REGISTRO DEL TIEMPO
26/2/2025

Perplejidades de la mente

Elizabeth Mata

Últimamente, en mi feed de Instagram, Tiktok y Twitter (ahora X), me aparecen con bastante frecuencia publicaciones y videos sobre ciertos comportamientos que podrían significar que tienes TDA (Trastorno de Déficit de Atención): dificultad para concentrarse (en pantalla una chica frente a su computadora, se levanta para ir al sillón y tumbarse a scrollear), perder cosas con frecuencia (aparece una chica buscando algo desesperadamente en su bolso), distraerse fácilmente con cualquier estímulo (pasa una mosca mal editada y la chica la sigue con la mirada), interrumpir al otro cuando te hablan (la chica se muestra apenada después de interrumpir a su compañero). Y yo, cumpliendo con todas ellas y en la inercia de poco sentido crítico como resultado de pasar tanto tiempo con la mirada pegada al celular, he llegado a pensar más de una vez que tengo TDA.

La sobresaturación de información a la que estamos actualmente expuestos puede ser difícil de filtrar y gestionar, sobre todo si se considera que las redes sociales son por lo general un pasatiempo solitario, es decir, aislado. Porque, aunque haya interacción, los comentarios de cada publicación no harán más que aumentar la caja de resonancia a la que poco a poco te arrastra el algoritmo para confirmarte con cada publicación que, en efecto, tienes TDA, o TLP (Trastorno Límite de la Personalidad) o tu pareja es narcisista o te está haciendo gaslighting o tiene cuarenta y siete red flags o su estilo de apego es evitativo y el tuyo afectivo, y ya ni hablar de cómo sus cartas astrales son incompatibles.

Hasta hace poco, era común pensar que los psicólogos eran sólo para los locos. Hoy en día podemos hablar de ello con naturalidad, pues todos reconocemos que tenemos algo de “locos” y que es normal ir a terapia. Las redes sociales han servido como herramienta de democratización del saber para que todos los que nos interesa entendernos a nosotros mismos terminemos de un modo u otro, gracias a nuestro algoritmo, accediendo a más contenido del tipo “Si tienes cinco de estos seis síntomas, tienes TDA”, o “Cinco señales de que te están haciendo gaslighting”, y así aumentar nuestro conocimiento y nuestro despertar de consciencia hacia un mundo más justo y funcional, ¿no?

Sospecho que hay algo turbio detrás de esta ola de “despiertos” y no me refiero solamente a la falta de sentido crítico para filtrar la información ni a los peligros del autodiagnóstico (que, dicho sea de paso, si crees tener algún trastorno por un video que viste en redes sociales, agenda una cita con un profesional de la salud mental y no te autodiagnostiques). Me parece que hay detrás de todo un problema grave, la deshumanización a la que ha llegado la psicología buscando llegar a la objetividad que nos prometió el cientificismo. Los creadores de contenido que sólo reproducen lo aprendido en sus carreras de Psicología (la tercera más demandada en la UNAM, después de Medicina y Derecho), si es que estudiaron, y los espectadores que se compran la información casi sin masticar, parecen olvidar que desde que el ser humano comenzó a investigar su propia naturaleza se topó con un muro de concreto: la naturaleza humana es demasiado compleja para ser encasillada.

Kant postuló una facultad completamente distinta para conocer el alma y la libertad, que opera con reglas diferentes a las de la ciencia. No podemos conocer la mente humana como conocemos el funcionamiento de una máquina o la forma en la que las plantas convierten la luz solar en alimento. No sólo porque el objeto de estudio es el mismo sujeto investigador, sino porque una persona puede llevar fumando veinte años y de un día para otro dejarlo para siempre, puede salir a correr diez kilómetros en la mañana y en la noche cenar veinte tacos al pastor, puede ir a cenar un día con sus amigos y al otro suicidarse. Los humanos somos libertad, contradicción y algo más. Mucho menos podemos encasillarnos a nosotros mismos ni a otros bajo clasificaciones que aprendimos en un video de sesenta segundos (insisto, no te autodiagnostiques).

