REGISTRO DEL TIEMPO
8/1/2025

Lo humano le da vueltas al sol

Alba Rodríguez

Para mí, celebrar año nuevo siempre había sido una cosa muy rara. Que la bola azul en la que habitamos completara una vuelta alrededor del sol no ameritaba tirar la casa por la ventana. Aunque ciertamente apreciaba el mes de vacaciones justificado por el combo Navidad-Año Nuevo-Reyes magos (que trae de pilón la Candelaria). La vueltecita que nuestro planeta completaría con nosotros o sin nosotros e, incluso, a pesar de nosotros, no me parecía tan significativa como para justificar tanto guateque, desbarajuste, merequetengue. Desmadre, vaya.

Creo que este es el primer año en el que entiendo con claridad por qué vale la pena celebrar que hemos vuelto a recorrer nuestra propia órbita. Son este tipo de fiestas donde resalta lo que nos hace humanos.

1) Esta es la época perfecta para recordar, reabastecer y revisitar las relaciones e historias que tejieron nuestras comunidades y alimentan nuestro repertorio de chistes, chismes, datos y anécdotas. Todo a la orden del día siempre con un poco de nuestra cosecha y cuchara para asegurar la sazón. Porque si la historia se mantiene exactamente igual año tras año, uno puede estar seguro de que su interlocutor le miente, de que es un robot o, por lo menos, de que no es de fiar.

2) Salen a relucir también en esta época las tradiciones culinarias, artísticas y mágicas que pasan de generación en generación. Uno come lo que han perfeccionado muchas manos a lo largo de los años. “El bacalao a la vizcaína de tu bisabuela Balbina”, “la ensalada de manzana de tu abuelita”, “las palomas de tu papá”, “la lasaña de tu mamá”. A veces le pega la nostalgia a uno y se pregunta ¿a mi por qué me recordarán?

Hasta ahora, yo no había dimensionado la responsabilidad que tengo de preservar y crear magia para el futuro. La magia de la Navidad no es el lema que recita el fantasma del capitalismo al recorrer el pasillo entre el 24 de diciembre y el 1º de enero. La tan proverbial magia no es sino aquello con la capacidad de sacar a la gente de la cotidianidad; es lo inesperado; lo que sucede gratuitamente y sin esperar nada a cambio. Es llenar una bota con chocolates, dejar regalos bajo un árbol que brilla porque también a eso le pusimos magia (y tiempo y esfuerzo y dinero); es adornar la casa hasta convertirla en hogar y cocinar para la gente que se reúne porque cualquiera sabe a las fiestas se va a comer o no se va (los abrazos se venden por separado). Si usted creció y se le acabó la magia, es porque no ha aprendido a crearla usted mismo. Chéquese.

Las tradiciones son las puntadas que unen a una generación con la otra a lo largo de la historia. Unas van y otras vienen, pero la aguja siempre pica. Este año, por ejemplo, recibí de mi abuelita (de 90 años) una caja de esas galletas de mantequilla riquísimas tan presentes en el imaginario colectivo. Por supuesto, en cuanto el recipiente esté vacío será designado solemnemente como el estuche oficial de mis estambres y alfileres para que hasta las hormigas que viven en mi closet se vayan con la finta y se lleven una decepción en vez de migajas cada que se les antoje una galleta. Naturalmente los botes de helado en el congelador de esta casa (que se respeta) no contienen más que bacalao y frijoles. Todo sea por mantener viva la tradición.

3) Además, el Año Nuevo es el momento ideal para hacer conciencia del tiempo que pasa y del tiempo que viene; de la conciencia temporal esencialmente humana que nos permite lamentarnos, añorar, planear, desear. En un mundo cada vez más secularizado, esta celebración se afianza como buena excusa para la esperanza, la reflexión, el balance y ajuste de cuentas; para hacer el bien y perdonar el mal; para disculparse y prometerse a uno mismo y a los otros. El fin del año es una gran excusa para retomar el contacto con una persona a la que se ignoró (por error, por descuido, por trabajo, por escuela, por favor, por si acaso, porque sí, ¿por qué no?) durante un tiempo considerable e, incluso, es una gran excusa para mandar furtivamente, en una misión relámpago, un mensaje con felicitaciones generales para desentenderse de cualquier contacto hasta el siguiente año por las mismas fechas.

Nuestra percepción del tiempo ha cambiado drásticamente. El pasado ha perdido mucha credibilidad, el presente que acaba no parece unirse a lo que entendemos por pasado. El futuro viene y viene y viene, pero viene muy lento. Viene ominoso. Por un lado, el tiempo digital crea la ilusión de un eterno presente, de un momento que no pasa, que no termina, que no es suficiente. Por otro lado, las proyecciones, predicciones y premoniciones del futuro son poco o nada alentadoras. Sin embargo, creo que mientras tengamos celebraciones tan laboriosas como para obligarnos a marcar con tanta contundencia un momento, para detenernos y volver a comenzar, para recordar y agradecer, conservaremos un poco de nuestra humanidad. Así tenemos dos antídotos: en un mundo donde todo parece ser nuevo, estas fiestas nos obligan a rechazar la modernidad y abrazar la tradición. Y aunque al día siguiente tengamos que volver a levantarnos a lo mismo de siempre, por una vez será distinto, será de alguna forma nuevo. Sísifo sería más feliz si celebrara cada subida no. 365 (a veces la 366).

4) Y por supuesto, celebramos porque queremos, podemos y nos encanta. Hay que tener en máxima estima la innegable e inquebrantable capacidad humana y mexicana (a uno también le da por el patriotismo) para pasársela “a todo dar”. Los europeos y los estadounidenses tendrán una mejor economía, mayor seguridad, más poder político, (usted échele crema a sus tacos), más oportunidades, etc., pero nunca tendrán el ambiente mexicano del que constantemente hacemos gala. Nos gusta pasárnosla bien y aunque excusas no necesitamos, siempre las agradecemos. A pesar de que las circunstancias no sean las mejores, encontramos la manera de agradecer lo que tenemos y de disfrutar lo que sí hay.

5) Por respeto a la cruz de mi parroquia, no puedo evitarme el comentario de que “todo es una construcción social”. Por necesidad descubrimos que había que contar el tiempo. Cada civilización lo midió de la mejor manera que pudo. En conjunto decidimos que el fin de un ciclo ameritaba comerse las provisiones de invierno, beberse la conciencia y regalarse lo que no se tiene. A mi “yo” que no entendía la celebración del año nuevo le diría que evidentemente el inicio de un nuevo año no es un acontecimiento ontológico, metafísico, espiritual, trascendente y avasallador que nos convierte en seres renovados, libres de todo mal y protegidos de toda perturbación, pero es humano, muy humano. Es significativo y valioso precisamente porque lo consideramos tal. En buena medida lo valoramos por todo lo que implica, pero a veces las cosas son valiosas porque sí y ya. Aguántese y celebre. No se crea usted muy especial por rechazar a la sociedad, porque entonces cuando ella le rechace a usted verá lo que es amar a Dios en tierra ajena.

Sea feliz en este nuevo año. Para eso es.

Imagen de portada
Moon island, Carol Snyder

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