REGISTRO DEL TIEMPO
29/1/2025

El proyecto antihumano

Roberto Ochoa
La vieja sociedad se basaba en ideas enormemente románticas acerca de la bondad del hombre. Era todo muy complicado. Las ideas no respondían a la realidad. La nueva sociedad se basará en una valoración realista del hombre, de su potencial y de sus limitaciones. El hombre es un error genético, una perversión de la naturaleza. Esa es la razón de nuestros experimentos (…), exterminamos lo inferior y estimulamos lo útil. (…) Cualquiera, con un poco de esfuerzo, puede ver lo que nos espera en el futuro. Es como el huevo de la serpiente. A través de su membrana verás con claridad el reptil perfectamente formado. (El huevo de la serpiente, 1977)

Las mentes más lúcidas de la posguerra, en las décadas de los 50, 60 y 70 del siglo pasado, nos lo advirtieron con mucha claridad. Lo más terrible del régimen Nazi no fue tanto la enorme devastación humana que provocó, sino el germen que permitió su existencia. Junto a El huevo de la serpiente, película de Ingmar Bergman, podemos mencionar también la novela 1984, de George Orwell, como piezas emblemáticas del argumento. A ellas podemos sumar las obras completas de Theodor Adorno, Hannah Arendt, Michel Foucault, Günther Anders, Lopold Kohr, Ivan Illich, por mencionar solo algunas. A riesgo de sobre simplificar, sintetizo el argumento diciendo que ese germen está presente en todo poder tecnocrático que abandona la noción de humanidad como eje rector. Las preguntas más constantes frente a los horrores nazis fueron: ¿cómo fue posible que eso ocurriera? y ¿podría ocurrir de nuevo?

En la década de los ochenta cambió profundamente el mundo y, con él, el pensamiento. Esas preguntas dejaron de obsesionar las mentes y desgraciadamente, en parte por ello, ahora nos acercamos cada vez con más peligro a esa realidad monstruosa. El invento de la computadora personal, primero, y la caída del Muro de Berlín, después, catapultaron el sueño de la globalización neoliberal. El fin de la historia y el último hombre de Francis Fukuyama (1992) fue la más completa expresión de ese sueño. Pero ese sueño ha venido paulatinamente derrumbándose en los últimos 10 años. La euforia por la globalización en la década de los noventa estaba condicionada por uno de los prejuicios más recurrentes, la idea de la historia como un progreso continuo. Era toda una ilusión, sí, de esas que engendran los monstruos.

Quienes están dispuestos a ver la realidad, ahora, quedan azorados por lo que ocurre y por lo que se nos anuncia. El triunfo de Trump y el fracaso de la ideología neoliberal no es un hecho histórico más, está liberando nuevamente a ese embrión que estaba escondido en el proyecto tecnocrático de la modernidad y que ya una vez fue liberado por los nazis: la concepción de la humanidad como una especie de peldaño en una larga escalera, como un evento accidental de la naturaleza que puede ser mejorado eugenésicamente. El supremacismo blanco y la noción del destino manifiesto enarbolada por Trump no son más que expresiones burdas de ese proyecto antihumano. Son burdas tal como el nazismo, porque no convencen desde el pensamiento, sino que se imponen con la fuerza bruta, valiéndose, por supuesto, de aquello que Dietrich Bonhoffer llamó la estupidez humana. Ahí es donde radica su enorme peligro.

¿Cómo puede advertirse que ese peligro es grave e inminente? La guerra abierta ha vuelto y son las grandes guerras las que lo desatan. Tomaré solamente un caso, las palabras de Yoav Gallant, ex ministro de Defensa de Israel, del 9 de octubre de 2023: “He ordenado un sitio total a la Franja de Gaza. No habrá electricidad, comida, combustible, todo está cerrado. Estamos combatiendo animales humanos y actuamos en consecuencia”.

Esa declaración es probablemente la más importante pieza de evidencia con las que cuenta la Corte Penal Internacional para haber ordenado el arresto de Gallant. A pesar de ello, parece que el mundo está más dispuesto a que desaparezca toda la Corte antes que arrestar a Gallant.

Ciertamente, México ya se enfrentó en el siglo XIX al expansionismo supremacista blanco y a la noción del destino manifiesto de los Estados Unidos de América. México fue, en los hechos, el gran dique de contención frente a ese proyecto antihumano que ha anidado desde siempre en el corazón del vecino país del norte. No es gratuito que los países de América Latina hayan considerado a México una especie de hermano mayor. México, todavía hasta el siglo pasado, pudo resistir gracias a la riqueza de sus orígenes. Fue aquí, entre las ideas de Francisco de Vitoria, Alonso de la Vera Cruz, Bartolomé de las Casas, Francisco de Quiroga, entre otros, desde la noción de que el indio es también es persona con la misma dignidad del blanco, que se fue dando forma, no solo a nuestra nación mestiza sino también a lo que, después, se llamaron los derechos humanos.

Sin embargo, transcurrido ya el primer cuarto de este nuevo siglo, tenemos que reconocer que hemos sucumbido. Todavía en 2011, tras el asesinato de Juan Francisco Sicilia y seis de sus amigos, emergió el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad al grito de “¡ni un muerto más!” y en defensa de la dignidad de todas y de todos. Pero fuimos derrotados, la guerra contra el narcotráfico y la noción de que hay vidas que no importan se impuso como forma de vida en nuestro país. Así, en estas circunstancias, hoy que en México hemos perdido el talante humanista que dio origen a nuestra nación, quedan pocas esperanzas para la resistencia frente al supremacismo y la segregación racial.

El peligro no es que la idea de humanidad desaparezca pronto de los relatos científicos. El peligro es que, ahora que la guerra y la estupidez han vuelto a ser hegemónicos, los crímenes del nazismo sean solo un precedente, tal vez el precedente más directo de lo que viene. El reinado del matrimonio Donald Trump-Elon Musk, de una tecnocracia antihumana, puede estar ya augurando que lo peor está por venir.

Imagen en portada
Inferno, Franz Stuck 1908

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