos de la justicia

Shekoufeh Mohammadi
Dossier

Shekoufeh Mohammadi Shirmahaleh, doctora en lingüística aplicada, nos entrega, a través de una hermenéutica de las leyendas de su país, Irán, y de los lamentables sucesos que allí suceden bajo la dictadura de la República Islámica, una manera de comprender y vivir el perdón como un camino hacia la justicia. Sólo mediante el perdón es posible poner coto al resentimiento, el odio, y el deseo de venganza que toda violencia suscita. Entre los libros de Mohammadi destacan, Sintiendo la palabra: contextos lingüísticos y literarios del icono metafórico, Estudio icónico del Shahnamé de Ferdousí: una metáfora de la identidad iraní y La leyenda de Sīāvaš: un recorrido mitológico, ritual y literario.  

 


Semillas en arena movediza 


La montaña nace con las primeras piedras 

y el ser humano con el primer dolor. 

En mí había un cruel prisionero 

que no se acostumbraba al sonido de sus cadenas,

yo nací con tu primera mirada. 


Ahmad Shamlú


Las antiguas leyendas iranias están pobladas de monstruos que secan las aguas, roban las semillas de las próximas cosechas, y encierran los vientos para privar de lluvia a la tierra.  Dragones u otros animales temibles que habitan la cima de inalcanzables montañas desde donde extienden su reino de terror a los aldeanos. En ellas aparece siempre un héroe o una heroína, un hombre valiente o una impávida joven, que decide enfrentar al dragón y recuperar la vida que le ha sido arrebatada a la comunidad. Pero en este enfrentamiento suceden cosas fuera de la esperada estructura épica de otras leyendas: la misión se cumple sin que el monstruo sea asesinado. 

Cuentan, por ejemplo, que cuando la joven Parvana alcanzó las faldas de la montaña donde moraba un terrorífico elefante que había dejado sin alimento a pueblos enteros, lo llamó. Le explicó el daño que causaba y le pidió que devolviera las semillas que había robado. El elefante, de ojos de fuego, bramó de ira y se lanzó hacia la joven desde la cima: quería destruirla como a los otros héroes que antes habían intentado recuperar aquel tesoro vital. Parvana no se movió de lugar: alzó la voz y mientras el monstruo descendía le narró con gritos desgarrados la muerte por hambre de su familia. Lo contó una y otra vez con una voz rota que no acusaba, una voz erguida valientemente sobre dolorosas ruinas. Cuando el monstruo por fin la alcanzó, Parvana cerró los ojos. De manera repentina el rugido de las pisadas cesó y el fuego de la mirada del elefante se transformó en llanto. La niña volvió con las semillas a su aldea y el monstruo dejó de serlo. 

¿Acaso puede el perdón ser más elocuente que la venganza? Hace siglos que torturar y matar a los perpetradores de tortura y muerte se consideraba un logro irrefutable de las revoluciones, como si la justicia tuviera que vestirse irremediablemente de violencia. La insurrección popular iraní de 1979 no fue una excepción y hoy, tras 40 años de dictadura bajo la República Islámica, se tejen a escondidas las urdimbres de nuevos látigos y sogas de horca en los telares de la rabia, la indignación y el odio de una nación afligida y brutalmente reprimida. No me son ajenas las violencias de Estado y conozco de cerca los vestigios de la tortura, pero me pregunto qué distinguirá a la víctima del victimario una vez que las relaciones de poder se hayan invertido. Me pregunto si, a semejanza de la anciana que enseñó a Parvana que el camino hacia la justicia heterónoma pasa por domar al monstruo mediante un relato surgido del perdón, encontraremos esa sabiduría. Y digo heterónoma, porque la justicia de la que habla la leyenda de Parvana apela al deseo de justicia del otro que se ha posicionado como verdugo. Se trata de una justicia generosa, incluyente, que bebe del inagotable manantial de la fe en la bondad. No es ingenua: mira de frente los ojos del tirano, descubriendo, detrás de su mirada de fuego, la posibilidad de una lágrima de arrepentimiento capaz de apagar el furor que lo ha cegado y le impide ver  la humanidad de las personas a las que ha oprimido. Quizá, al disiparse el humo, salga a relucir también la vulnerabilidad propia.  


