Falta una historia sociológica del ensayo moderno que entre otros asuntos, permita precisar en qué circunstancias se ha desarrollado preferentemente esta forma y determinar cuáles han sido los principios que han decidido sus variaciones más significativas desde el siglo XVI hasta hoy.
La historia de cada forma nunca ha sido en verdad fortuita, sino, al contrario, siempre ha estado configurada por esas transformaciones que constantemente ocurren en los estrados más profundos de una sociedad. Siempre que una sociedad se “altera”, no se modifican solamente las instituciones, normas e ideas, sino, además, las formas, los estilos y las escrituras.
El análisis más sumario de los principales ensayistas modernos (Montaigne, Bacon, Diderot, Nietzsche, Ortega, Benjamín) insinúa, con alguna regularidad, que la forma ensayística se ha desarrollado preferentemente cada vez que, a raíz de una transformación o perturbación social, algunos individuos se percatan de que ninguno de los sistemas de pensamiento aceptados o instituidos pude ofrecerles una respuesta válida a los nuevos problemas ocasionados por esa modificación de la sociedad.
La nueva realidad, en efecto, enmudece al saber transmitido e invalida a la mayor parte de los usos sociales, obligando a cada ensayista a buscar una respuesta que le falta. Hasta la propia historia del ensayo le resulta, de este modo, problemática o incierta forzándolo a interrogarla a la luz de sus propios problema como ha ocurrido con los Ensayos de Montaigne durante el siglo XX.
No es un azar, por consiguiente, que el nombre del primer ensayista moderno no sólo no haya desaparecido en nuestros días, sino que, al contrario, como lo indicaba recientemente Christiane Boutaudou, se observa últimamente una “manifiesta aceleración” en sus apariciones los textos de nuestro tiempo. Hoy se estudia, se cita y invoca a Montaigne cada vez que se trata de discutir nuestros problemas y, por ende, nuestros apremios.
