REGISTRO DEL TIEMPO
19/6/2024

Habermas y su política deliberativa

Cecilia Coronado

Jürgen Habermas, uno de los pensadores más influyentes de la segunda generación de la Escuela de Frankfurt, ha realizado una contribución significativa al desarrollo de la teoría crítica. Su trabajo, que integra la teoría general de la ciencia, la hermenéutica y la filosofía contemporánea del lenguaje, ha ampliado y en ocasiones desafiado las ideas de sus predecesores como Horkheimer, Adorno y Marcuse. Habermas, quien trabajó en el Instituto de Investigación Social entre 1955 y 1959, es conocido por su capacidad para sintetizar y expandir las ideas de la teoría crítica en una propuesta más inclusiva y aplicable a la sociedad contemporánea.

En su 95 aniversario, viene al caso reflexionar sobre sus contribuciones sobre todo en un mundo marcado por el creciente pluralismo, la globalización y las tensiones democráticas. Habermas argumenta que, ante las condiciones modernas caracterizadas por el multiculturalismo, el pluralismo y la globalización, la democracia es el modelo político más adecuado. No obstante, formula algunas objeciones a la democracia actual. Por un lado, señala su limitada capacidad para generar solidaridad entre individuos desconocidos. Por el otro, critica que los resultados democráticos no son verdaderamente neutrales, ya que el principio de mayoría se basa en una constitución ciudadana contingente. Estas decisiones de la mayoría pueden, a veces, reflejar más los temores y las autoafirmaciones de una clase en declive que los intereses generales socavando así la legitimidad de las instituciones democráticas.

Aunque imperfecta, Habermas defiende que la democracia es la mejor opción disponible bajo las condiciones modernas. Para superar sus deficiencias, sugiere la educación de los individuos hacia la aceptabilidad racional de las regulaciones, basada en intereses generalizados, orientaciones valorativas compartidas y principios fundamentados. Este enfoque se apoya en las capacidades comunicativas de las personas. Los acuerdos comunicativos buscan incluir a aquellos grupos que por lo general quedan fuera de las decisiones políticas. Según Habermas, el consenso es auténtico solo cuando todas las alternativas políticas tienen las mismas oportunidades para dirigirse al público y son discutidas racionalmente por los participantes. Su política deliberativa se basa en la formación democrática de la opinión y la voluntad comunes, evidenciada en las elecciones generales y las resoluciones parlamentarias. Sostiene que no hay Estado de derecho sin democracia, y que el proceso democrático debe apoyarse en condiciones comunicativas que produzcan resultados racionales a través de un enfoque deliberativo. Este proceso implica una interconexión entre negociaciones, discursos de autocomprensión y discursos sobre la justicia, con la presunción de que estas condiciones generan resultados equitativos. Además, subraya que la opinión pública, transformada en poder comunicativo mediante procedimientos democráticos, no puede gobernar directamente, sino que debe orientar el uso del poder administrativo hacia canales específicos. Para que la política sea verdaderamente inclusiva, depende de una red comunicativa dentro de una esfera pública política compartida, apoyada por una sociedad civil activa con grupos de interés, organizaciones no estatales y movimientos ciudadanos.

Un aspecto central de la política deliberativa de Habermas es la integración de la autonomía pública y privada. La autonomía pública se ejerce en un contexto de proceso democrático discursivo que respeta la autonomía privada a través de derechos fundamentales. Los ciudadanos sólo pueden ser autónomos si se entienden como autores de las leyes a las que están sujetos. Así, la participación ciudadana en los procesos legislativos es crucial para garantizar que las decisiones sean racionales y justas.

En este contexto, Adela Cortina señala que algunos autores, seguidores de Habermas, por ejemplo Dryzek, defendieron inicialmente una democracia discursiva como una forma de democracia radical. Estos autores, convencidos del valor de la ética del discurso elaborada por Apel y Habermas, aplicaron el núcleo discursivo a la política. Dryzek prefiere el término “democracia discursiva” al menos por tres razones: primero, la deliberación puede ser un procedimiento individual mientras que el proceso discursivo es necesariamente social e intersubjetivo; segundo, la deliberación parece remitir a una argumentación serena y razonada, mientras que el proceso discursivo incluye otras formas de comunicación; tercero, el término discurso abarca tanto la tradición de Foucault como la de Apel y Habermas. Sin embargo, Cortina critica que el proceso discursivo no necesariamente incluye diversas formas de comunicación, como narraciones o testimonios, que la deliberación debería integrar aunque los argumentos sean clave para la decisión final. Los defensores de la democracia deliberativa como Barber y Rawls señalan que la deliberación es indispensable para la política democrática. En este modelo, la legitimidad democrática se basa en la capacidad de los ciudadanos para deliberar auténticamente sobre decisiones colectivas. La deliberación transforma las preferencias iniciales y modula una voluntad autointeresada, generando una voluntad común. Esto implica una intersubjetividad potenciada en las redes del lenguaje y un compromiso con la justicia y la racionalidad dialógica.

Jürgen Habermas aboga por un modelo de democracia deliberativa que busca minimizar la discriminación y promover la inclusión de todos los grupos culturales en el proceso político. Esto se logra mediante una correcta comunicación y el desarrollo de un lenguaje político común. La relación entre la democracia y el Estado de derecho debe ser entendida como interdependiente, donde un ordenamiento jurídico equitativo asegura la autonomía de todos los ciudadanos. La participación intersubjetiva y continua en el discurso político es esencial para alcanzar una sociedad justa y libre.

La obra de Habermas es de suma relevancia para el contexto actual al ofrecer herramientas conceptuales para abordar las tensiones democráticas contemporáneas. En un mundo donde las democracias enfrentan desafíos como la polarización política, la desinformación y la exclusión de minorías, la teoría de la democracia deliberativa proporciona un marco para reimaginar la democracia no como un conjunto estático de instituciones, sino como un proceso dinámico y participativo en el que todos los ciudadanos tienen voz y voto. Jürgen Habermas nos recuerda que la democracia no es solo un mecanismo de toma de decisiones, sino un proceso comunicativo que debe ser inclusivo, racional y orientado hacia el bien común.

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