El aire de la tierra de la Amada


Soy ave del jardín del cielo, no de este mundo terrestre;

mi cuerpo es mi jaula por unos pocos días 


Rumi


En los campos de refugiados de Tinduf, entre heridas abiertas, crece una espera activa. La tangible imagen de los territorios ahora ocupados fluye en la memoria de cuatro generaciones: los que nacieron en el Sáhara libre la recuerdan y los que vieron la luz en los campos de refugiados, la imaginan. En los territorios liberados es otro el aire que se respira y los paisajes de talhas y piedras azuladas, que suenan como conchas bajo los neumáticos, trazan el mar, la vegetación y la vida atrapados al otro lado del muro. Los saharauis ven en estos paisajes el advenimiento de su regreso a la tierra amada y un profundo júbilo los envuelve cada vez que respiran esta otra brisa. 

Esa espera dinámica es el reflejo de otra más larga, la que les ha pedido Alá con palabras de las que su querido Mahoma es mensajero. El sagrado mensaje les hace entender que la injusticia que sufren en este mundo transitorio es una prueba de fe. Creyentes en la justicia de Dios, los saharauis albergan en la mente la promesa divina de que se hará justicia, si no en este mundo, en el otro. Mientras tanto, su responsabilidad es seguir luchando. Una lucha insistente y paciente al mismo tiempo. Insistente hasta tomar de nuevo las armas, si es necesario. Paciente para no desesperar. 

Al igual que la justicia de Alá, tantas veces manifestada en el Corán y gozada por muchos pueblos de fieles desde tiempos inmemoriales, promete la victoria de una lucha justa que se dará en el lapso de esta vida y en el mundo terrestre de acacias guardianes de pactos o se alcanzará en el otro mundo, a la sombra de los árboles celestes, los territorios liberados prometen el territorio por liberar.  


Sala de espejos


Tu frente es un alto espejo,

alto y luminoso,

donde se miran las siete hermanas 

en busca de su belleza.

 

Ahmad Shamlú


Los abuelos albergan en su memoria el relato de los tiempos oscuros del reinado de un ser mortífero que recibía el nombre de dragón carcajadas, porque cada vez que salía a cazar, es decir, a destruir aldeas y aniquilar personas y ganado, lanzaba una terrorífica risa que al reverberar en las rocas hacía temblar a todos, anunciando la desgracia que se aproximaba. En él la risa se despojaba de la alegría para volverse sombría amenaza. Cuentan también que un día, un joven guerrero llamado Kavús decidió poner fin al asedio. Viajó a una tierra utópica repleta de luminosa magia y trajo de vuelta un enorme espejo. Subió con él hasta la cima donde habitaba el dragón y lo colocó frente a la alta torre donde dormía. A la mañana siguiente, cuando el dragón salió a realizar su rutina de muerte, se vio reflejado en él y rió tanto que enloqueció. Poco después, la locura lo condujo a la muerte y con ella liberó de su tiranía al mundo. 

Me pregunto qué vio el dragón en el espejo traído de tierras utópicas. En los mitos iranios, los espejos están relacionados con Mehr, la deidad de la luz solar, que al mismo tiempo que es símbolo del amor a la verdad y la justicia, es su guardiana. Así, cada espejo de nuestro mundo es memoria del sagrado compromiso con la justicia que garantiza la vida sobre la tierra. Verse en un espejo es entonces colocarse frente a una amorosa balanza que mide la distancia que hay entre lo que nos hemos convertido y lo que debe ser nuestro verdadero papel en el mundo: embellecer lo vivo mediante lo justo. Al ser Mehr representación del amor, el espejo que refleja su esencia no nos acusa ni nos hiere con invisibles espadas, como acostumbran hacerlo otras deidades guerreras, sino que devela lo más profundo de cada existencia en relación con el estado ideal amoroso que es nuestra razón de ser como humanos. 

¿Qué sentiríamos si nos miráramos en un espejo con los ojos del monstruo? ¿De qué manera enfrentaríamos la hondura de nuestra fealdad, cultivada a lo largo de los años, el hedor de la maldad ejercida, la vergüenza de haber olvidado la belleza y el pesar de haber pisoteado la vida? 

