Como sus equivalentes de cualquier rincón del orbe, las sociedades latinoamericanas son, además de socialmente heterogéneas, ideológicamente plurales. Cualquier estudio serio de opinión y preferencias de la ciudadanía de la región —desde LAPOP a Latinobarómetro— lo demuestra. Pero el fenomeno trasciende a las sociedades entendidas como suma de individuos y colectividades varias: las propias coordenadas políticas tradicionales son, a su interior, muy diversas: encontramos derechas e izquierdas democráticas, junto a sus pares autoritarias. Lo he mencionado anteriormente, al igual que otros autores.
Insistir en lo contrario, enfatizando una supuesta homogeneidad -virtuosa o perversa- que reproduce estereotipos y “esencializan”, caricaturizándole, a uno u otro de los polos ideológicos, no es sólo una falacia interpretativa. Constituye también, consciente o inadvertido, alimento intelectual a la polarización y negación del otro; narrativas que tanto dañan la convivencia democrática. Me cito, por economia de tiempo y esfuerzo, para ilustrar lo que deseo exponer: “Derecha e izquierda no son categorías normativas, sino adscriptivas y/o analíticas. No clasifican el Bien o el Mal políticos, sino que identifican una diversidad de sujetos, genealogías, alianzas y agendas que tienen, en su origen, dos siglos de vida mutante. Y eso, después de 1917, 1933 y toda la experiencia totalitaria del siglo XX, nos debería recordar que ninguno de los polos políticos puede adjudicarse la coherencia democrática. Tampoco podríamos, por ende, adscribir a los extremos de uno u otro el monopolio de la identidad y deriva autoritarias (..) Han habido —y presumiblemente habrán— ideas y praxis autoritarias tanto en la izquierda como en la derecha; también en identidades y contextos más fluidos —en especial lejos de Occidente— que difícilmente encajen en nuestras clasificaciones al uso”. Fin de la Cita.
Por eso llama la atención la portada de la Historia mínima de las derechas latinoamericanas, publicado por El Colegio de México en su coleccion afín. La imagen seleccionada para ilustrar la obra deja poco lugar a la duda o la imaginación. “El coronel golpista” se utiliza como tarjeta de presentación de un libro que pretende dar cuenta de un campo politico que abarca a amplios sectores —variables segun el tiempo y el pais— de la poblaciones latinoamericanas. Un sector histórica e ideológicamente tan portador de luces republicanas y sombras despóticas como su opuesto de izquierdas. Un segmento donde caben los Videlas y los Pinochets…pero tambien los Sanguinetti y las Chamorros. Del mismo modo que Betancourt, Bachelett o Arévalo no tienen por qué ser representados por un comando terrorista de las FARC, un torturador del SENIB o un interrogador de la DSE cubana.
Los contenidos y calidad del texto no corresponden con la imagen simplificadora y estigmatizante de la portada. Esta no le hace juicio al libro, cuya reseña espero concluir en las proximas semanas. Si bien tengo ciertas observaciones a algunas de las interpretaciones y juicios del autor, se trata de un trabajo académico que cumple los estandares de rigor, hecho por un especialista reconocido dentro de la academia. Se trata de una contribución que aporta cantidad y calidad de datos e intepretaciones al estudio de un legado de la historia, ciencia y actualidad políticas latinoamericanos. Por todo ello, no dejo de plantear varias preguntas, que comparto a continuación
¿Pueden disociarse con tanta ligereza, representación visual y contenido, en una obra de semejante relevancia, tema y cobijo institucional? Hay ejemplos recientes de trabajos similares, rigurosos en lo analítico y enfocados en el estudio histórico de polaridades político-ideologicas, que acudieron a imagenes alegóricas, no caricaturizantes. ¿Que cuota de responsabilidad tienen autor e institución en dicha decisión? ¿No se asoma acaso la posibilidad de un sesgo ideológico detrás de semejante elección estética?
¿No merecemos, ante los problemas y momentos como los que vivimos en la región, que la academia de ciencias sociales (tradicionalmente escorada a las izquierdas) abonase menos, en forma y fondo, a la polarización y estigmatizacion “del otro’? Esa que tanto se rechaza cuando proviene de discursos antintelectuales, populistas y autoritarios provenientes de la extrema derecha criolla. Una que, por cierto, el autor hace bien en diferenciar de sus parientes liberales y democráticas.
Seguramente no faltará quien, leyendo este comentario, lo tome como fruto de la exageración o de las filias y fobias que, como todos, poseo. Todo es posible. Ante eso, invito a un ejercicio de imaginación situada: pensemos en una “Historia Mínima de las Izquierdas Latinoamericanas” (publicada por una prestigiosa universidad como el Colegio u otra casa editorial del sector de educación e investigación e ciencias sociales de la región) cuya portada sea un Che Guevara con colmillos de vampiro o un Fidel Castro en modo “Hombre Lobo”. Intente, luego, publicar ese trabajo con semejante portada. Y esperen —con casco de bombero— las reacciones de la opinión, docta y pública.