El Día Mundial de la Justicia Social es una oportunidad para reflexionar sobre las estructuras que rigen nuestras sociedades y el modo en que afectan la vida de los individuos. Durante siglos, filósofos y teóricos han tratado de comprender las causas de la desigualdad y la injusticia, buscando no sólo describir sus manifestaciones sino también identificar las dinámicas que las perpetúan. Marx, por ejemplo, vio en el capitalismo un sistema basado en la explotación de la clase trabajadora y propuso que la lucha de clases era el motor de la historia. Para él, la injusticia tenía una raíz económica clara: la apropiación del excedente de trabajo por parte de una minoría que detentaba los medios de producción. Su propuesta consistía en la abolición de las estructuras que generaban esta explotación y su sustitución por un sistema donde los trabajadores controlaran los frutos de su propio esfuerzo.
Sin embargo, el siglo XX y sus fracasos políticos demostraron que una transformación de las relaciones económicas, aunque necesaria, no es suficiente para garantizar una sociedad justa. La experiencia de los regímenes socialistas mostró que el fin de la explotación económica no implicaba necesariamente la desaparición de otras formas de opresión, como la burocracia, el autoritarismo o la negación de libertades individuales. La justicia social, entendida únicamente en términos de redistribución de bienes materiales, resultaba insuficiente para captar la complejidad de las injusticias contemporáneas. A partir de esta constatación, surgieron otras aproximaciones, entre ellas la de Axel Honneth, quien propone una perspectiva más ajustada a nuestra realidad actual.
Honneth retoma la tradición de la filosofía social desde Rousseau hasta Hegel y la combina con la teoría del reconocimiento, desarrollada inicialmente por el propio Hegel y reformulada en el siglo XX para analizar las luchas sociales. En su análisis, Honneth sostiene que la filosofía social moderna comienza con Rousseau, en particular con su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, donde se plantea por primera vez que la organización social puede generar patologías que afectan la autorrealización humana. Para Rousseau, la sociedad no sólo produce desigualdades económicas, sino que también genera formas de alienación y degradación moral que distorsionan las relaciones humanas. Esta idea es retomada por Honneth en su concepto de patologías sociales, que describe no sólo injusticias materiales, sino estructuras de reconocimiento defectuosas que impiden el desarrollo pleno de los individuos dentro de la sociedad.
La tesis central de Honneth es que las sociedades modernas no sólo enfrentan problemas de injusticia material, sino que padecen distorsiones en las relaciones sociales que impiden a los individuos alcanzar el reconocimiento necesario para su desarrollo personal. Estas patologías sociales no son meros síntomas de desigualdad económica, sino disfunciones estructurales en los modos de interacción que minan la confianza y el respeto mutuo. En este sentido, la justicia social no puede limitarse a garantizar una distribución más equitativa de los recursos, sino que debe apuntar a una reorganización de las relaciones humanas y de las instituciones que determinan la valía social de cada individuo.
El valor de este enfoque radica en su capacidad para explicar fenómenos contemporáneos que escapan a una interpretación puramente económica. La precarización del trabajo, por ejemplo, no sólo implica inestabilidad financiera, sino una experiencia de degradación social en la que las personas se sienten reemplazables e irrelevantes. De manera similar, los movimientos que buscan el reconocimiento de identidades históricamente excluidas no sólo reclaman mejores condiciones económicas, sino una transformación en la forma en que se valora su lugar dentro de la comunidad.
Pensar la justicia social desde la teoría del reconocimiento implica asumir que las injusticias de nuestra época no pueden resolverse exclusivamente con reformas económicas o con una redistribución más equitativa de los bienes. Exige una transformación en la manera en que nos relacionamos unos con otros, en las instituciones que regulan nuestras interacciones y en la forma en que concebimos el valor de la vida humana dentro de nuestras sociedades. Este enfoque no reemplaza la necesidad de políticas redistributivas, pero permite comprender por qué muchas luchas contemporáneas no pueden reducirse a demandas salariales o a cambios en la estructura de propiedad.
En un mundo donde la desigualdad sigue creciendo, pero en el que también emergen nuevas formas de exclusión y de injusticia simbólica, la filosofía social de Honneth ofrece una herramienta conceptual valiosa para diagnosticar los problemas de nuestra época. Su propuesta no busca una solución definitiva ni un modelo utópico, sino proporcionar herramientas para identificar las patologías sociales y elaborar estrategias que permitan corregirlas. Desde esta perspectiva, la justicia social no es un ideal abstracto, sino un proceso dinámico que requiere atención constante a las formas en que las sociedades organizan el reconocimiento y el valor que otorgan a sus miembros.
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Migration Series No.10, Jacob Lawrence