El héroe Kavús tuvo otras opciones para enfrentar al dragón carcajadas. Habría podido, por ejemplo, ya que era un buen arquero, matarlo lanzándole una flecha. Pero se tomó la molestia de viajar lejos, de alejarse de sí mismo y observarlo desde esperanzas utópicas. Así decidió perdonarle la vida y ofrecerle la oportunidad de mirarse y conocerse en un espejo de redención. Tal vez pensó que también los monstruos están dotados de una esencia luminosa, aunque la hayan sepultado bajo ambiciones de poder. Pero el dragón no soportó el peso del perdón y dejó de existir. 

Me pregunto si seremos capaces de sustituir espadas por espejos una vez que hayamos derrotado la dictadura. Si recordaremos que compartimos con los verdugos una fracción de luz. Si, seducidos por el heroico acto de matar al monstruo a golpes de espada, la fragilidad del espejo no resultará inoportuna. Creo, sin embargo, que el espejo, al volverse un instrumento heterónomo que nos refleja por igual a unos y a otros, nos permite, sin derramar sangre, hacer justicia aun cuando no olvidemos las atrocidades de lo que el monstruo ha sido capaz.


El Huésped del corazón


¿Quién es el que escucha a través de mis oídos?

¿Quién me pone en la boca las palabras?

¿Quién es el que mira a través de mis ojos?

¿De cuál alma es vestimenta mi cuerpo?


Rumi


Me decía Mahfud, guerrillero del Frente Polisario, que creer en Dios no es asunto del Estado, sino del corazón. Luego viajamos con él hacia Tifariti, daira saharaui, que forma parte de los territorios liberados. Al reflexionar acerca de cómo puede dividirse el corazón entre el amor y la militancia que exige violencia, recordé que el Dios de los saharauis es a la vez Misericordioso y Vengativo, con mayúsculas. “La recompensa del mal es un mal semejante”, dice el Corán y añade: “Así, pues, quien perdone y corrija el mal será recompensado por Dios. En verdad, Él no ama a los opresores” (42: 40). 

Sin embargo, más adelante, el Corán invita al perdón. Si bien Dios no ama a los opresores, ama, en cambio, a los que poseen la virtud de perdonar: “Perdónales y discúlpales. En verdad, Dios ama a los virtuosos” (5: 13). Ser bendecido por el amor de Dios es la recompensa del perdón, el anhelo más valioso de los creyentes. El perdón es así la renuncia voluntaria al derecho de venganza y un gesto de generosidad que abre el corazón al amor divino. Para que este amor habite el corazón, el creyente debe prepararle un merecido hogar libre de opresiones, entre las que está la venganza que no sólo oprime al otro, también lastima al que lo alberga. Acoger a Dios en uno mismo es un gesto de hospitalidad. Cuando Dios es el huésped del corazón, su justicia desplaza el deseo de venganza y dispone la paz.


Herencias 


Dime tu nombre, dame tus manos,

cuéntame tu palabra, dame tu corazón.

He comprendido tus raíces, 

con tus labios he hablado a todos los labios

y mis manos conocen los tuyos. 


Ahmad Shamlú


En el invierno de 2009, desde su celda de aislamiento, Farzad Kamangar, maestro rural condenado a muerte por su oposición a la dictadura de la República Islámica de Irán, escribió una carta a su carcelero.1 En ella evoca todas las voces de la vida que transcurren en la cercanía de la prisión y que llegan a él como débiles haces de luz: las voces de niños jugando, los ruidos de una fiesta, risas, música. En la oscuridad y estrechez de la celda, torturado y debilitado, reta a su verdugo y le presume la fuerza que siente al recordar los cuentos que otro maestro rural, Samad Behranguí,2 escribió hace varias décadas: “Soy alumno de Samad Behranguí, el que escribió Ulduz y los cuervos y el Pececito negro para todos nosotros, para enseñarnos a ser valientes. ¿Lo conoces? Seguro que no.” Para Farzad, conocer un cuento y haber vivido de él ensanchan el alma y crean una comunidad, la de “todos nosotros” que nos oponemos a la injusticia. La mezquindad del torturador bebe, en cambio, de un vaso sin relatos. De ahí que Kamangar lo invite a narrar: “Cuéntame tu historia. Dime quién te dio esta ira, este odio” y, comparándolo con un tiránico dragón mítico, le pregunta: “¿De quién heredaste estas cadenas? ¿Serán reliquias de los calabozos de Zahak?” Esta pregunta no sólo despliega las dimensiones de la opresión que el verdugo le impuso a Farzad, sino que desafía de nuevo al carcelero con la esperanza de la justicia: tras mil años de tiranía, el temible Zahak fue encadenado en la montaña sagrada hasta el fin de los tiempos, el mundo se liberó de él y la justicia se restableció. Ser heredero de Zahak, es heredar tanto su crueldad como su inevitable destino.  

