El libro Tramas del yo. Ejercicios filosófico-literarios sobre el viviente y la Vida (Ed. Nun, México, 2024) es mucho más que un encuentro fugaz, a propósito de temas compartidos, entre filosofía y literatura. En ella su autor, Diego Rosales, lleva a cabo el difícil ejercicio existencial de adentrarse en los entresijos de la vida humana, valiéndose de las dos herramientas con las que el espíritu humano es capaz de hacerlo: la literatura y la filosofía.
Así, en este obra, el autor, haciendo una exploración filosófico-literaria extremadamente aguda y personal sobre “lo que significa ser libre en un mundo roto”, analiza cómo la literatura y la filosofía se entrelazan para investigar el misterio de la identidad y la experiencia humana tantas veces traumática, “pues – como afirma él mismo– la libertad suele ponerse en conflicto con nuestros propios deseos, con nuestras posibilidades y con los horrorosos escándalos que el espectáculo del mundo nos ofrece”.
Ya el título es toda una declaración de intenciones. Con “Tramas del yo” Rosales apunta a la necesidad de explorar el ‘yo’ humano, entendido como una entidad compleja y en constante construcción. La palabra ‘tramas’ sugiere a su vez una estructura entrelazada de experiencias, pensamientos y emociones que configuran la identidad y el sentido de la existencia.
Y es que efectivamente, el ‘yo’ que cada uno es se revela a sí mismo a través de una “trama” o red de significados que se entretejen en la vida. Estas tramas incluyen elementos de enigma, problema y misterio que, bien mirados, colocan al ‘yo’ en una situación de inquietud que “le obliga a salir de sí para hacerse, para vivir lo que se siente llamado a vivir y, en esa salida, pone a prueba su propia libertad, su propio ser”.
En este sentido, el título destaca la naturaleza dinámica del ‘yo’, que es más que una identidad fija y se muestra como un entramado de experiencias con las que el ser humano intenta responder las preguntas fundamentales sobre su propio ser libre en un mundo complejo y muchas veces ambiguo.
Rosales parte de la idea de que a menudo el ser humano enfrenta su vida como un misterio fundamental que se despliega entre lo que llama la Vida y el mundo. Para él, este misterio puede entenderse como un problema racional que busca soluciones o como un misterio existencial que desafía la comprensión completa.
Tanto la filosofía como la literatura abordan el misterio de la vida y la identidad, aunque lo hacen desde enfoques distintos pero complementarios. La filosofía busca comprender el ‘yo’ y el sentido de la vida mediante el análisis racional y crítico, mientras que la literatura enfrenta estos temas a través de la narrativa y la creación simbólica. Y así, la obra examina cómo a través de relatos de autores como Borges, Poe, Kafka, Chesterton, Elizondo, Joyce y Bloy es posible examinar las dimensiones más profundas de lo humano, proponiendo que la literatura ofrece modelos narrativos para comprender el yo en sus conflictos y contradicciones.
En su análisis, Rosales sugiere que la literatura, a través de su capacidad simbólica y estética, permite representar experiencias y emociones que escapan a los límites de la razón pura. La filosofía, en este contexto, actúa como una crítica literaria que intenta descifrar y ordenar esos enigmas, creando una simbiosis entre la narrativa literaria y la reflexión filosófica.
Pues bien, de entre los diferentes misterios vitales que aborda el texto y que el autor analiza a propósito de distintas obras maestras literarias, quisiera poner la atención brevemente en el cuento, “Yocasta en la acera” de León Bloy; el último texto del último capítulo titulado, Advenimiento del misterio. “Yocasta en la acera es un cuento a la vez fétido y literariamente exquisito”, así lo describe Diego, y estoy de acuerdo.
Y es que la crudeza del relato, casi grotesco, contrasta de manera asombrosa con el refinamiento literario y sitúa a sus personajes en dolores profundos que por ser humanos resultan especialmente monstruosos. Bloy en sus relatos, y este no es una excepción, trata de escarbar y bajar a los mismos infiernos de la naturaleza humana. Y efectivamente, a mi modo de ver lo logra, al presentar con sumo refinamiento el mal en toda su belleza, o una belleza absolutamente carente de bien. Porque la crueldad, la mentira más mezquina y la aniquilación de la inocencia más pura pueden perpetrarse con guantes de seda y bajo la inspiración de una ópera de Wagner, y, peor aún, por quién más debería amar.
