REGISTRO DEL TIEMPO
5/3/2025

Más vale que la vida no conceda tus deseos

Rodrigo Noir

La primera vez que vi Civilización —la serie documental pionera difundida internacionalmente por la BBC al comenzar la década de los setenta— yo era un niño de diez años. Acompañado de mi familia, me atrapó esa introducción a los grandes logros de Occidente captados por la cámara de los que nada sabía. También tuvo un efecto hipnótico en mí el estupendo doblaje al español —en la voz de Claudio Brook— del erudito, crítico de arte y muy británico de pies a cabeza Sir Kenneth Clark, escritor, guionista y conductor de la serie.  Ya en otra fase de mi vida —a los veintitantos años— vi la serie de nueva cuenta por el en ese entonces muy digno Canal Once del Politécnico Nacional.  En esa segunda ocasión puse la atención en el elegante fraseo de Sir Clark, sereno, exento de dogmas y por ende abundante en observaciones que no dejaban de sorprender por su sello tan certero como personal. Lo suyo era un ejercicio de admiración en libertad.

La serie de trece capítulos recapitulaba o integraba los logros civilizatorios de la baja Edad Media, el Renacimiento, la Reforma, la Contrarreforma (que Clark le encontraba sus méritos con todo y ser británico), la Ilustración, el Romanticismo y finalmente la Modernidad. No dejaba de llamar la atención tanto al principio como al final de la serie cierto pesimismo. Lo que hoy se conoce como Civilización Occidental surge casi de milagro del caos de Europa, asomando apenas la cabeza cuatro siglos después de la caída del imperio romano y Clark cierra la serie con una nota premonitoria dando a entender que, si bien todo ese legado se tradujo en capital cultural acompañado de progreso político, social y material, nada garantiza su continuidad. El mensaje era claro. El logro civilizatorio es mucho más frágil de lo que suponemos y no poco le debe al azar. No está escrito en una piedra historicista su necesidad o inevitabilidad. Tal como vino se podrá ir.

Desde luego incluso en su día la serie fue objeto de críticas. De entrada, llamarle “Civilización” a una serie que sólo hablaba de una en particular, la Occidental (quizá por ello unos cuarenta años después la BBC lanzó la serie “Civilizaciones” bajo la conducción de Simon Schama). Mas cercano al auditorio hispanohablante llamaba la atención la total omisión de España (las locaciones cubren unos ocho países de Europa occidental más los Estados Unidos, pero no la península ibérica). Cuando algún funcionario cultural no sé bien si del régimen franquista o de algún país latinoamericano le reclamara a la BBC tal omisión la respuesta de Sir Clark fue que la serie trataba —palabras más, palabras menos— no de la historia del arte sino de la historia de la civilización y que bajo esa perspectiva no veía un aporte original de España. Claramente no dejaba de resonar en Clark la leyenda negra tan arraigada en la Europa noratlántica. No parecía una respuesta sincera pues en la serie cuando habla de los logros de la Contrarreforma sí que se centra en lo que aporta a la historia del arte…pero ejemplificado en Roma y el Vaticano. Parece que jamás consideró que España fue la primera nación resultado de un verdadero sincretismo cultural y que fueron los españoles quienes se plantearon por vez primera las disyuntivas morales y políticas que significaba el otro no europeo en tierras americanas.

Pero la crítica en los últimos diez años ha tenido otro tono y otra intención.  Producto de esa cultura del repudio como le llamaría Harold Bloom y que comenzó a tomar forma en universidades y centros académicos en los años sesenta la serie es descalificada tout court por reflejar los sesgos cisgénero, heteropatriarcales y eurocéntricos del hombre blanco privilegiado. El ejemplo perfecto de lo que hay que odiar. Esta manía de impregnarlo absolutamente todo de una pseudo sociología y sus juicios terminantes era ya entonces algo que Clark da señales de haber detectado en su fase germinal. Si bien dicho criticismo teórico o teorizante es demasiado convulso como para popularizarse, la actitud de repudio sí ha tenido efectos en cascada mucho más allá de la academia. No deja de ser irritante que tanto ideólogo encuentre en centros educativos y culturales el medio artificial y sobreprotegido para patear discursivamente toda la cimentación político-social y cultural que de hecho hace posible su vida de plantas de invernadero, inconcebible en otro medio. Dan por sentado los supuestos civilizatorios que les protege de las consecuencias de su propio ideario. No pueden ser ellos más netamente un subproducto de la civilización occidental que tanto repudian ¿acaso florecen los estudios multiculturales y de género en los países islámicos? ¿En China quizá?