En las palabras de Farzad se vislumbra la sabiduría de una convivencia milenaria con leyendas míticas. La carta da cuenta de cómo vivimos en el presente la memoria inmemorial de distantes milenios poblados de héroes y villanos, monstruos y liberadores. Si algo nos enseñan es la certidumbre de cambios y mutaciones de héroes en villanos y de monstruos en liberadores, pero lo hacen cobijando la esperanza de que ninguna tiranía es eterna y advirtiéndonos que atentamos periódicamente contra los tiempos de paz y justicia que con mucho esfuerzo hemos construido. Sus palabras muestran que son delebles las fronteras entre la comunidad de los justos y de los injustos y que en esa borrosidad se puede trazar el camino hacia el perdón. Farzad fue ejecutado y todavía seguimos buscando su tumba. No dudo, sin embargo, que jamás habría torturado a su torturador. Gracias al latido de la vida que escuchaba en viejos relatos, había hallado en su corazón la valentía de perdonar a su verdugo, de compadecerlo como un tirano más condenado al olvido y a desaparecer bajo las alegres estrellas risueñas de pueblos liberados. 

La leyenda cuenta que Zahak sigue vivo, preso en la profunda cueva de la montaña más alta del mundo. Me quedo pensando qué sucederá cuando rompa las cadenas, como está prometido que ocurrirá en el momento inmediatamente anterior a la renovación mesiánica del mundo. 


La palabra del porvenir, hoy


El Tiempo es el río, y al mirarlo fijamente, 

ahoga en nosotros al tiempo...


Mahmud Darwish


Los pueblos de raigambre nómada conocen la tierra y el cielo de otra manera. El Sr. Brahim, beduino saharaui que prefiere vivir en un friq en los territorios liberados, decía conocer el desierto como la palma de su mano y le sorprendía que no supiéramos la ubicación y el nombre de las estrellas que durante años lo habían guiado por el territorio. El saharaui que guarda la memoria de su trashumancia, conoce, además, los secretos del tiempo: sabe cuándo caerán lluvias o soplará una tormenta de arena; conoce el tiempo para el nacimiento de las plantas o del emparejamiento de sus animales. Sabe siempre dónde está parado y hacia dónde se dirige. Sabe cuándo es o no tiempo de algo.

Cuando preguntamos a Hawari, militante del Frente Polisario y Agregado Cultural de la Embajada de RASD en México, cuánto tiempo tardarán en desminar todo el territorio una vez que hayan ganado la lucha, nos contestó que las minas más peligrosas y difíciles de neutralizar no eran las que Marruecos había plantado a lo largo del muro, sino las que el conflicto había sembrado en sus corazones. Hablaba del perdón, de quitar del corazón las minas del odio y rencor. 

Me pregunto si esta sorprendente capacidad de los saharauis de pensar en el perdón en tiempos de guerra no deriva de su manera de comprender el tiempo. Cuando una situación de injusticia y violencia concluye pensamos en enjuiciar a los culpables y en realizar trabajos de memoria para recordar a los que fueron oprimidos. En nuestra concepción lineal del tiempo, todo ha de ocurrir en orden. El perdón, quizá, venga mucho después. Pero los nómades viven un presente que es infinitamente pasado y futuro. Así, mirando fluir este río de aguas en constante renovación, aguas que se van y vuelven en ciclos de lluvia y evaporación, los saharauis son capaces de tocar el futuro en el presente y de perdonar desde mucho antes a los que serán los vencidos del porvenir. 

1 Carta número 4. Traducción al inglés de Kamal Soleimaní. Consultado en https://www.academia.edu/42975382/Farzad_Kamangar_s_Prison_Letters. Septiembre de 2020.

2 Samad Behranguí (1939-1967) maestro, folclorista, traductor y escritor, es uno de los cuentacuentos más queridos de Irán. Su obra literaria, dirigida a niños y adolescentes, sigue siendo la más importante incluso para las generaciones de hoy. 

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