El relato de Bloy contiene la carta de un chico que se dirige a África, en donde busca explícitamente que algo o alguien le arrebate la vida porque para él ha llegado a ser insoportable. Y no es para menos pues en líneas siguientes el joven narrará, como otro Edipo, el destino fatal al que le abocó la crueldad sin límites de un padre atroz del cual temía que le quitara la misma vida. Pero no, no fue la vida lo que le arrancó –o quizás sí– si no la única cosa valiosa –dice el protagonista– que conservó durante su infancia desdichada. Una especie de flor muy pura en un rincón virgen de su jardín saqueado: el recuerdo infinitamente tierno de su madre desaparecida.
Ante este relato, Diego Rosales se pregunta: “¿Qué es el mal? Pregunta a la que no da más respuesta que el señalamiento de una lista inconclusa de la infinidad de males que han asolado, asolan y asolaran nuestro mundo, sin que nadie pueda hacer nada. Así, denuncia con contundencia el autor, “la fantasía creada por Bloy se repite diariamente en el campo mexicano. Los migrantes centroamericanos que buscan el sueño americano, terminan sufriendo éstos y peores males y violencias de manos del narcotráfico que, diabólicamente, desmembra a sus víctimas o las convierte en verdaderos adictos a sustancias inimaginables para explotarlos más que lo que dan sus propios cuerpos. Y luego los mata y los intenta desaparecer en fosas clandestinas. Incontables muchachos extraen cobalto en el Congo para beneplácito del progreso en Occidente. Violencia grave, diaria, de un hombre a su mujer. De un padre a su hijo. Abusos perversos, sexuales y espirituales, por parte de algunos miembros de la jerarquía de la Iglesia Católica hacia inocentes que, vulnerables, buscando a Dios se encuentran con Satán. El abominable relato de Bloy es el mundo sin más para una infinidad de personas.” (p. 93)
Y es que si hay en la vida de los seres humanos un misterio que golpee su espíritu hasta hacerles sangrar y desgarrarse en un grito surgido de las mismas entrañas, y que parece nadie escucha, este es el de la iniquidad: ningún misterio deja al viviente tan perplejo, ninguno parece destruirlo, esclavizarlo y escandalizalo más, cerrándolo incluso a la esperanza de encontrar en él cualquier atisbo de epifanía o acontecimiento.
En este sentido, como dice Rosales, “el mal ha de decirse, ha de gritarse y ha de exhibirse, pero nos avergonzamos de él, tememos conjurarlo al describirlo, y finalmente se reproduce al ocultarse. Crece en lo oscuro y en lo escondido. No tiene rostro verdadero, –aunque sí real– por lo que es incapaz de ver la luz y de expresar una palabra humana. Para vivir ha de tomar prestados los labios de un victimario y habitar en él, y desde él operar sus sistemas anónimos de control y de poder.” (p. 94)
El problema se agrava cuando, como constata con fuerza el autor, en nuestra vida diaria tenemos la irrevocable experiencia, todos, de que a pesar de desear el bien, lo deseamos mal y actuamos mal. Y, extrañamente, la disimetría entre ambos, bien y mal y su extraña relación contradictoria con nuestro deseo no supone necesariamente la mayor grandeza del Bien, sino en muchos casos una fuerza más grande en el mal. Convivimos diariamente con el Bien y con la tentación al mal, o con el mal mismo si es que hemos ya cedido a sus delicias aparentes. Y ahí, en ese revoltijo, la noción meramente naturalista de Dios queda cuestionada. Y ya no sirven por insuficientes, los planteamientos metafísicos clásicos que tratan de explicar el mal como ausencia de bien, o que atribuyen a Dios, el omnipotente y omnisciente, el atributo de la toda bondad, pues, como me preguntó hace poco meses un alumno de primero de Mercadotecnia, si Dios es bueno por qué permite el mal, y si es omnipotente, por qué no puede con él. Paradoja ésta que tiene muy difícil respuesta, por no decir que no la tiene, y sin embargo, tiene ciertos beneficios también ontológicos nada despreciables, pues abre a la posibilidad de acceder a Dios como misterio más que como objeto o sustancia.
En definitiva, “Tramas del yo” propone que el estudio del “yo” es, en buena medida el abordaje del misterio que es la vida humana, una aventura en la que literatura y filosofía no solo se complementan, sino que juntas profundizan en sus dilemas existenciales, reconociendo la vulnerabilidad y la capacidad de asombro del ser humano ante el misterio de su propia existencia en este mundo.