REGISTRO DEL TIEMPO
24/4/2024

El cuerpo bipartito de la Iglesia

Javier Sicilia

En El misterio del mal. Benedicto XVI y el fin de los tiempos, Giorgio Agamben analiza el sentido escatológico que guarda el símbolo de la renuncia de Benedicto XVI al papado. Según él, citando las tesis de Ticonio (Siglo IV) —sin el cual San Agustín no habría podido escribir La ciudad de Dios—, para Benedicto XVI, el cuerpo de la Iglesia tiene dos aspectos dentro de sí: uno culpable y otro bendito, uno que pertenece al César y otro al Cristo. Ese doble aspecto, que interactúa conflictivamente en la historia, será dividido al final de los tiempos. Si algo mostró la visita de Francisco a nuestro país en 2016 fue ese drama. Por un lado, vimos a un Papa que, en sus homilías, habló desde el lado bendito. Por el otro, a un Papa que, en su departir con los poderes del mundo, habló desde el lado culpable. Ese drama, visto, según Agamben, con toda claridad por Benedicto XVI, lo hizo renunciar al papado. Con ello mostró, simbólicamente, que la verdadera Iglesia, la que aparecerá al final de los tiempos, no pertenece al mundo y, por lo tanto, debe morir a él. 

Sólo otro papa, Celestino V (Angeleri di Murrone), sobre cuya tumba el propio Benedicto XVI depositó su palio 4 años antes de su abdicación, hizo lo mismo en el siglo XIII. Ambos, en su renuncia, esgrimieron argumentos semejantes: debilidad del cuerpo. Ambos, sin embargo —lo sabemos por fuentes antiguas y ahora por Agamben—abdicaron, en su fondo, por la corrupción de una buena parte de la Iglesia.

La tradición, que, a fuerza de preservar el poder, perdió el sentido escatológico del cristianismo, ha definido el acto de Celestino y, en por extensión, el de Benedicto, como il gran rifiuto (“el gran rechazo”). La definición parece provenir del Canto III del infierno de Dante, conocido como el “Vestíbulo”, en donde habitan “aquellos que vivieron sin infamia y sin honor”, los cobardes.  Esa tradición, ha querido ver en el terceto 19 —que en una traducción muy literal dice: “Después de haber conocido a algunos, / me fijé más y vi la sombra de aquel/ que por vileza hizo la gran renuncia”— la figura de Celestino V. Yo tengo para mí que Dante se refería a Pilato, que se negó, por cobardía, a evitar la crucifixión de Cristo. En realidad, tanto Celestino V como Benedicto XVI, han sido valientes. Su acto no sólo alude a ese cuerpo bipartito de la Iglesia del que Ticonio habla al interpretar la segunda carta de San Pablo a los tesalonicenses (2: 1-11), sino también a esa escisión que, según la misma carta, sucederá al final de los tiempos. El mensaje de ambos no es el anuncio del final de los tiempos, del que, como dice Jesús en el Evangelio, “nadie sabe ni el día ni la hora” (Mt. 24: 36), sino la afirmación de que debemos elegir de qué lado se está en relación con el propio fin que siempre está allí, sobre todo en los momentos más críticos de la humanidad o de nuestras vidas. Quien mejor lo mostró fue un poeta, Constantino Cavafis, en un poema escrito en 1911, Che fece… il gran rifiuto, cita del último verso del terceto referido de Dante. Lo reproduzco en la versión de Cayetano Cantú: “Para algunos el día llega/ en que tienen que dar el gran ‘SÍ’ o el gran ‘NO’. / Quien tiene el ‘Sí’ dispuesto, / sobresale de inmediato y entra / al glorioso camino de sus convicciones. // El que rehúsa, nunca se arrepiente; / si de nuevo le preguntan, repetirá: ‘NO’; / y sin embargo, ese ‘NO’ es la derrota de su vida”; la derrota de su vínculo con el mundo y sus poderes, pero el triunfo de su vínculo con el sentido último y primero de la vida que es lapobreza del amor. 

El acto de Celestino V y de Benedicto XVI es sólo uno de los elementos del drama histórico entre el bien y el mal en el cuerpo mismo de las instituciones. El otro es el del mundo y sus poderes. En ese drama, dice Agamben, el último día, coincide con el presente, con el tiempo de ahora en el que la naturaleza bipartita de la Iglesia y de todas las instituciones profanas, que son sus herederas seculares, llega a su develamiento apocalíptico. En ese drama, siempre en curso, cada uno estamos llamado a elegir nuestro lugar, sin reservas ni ambigüedades. 

Además, opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los Le Barón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a México.

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