Con la publicación en 1980 de la tercera edición del DSM-5-TR (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales) términos como “neurosis” o “psicopatía” se eliminaron y reemplazaron por términos más específicos y “científicos” como “Trastorno de Ansiedad Generalizado” (TAG), “Trastorno Límite de Personalidad” (TLP) y “Trastorno Obsesivo Compulsivo” (TOC), palabras que hoy en día están de moda y comienzan a ser parte de nuestro imaginario colectivo o, debería decir, de nuestro delirio colectivo porque este manual no es más que un fallido intento por categorizar la naturaleza humana. Los mismos autores admiten que no existe una definición que logre delimitar todas las posibilidades de un trastorno. Es decir, que la realidad humana es mucho más compleja que una checklist de síntomas que podrían coincidir con uno u otro trastorno y que el manual, como código del Parley, es más bien una clase de guía y no de reglas. No está asociado con una corriente en particular y los psicólogos pueden decidir usar o no el manual. Hoy en día la terapia se aplica de muchas maneras y la psicología está aún lejos de ser la ciencia con la que soñarían muchos cientificistas.

No es que las pretensiones científicas sean malas. Todo lo contrario. El diagnóstico adecuado es importante y útil. Una persona que ha luchado por levantarse todos los días de su cama por hacer cosas y funcionar en el mundo a pesar de la tristeza, puede encontrar en el diagnóstico de la depresión no sólo una respuesta a sus interrogantes, sino la posibilidad de encontrar un tratamiento adecuado que le ayude a vivir mejor. Una persona que no logra el rendimiento académico que se espera de ella y que le causa tantos problemas con sus padres y maestros, puede encontrar en el diagnóstico de déficit de atención un alivio al saber que no es por flojo o rebelde, sino que hay una condición psicológica que explica su comportamiento y a partir de ahí buscar ayuda para mejorar. A lo que me refiero, es que todo eso tiene un doble rostro que hay que saber discernir para evitar caer en la deshumanización a la que me referí. La búsqueda de homogeneizar la mente hace perder de vista que hay un mundo en cada cerebro que no termina de explicarse mediante un diagnóstico, porque no hay una mente que sea “normal” ni completamente predecible. Los seres humanos estamos hechos de deseos, miedos, sueños y una compleja red de relaciones y causalidades. Lo que permite preguntarnos ¿por qué debemos corregirnos? ¿No será que estamos tristes y con miedo porque el mundo que hemos construido es hostil y cruel o porque nos vemos obligados a trabajar en nuestros monótonos de 9 a 6 por una vida que nos enseñaron que debíamos desear, o porque nos vemos obligados a competir con nuestros amigos para ganar más, tener mejores posgrados, vernos más jóvenes de lo que somos, menos cansados de lo que estamos? ¿Es la terapia la solución a la epidemia o es algo mucho más complejo y sistemático?

Porque no nos hacemos esas preguntas, la terapia se esté convirtiendo en casi un mandato moral: te queremos cuerdo para poder seguir funcionando; tienes que aprender a ser consciente de tus comportamientos tóxicos; debes trabajar tus obsesiones y problemas de ira. Como si hubiéramos olvidado que para cambiar y corregir ciertos comportamientos se requiere mucho más que voluntad. Ser consciente de un diagnóstico no es fácil ni suficiente. Entender a las personas, la mente, y a uno mismo, no se agota en un manual, ni en todos los libros de psicología que pretendan revelar los misterios de la mente humana y definir en una serie de características a una persona de carne y hueso ¡Si un diagnóstico no nos define, mucho menos un Tiktok! Cuestionemos lo que se da por hecho. Abramos paso a la perplejidad y aceptemos con humildad que tal vez no entendemos nada. Así podremos movernos con mayor con cautela antes de juzgar a otros o de autodiagnosticarnos con TDA.

Arte en portada
Face, Chaibia Talal

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