REGISTRO DEL TIEMPO
4/12/2024

La escritura como performance

Luis Xavier López Farjeat

La confluencia entre el islam y la tradición persa hacen de Irán un país único y en muchas ocasiones difícil de asimilar. En El encantamiento de los corderos, una novela de Reza Ghassemi publicada en 2016 por Eximia, una pequeña editorial de Aguascalientes, se percibe esta mixtura de rasgos culturales, frecuentemente en tensión, desde la mirada de un hombre ordinario internado en un hospital. Hay a lo largo de la novela abundantes alusiones a la mitología y la literatura clásica persas, y a la vez —por lo general con un dejo de ironía— referencias a las costumbres y la moral islámicas.      

Ghassemi (1949), un escritor, dramaturgo y músico, nacido en Isfahán, ha vivido en el exilio desde la insurrección popular iraní de 1979. Es, en palabras de Shekoufeh Mohammadi, la traductora de la novela, un escritor errante. Su trabajo ha de entenderse en el contexto de un Irán inmerso en un fuerte proceso de transformación: desde los intentos de Mohammad Reza Pahlavi de modernizar y occidentalizar Irán en el marco de la Revolución Blanca de 1963, hasta el triunfo de la Revolución de 1979 y la instauración de la República Islámica.

Con El encantamiento de los corderos, Ghassemi inventó lo que él mismo denominó “novela en línea”. La primera versión de esta novela fue escrita y publicada simultáneamente en 2002 con un título distinto, El loco y la torre de Montparnasse: durante cuarenta y dos noches, Ghassemi redactó en vivo desde su sitio web con sus seguidores ahí presentes. Con ello, hizo de su proceso creativo una especie de performance. Los lectores leían la novela en tiempo real. Vale la pena reflexionar sobre este gesto ‘exhibicionista’ e incluso impúdico. La escritura suele concebirse como una acción privada, solitaria; en contraste, Ghassemi hizo de un proceso tan íntimo algo absolutamente público. El lector tenía acceso inmediato a los borradores y a las primeras versiones de la novela pero además fue testigo presencial de la génesis creativa. Ese conjunto de borradores, no obstante, serían pulidos y revisados más tarde por su autor antes de convertirse en una novela impresa. Lo que resulta llamativo es que el escritor salía a escena desde su madriguera y comenzaba a improvisar como podría hacerlo un actor de teatro o un músico, mostrando así que también en la literatura caben la improvisación y la composición espontánea. Encuentro en la forma en que Ghassemi concibe los procesos narrativos un símil con la forma de crear en otra de sus grandes pasiones, a saber, la música tradicional persa. También en ésta la improvisación es un recurso característico. La improvisación desplaza los formalismos de la composición abriendo nuevos horizontes y alternativas de expresión. De esta manera las artes, sea la música, la literatura o la actuación, se convierten en una acción experimental con resultados siempre azarosos, imprevistos e incluso, como lo concibió John Cage con su improvisación libre, intercambiables.

La improvisación libre hace de las composiciones algo dinámico y con una estructura un tanto difícil de reconocer. Podría sospecharse incluso que obras musicales —o literarias, como es el caso de El Encantamiento de los corderos— carecen de estructura o al menos se resisten a ella. Sin embargo, la estructura está ahí pero, en vez de determinar y encorsetar las obras, deviene en un armazón flexible, maleable, a veces fragmentario, y, por paradójico que parezca, prescindible. Así sucede en la música tradicional persa, sobre todo con las composiciones para uno de sus instrumentos más característicos, el setar. Quien escuche una pieza para setar, se encontrará con esa extraña combinación de composición e improvisación. No es casualidad que Ghassemi, músico, musicólogo y compositor, sea capaz de allegar y hasta equiparar el arte de la composición musical con el de la composición literaria, todo ello además, con un ingrediente teatral a la altura de nuestros tiempos digitales: Ghassemi redactando online.  

El encantamiento de los corderos llama la atención, no sólo por su peculiar proceso creativo, sino también por la sorprendente fusión de ciertas tonalidades narrativas emergidas de la épica persa, con recursos literarios más bien contemporáneos. El narrador, el sujeto aquél sometido a las torturas propias de un hospital, se deprime en su cama, fantasea con la enfermera, evoca a los fantasmas de su pasado, cavila sobre la construcción de un instrumento mágico —un setar, claro— que habrá de ser construido en cuarenta pasos y será capaz de reproducir los sonidos del paraíso. Esos sonidos son los de las alegrías pasadas. Muy probablemente son notas de nostalgia.

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