REGISTRO DEL TIEMPO
15/5/2024

La risa digna de la poesía

Armando González Torres

Uno suele acostumbrarse, un poco por la cultura dominante del simplismo y otro poco por la propia complacencia, a un humor degradante, a esa mezcla de pastelazo, albur, escatología e irreverencia predecible que, con pocas excepciones, priva en los medios. Sin embargo, el humor es algo más que la barra cómica de un canal de la televisión y puede resultar un acto civilizador.  Independientemente de sus manifestaciones más pedestres, el humor suele llamar la atención sobre distintas analogías y contradicciones de la realidad y es un ejercicio intelectual exigente, que conlleva diversas implicaciones morales, lógicas y estéticas. Muy conocida es la frase de que el hombre es el único animal que ríe y, efectivamente, en la risa se encuentra un gesto privativamente humano, capaz de cuestionar la realidad, de negarse a la dictadura de lo mecánico y de advertir, mediante el chiste, la ironía o el absurdo, el papel del azar y la imperfección en la configuración del mundo.  El humorismo puede ser, entonces, un humanismo y, como dice Alfonso Reyes, “…la sonrisa es la primera opinión del espíritu sobre la materia. Cuando el niño comienza a despertar del sueño de su animalidad, sorda y laboriosa, sonríe: es porque le ha nacido el dios”.  

Desde la pantomima más elemental hasta la ironía más refinada pasando por las extravagancias, el humor puede expresarse en innumerables situaciones y adoptar las más diversas asociaciones verbales e intelectuales.  Igualmente, el humor puede adoptar diversos matices del gesto, desde la sonrisa, que sería la manifestación subjetiva del humor, hasta la risa, que es su expresión social, pasando por esas formas de humor militante y agresivo que son la carcajada dirigida o la burla concertada. Además, el humor puede cumplir varias funciones en el individuo y en la vida social que van desde la crítica de las costumbres o de la lógica hasta la revelación creativa o el empleo terapéutico de la risa.

Desde los autores de epigramas latinos pasando por Villon, Quevedo, Rimbaud y Lautréamont hasta llegar a los surrealistas, Huidobro, Sorescu o Parra, surca por la poesía una corriente eléctrica de humor, sátira o sinsentido cómico.  Este humor poético ejerce ya sea el simple acto de recreación que hace brotar la sonrisa o la broma metafísica que llama a la perplejidad sobre la condición humana, pasando por la más descarnada y profunda crítica social. Desde los epigramas de Catulo y Marcial, que cuestionan la noción convencional de las relaciones amorosas de su época y se mofan de los poderosos hasta los corrosivos anti-poemas de Parra que inducen a la risotada de protesta, el humor poético es intrínsecamente crítico e introduce en la visión más rígida de la vida la desviación y el accidente de la ironía.

Dada su facultad a la vez escéptica y gozosa, que nos mantiene alertas ante la estupidez solemne y el engolamiento y que nos recuerda los placeres más sencillos, el humor es también terapéutico.  Acaso algo semejante ocurre con ciertos poemas del rumano Marin Sorescu, o con ciertas líneas del inclasificable Antonio Porchia, quienes con su revelación del absurdo metafísico cumplen una operación simultánea de descubrimiento de las fisuras de la realidad y reconciliación con lo vulnerable e incomprensible de la condición humana y con el misterio del mundo.  Piénsese en este bello y sencillo fragmento de Sorescu.

He vendado

Vendé los ojos de los árboles
Con un pañuelo verde
Y dije: búsquenme.

Y los árboles me hallaron en seguida
Con una carcajada de hojarasca.


O piénsese en esas voces de Antonio Porchia que no admiten clasificación en los archivos poéticos, y sólo es posible referirse a ellas como una forma de entonación y sabiduría, en la frontera del refrán metafísico, la poesía y el chiste. Desde su denominación, las voces se distancian de la escritura y aluden ya sea a la experiencia mística que se deja hablar por otras lenguas, ya sea al dicho popular, que recobra la sapiencia de la tribu.  Se trata, en todo caso, de una palabra que nace de una necesidad primigenia y enigmática, una expresión tan sencilla como exigente, tan trágica como humorística, tan personal como anónima.

Cuando me hiciste otro, te dejé conmigo.

En fin, son muchas las funciones liberadoras que cumple el humor; sin embargo, quizá la más importante sea recordarnos nuestra mortalidad y nuestra fragilidad; hermanarnos en el error y la imperfección y enseñarnos, como decía Luigi Pirandello, a compadecer riendo. Por eso, hay que entrenarse con el humor y, de la mano de la gran poesía, aprender a reírse bien, a reírse dignamente, ejercitando el albedrío, la compasión y la inteligencia, pues, sin duda, la calidad de la risa es un espejo del alma.

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