Tres preferencias —tres aficiones, las llamó su autor— recorren, arterialmente, la polivalente e inverosímil geografía literaria de Alfonso Reyes. Las tres se manifiestan, sin ahorro alguno de espacio, desde Cuestiones Estéticas, primera “suma” de escarceos críticos, hasta los últimos o penúltimos escritos del polígrafo mexicano.
Tomemos Cuestiones Estéticas. Entre los estudios reunidos en esta obra de mocedad, figuran tres ensayos —“Sobre la estética de Góngora”, “Sobre la simetría en la estética de Goethe” y “Sobre el procedimiento ideológico de Stéphane Mallarmé”— que constituyen, junto con el ensayo sobre “Las tres Electras del teatro ateniense”, lo más valioso e importante del volumen. Son los inicios públicos de las tres o cuatro aficiones principales de Alfonso Reyes.
No abulto nada.
Casi medio siglo después de publicado su primer libro, en el primero de los capítulos de su Historia documental de mis libros, el propio Reyes advertía que muchos de los conceptos, temas u observaciones contenidas en Cuestiones Estéticas se habían derramado, posteriormente, por todas sus obras, como “algunas observaciones cobre Góngora, goethe o bien Mallarmé, a las que he debido volver más tarde…”.1
Esta nota pretende circunscribir, sumariamente, una de estas tres aficiones de Alfonso Reyes. Quizás la más humilde e inadvertida, pero que, por razones que interesan directamente al proceso de la literatura hispanoamericana, debió haber merecido, desde hace años, la atención de los estudiosos de la literatura comparada.
Me refiero a su afición por Mallarmé.
Lamentablemente, en mi conocimiento, no se ha dado ningún paso sustantivo en este sentido. La contribución de Fernand Baldensperger al libro Jubilar de Alfonso Reyes —“Alfonso Reyes, intérprete du Mexique et de Mallarmé”2— no pasa de ser una sumaria noticia, falta de todo sistema, que contrasta, flagrantemente, con el noticioso”Mallarmé en espagnol” aportado por Reyes a la Revue de Littérature comparée, en 1932.
Esta afición del mexicano encierra, sin embargo, una particular importancia.
“Sobre el procedimiento ideológico de Stéphane Mallarmé”, fue escrito en 1909, cuando la nombradía del autor de L’aprés-midi d’un Faune, cuando su prestigio no era moneda corriente en los cenáculos literarios, descontado, honrosamente, elminoritario grupo de epígonos, presidido por Paul Valéry.
Un sintomático episodio probará qué grado de amplitud tenía el “silenciamiento” de Mallarmé por los años en que, sorprendido, el joven Alfonso Reyes se inclinaba sobre sus libros, para desentrañar, con inusitada maestría, la temblorosa peripecia de su invención.
En noviembe de 1913, cuatro años después de escrito el citado estudio de reyes, André Gide, mallarmeniano confeso, pronunció, en el teatro del Vieux Colombier, una conferencia sobre “Verlaine et Mallarmé”. Publicado un año después, el texto de esta conferencia fue a parar a manos de Rainer María Rilke. En una carta a Gide, el poeta alemán, uno de los espíritus más alertos de este siglo, confesaba su entusiasmo por esta conferencia… pero, abordándola exclusivamente desde Verlaine,3 esta situación ha variado radicalmente.
“Desde hace unos veinticinco años —tras el período de olvido relativo, de purgatorio, que se inicia, por lo general, después de la muerte de los grandes artistas y que precede a su entrada en la inmortalidad— la estrella de Mallarmé no ha dejado de elevarse sobre el horizonte poético. Su destino de poeta puro, de letra que “exhibe sin empacho su incompetencia sobre todo lo que no sea lo absoluto”, su heroísmo templado por la ironía, no han dejado de seducir las imaginaciones, y su obra, que se reputó estéril, ha dado sus frutos…”.4
“Notable contraste”.
Mientras la crítica francesa de hace medio siglo —con la lúcida excepción de Valéry— dejaba naufragar la estrella de Mallarmé en un “olvido relativo”, Alfonso Reyes, un mexicano, un hijo menor de la palabra- no sólo traducía o comentaba la obra del gran simbolista, configurando su escritura en los más precioso cuños mallarmenianos, sino, también, adelantaba su futura revalorización literaria, señalando la dirección ascendente de su estro.
En 1920, la revista madrileña La Pluma publicó bajo el título de “El abanico de Mlle. Mallarmé” un penetrante comentario seguido de tres versiones de L’Eventail de Mlle. Mallarmé, salidos del tintero inquieto de Alfonso Reyes. Poco después, un grupo de intelectuales españoles —Ortega, Juan Ramón Jiménez, Azorín, Gabriel Miró, Gómez de la Serna, jorge Guillén, José Bergamin…— se citabanen en un rincón del Jardín Botanico de Madrid, para protagonizar el célebre “silencio por Mallarmé”, sugerido por Reyes, con motivo del vigésimo quinto aniversario de la muerte del autor de Hérodiade, y publicado en una de las primeras entregas de la Revista de Occidente.
Pero la afición de Reyes por Mallarmé no detuvo ni se contuvo.
Durante los años siguientes publicó en revistas dispersas, por la abierta geografía del mundo hispánico, una parte importante de los estudios reunidos, en 1938, en Mallarmé entre nosotros, y otros que, hasta la fecha, no han sido compilados, en espera de ser recogidos en el correspondiente tomo de sus Obras completas.
Esta labor —esta afición por Mallarmé— de Alfonso Reyes, tan rica en incidentes, tan fecunda e incitante, se conserva, sin embargo, como un filón intocado, cuando no, como ocurre con algunos de sus críticos, insospechado. Un filón que se adentra, justamente, en esa preciosa, casi utópica zona donde las letras dialogan sin cuidarse de fronteras ni de pasaportes literarios, donde reconoce la literatura su espacio, gestándose como la más humana ambición de universalidad.
Pero, al fin de cuentas ¿qué silente realidad, qué insospechado dominio literario, late en esta afición de Reyes? ¿Qué tráfico espiritual se escurre en su diálogo espectral con el gran simbolista?
No pretendo, por ahora, poder ofrecer una respuesta. Me basta, para el propósito de esta nota, haber denunciado la presencia de este filón intocado en la obra de Reyes. Es probable que cuando sea explorado se venga al suelo una parte de la lastimosa escenografía histórico-espiritual de nuestras “historias” de la literatura, dejando al descubierto el espectáculo real del proceso literario de Hispanoamérica.
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1 La”Noticia” inserta en Obras Completas, I, 10.
2 Libro Jubilar de Alfonso Reyes. Dirección de difusión Cultural de la U.N.A. M., México, 1956, 69-73.
3 R.M. Rilke. A. Gide. Correspondence. Correa. París, 1952, 112-114.
4 Marcel Raymond. De Baudelaire al surrealismo. Trad. De J.J. Domenchina. F.C.E. México, 1960, 23. véase, asimismo, J. Valery. Oeuvres (ed. La Pleiade). I. 661.