El resentimiento es una actitud que se caracteriza por la rumiación dolorosa, el enojo insatisfecho y la perplejidad frente a un mal o una ofensa que se considera inmerecida. Se trata de una actitud que, a menudo, genera desdicha para su portador y que implica cierto grado de autoagresión. El resentido es un obseso que busca una retribución a la afrenta, un desposeído que encuentra su único consuelo en emprender, o imaginar, la destrucción de aquello que lo destruyó. El resentimiento es una memoria emponzoñada por el agravio; una mente fija, incapaz de salir del eterno presente de un momento traumático. El resentimiento y la búsqueda de venganza han ilustrado algunos de los caracteres más significativos del mito y la literatura desde la dinastía micénica de los Tántalo, Pélope, Tiestes, Atreo, Agamenón y Orestes hasta el capitán Ahab, pasando por Hamlet. Se ha señalado, con cierta razón, que el resentimiento contribuye a la prolongación de las cadenas del horror vindicativo y que envenena el alma de sus portadores. Por eso, una utopía moral erradicaría el resentimiento y estaría plagada de perdón y olvido. Sin embargo, tanto el resentimiento como el perdón son reflejos morales absolutamente individuales, cuya aparición se opera de manera espontánea, a veces contra toda lógica jurídica o argumento racional (se llega a excusar a quien no lo merece y se perdona lo imperdonable).
Los sentimientos de agravio o perdón están llenos de conflictos, dubitaciones y contradicciones y su emergencia corresponde al más íntimo albedrío o a la fe religiosa. Tanto el oscuro resentimiento que albergan ciertos individuos, como el luminoso perdón que otorgan otros son milagros de la conciencia y su valor de uso no puede generalizarse. Por eso, para evitar las imprevisibles secuelas de la apreciación personal de la afrenta, tanto los estados laicos como los marcos jurídicos modernos tienden a fijar un acervo de reglas y castigos que son de aplicación general. No corresponde a lo jurídico, ni a ningún poder político (y ese conflicto está ampliamente ilustrado en la literatura), inducir determinados perdones o resentimientos, sino garantizar un sistema de justicia uniforme y eficiente. Por lo demás, el resentimiento no siempre es inútil o patológico y algunos individuos (piénsese en supervivientes del Holocausto como Paul Celan, Jean Améry o Primo Levi) lo adoptan como un medio doloroso, prácticamente suicida, pero indispensable para evitar la narcotización de la memoria. Porque, ante el mal inexplicable, atroz y gratuito, el único consuelo del que carece de justicia es el recuerdo (a menudo autopunitivo) que evita la total impunidad de la falta. Olvidar y comenzar de nuevo no siempre es sano, o posible, y como dice T.W. Adorno, la famosa frase “todo está bien, como si nada hubiera pasado” que aparece en el Fausto de Goethe, “es pronunciada por el diablo para revelarnos su principio más íntimo: la destrucción de la memoria”.