Un tema recurrente de repudio de toda la progenie posmoderna y decolonial son lo que llaman las pretensiones universalistas de Occidente. Y es que sin duda su civilización es la heredera de tres universalismos: el del Imperio romano creador de un concepto de ciudadanía que trasciende cualquier etnicidad (san Pablo llegó a recordarle su condición ciudadana a más de una autoridad romana); el universalismo cristiano y desde luego el de la Ilustración.  A dicho universalismo se le ha hecho sinónimo indistinguible de imperialismo-colonialismo. Es verdad que tanto el cristianismo, así como el ideario ilustrado de progreso, fueron utilizados sucesivamente desde el siglo XVI hasta el XIX para justificar la dominación europea sobre pueblos no europeos, pero hay una diferencia fundamental. Cristianismo e Ilustración creaban una tensión interna desconocida en otros imperios sean anteriores o contemporáneos, tensión que fue minando cada vez más la legitimidad de esas empresas expansivas. La conquista española encuentra su contrapunto en Bartolomé de las Casas; fueron cristianos cuáqueros y puritanos los que encabezaron con éxito el movimiento abolicionista en el primer tercio del siglo XIX; sin la doble influencia cristiana y de la ilustración en el Reino Unido el éxito de Gandhi habría sido imposible. Aquí cabe el contrafactual de cómo le hubiera ido con los nazis —hostiles por igual al cristianismo y a la ilustración— si estos se hubieran apoderado del Raj británico. Por su parte a la Francia republicana le resultaba cada vez más difícil justificar su dominio colonial sobre otros pueblos, al punto de orillarla casi a una guerra civil con motivo de la independencia de Argel.

Como bien señala el filósofo político británico John Gray antes de la doble influencia del cristianismo y de la Ilustración había pueblos del mundo, pero no humanidad, es decir, un concepto unificador por encima de las fronteras geopolíticas y culturales. Esa doble influencia introdujo una abstracción, pero una capaz de darle forma a una empatía que trasciende barreras. Por algo la antropología y la etnografía son un producto de la cultura occidental. Por algo también Occidente es la cuna de lo que hoy se conocen como derechos humanos (antaño derechos del hombre). La humanidad, esa abstracción, termina siendo un imperativo de humanidad simple y llanamente.

Que tanto cristianismo como ilustración han dado brotes enfermos, de ello no cabe duda. Jung no se equivocaba al señalar que no hay acción humana que no proyecte una sombra. Hoy en día atestiguamos cómo el cristianismo evangélico degenera en una especie de nacional-cristianismo en los Estados Unidos. Queda la opción secular pero también nos tocó ver cómo la ilustración conllevaba alguna forma de autodestrucción cuando dos brotes suyos el marxismo por un lado y el neoliberalismo, por el otro, hicieron del programa y de la agenda materialista más que una política una metapolítica o metafísica de la reingeniería social que los terminó extraviando sin punto de retorno. Pero probablemente no existe un proyecto civilizatorio sin semillas autodestructivas. Somos una especie de simios semi evolucionados, con una asimetría de habilidades que le sitúan en situaciones peligrosa de desequilibrio pues desarrollamos más rápida y eficientemente instrumentos de poder que de convivencia.

Desde el 20 de enero en Estados Unidos, pero particularmente el pasado 28 de febrero, el mundo atestiguó en un montaje mediático en la Casa Blanca lo que significa repudiar las herencias universales de Occidente, aquí no por parte de académicos consentidos por sus instituciones sino por parte de quienes concentran poder y fortuna oligárquica en el otro extremo del espectro político. Toda empatía, todo compromiso, toda autocontención arrojada a la basura por parte de unos patanes sin culpas ni inhibiciones. La conclusión inevitable que de ahí se desprende es que Europa se ha quedado sola. Fue la cuna de la ilustración y los valores seculares de Occidente y por lo visto será su última y muy tenue línea de defensa. Un triunfo de la extrema derecha en Francia será el fin del juego. Estamos viendo el final de casi 250 años de historia política en ambos lados del atlántico. Los ideólogos de moda posmodernos no perdían oportunidad alguna de vapulear a la ilustración y su universalismo. Ahora vivirán, al igual que todos los demás mortales, la horrenda realidad de un mundo sin su legado.

Deseo cumplido.

Imagen en portada
Armored Train in Action, Gino Severini, 1915

Suscríbete a nuestro newsletter y blog

Si quieres recibir artículos en tu mail, enterarte de nuestros próximos lanzamientos y apoyar nuestra iniciativa, suscríbete a nuestro boletín mensual para que lo recibas en tu correo.
¡Gracias por suscribirte!
Oops! Hubo un error en tu suscripción.