Bernardo Ortiz de Montellano (1899-1949) es un escritor de bajo perfil dentro del célebre grupo de Contemporáneos: director eventual de la revista que les dio nombre y partícipe de muchas de las principales publicaciones culturales de su tiempo, su figura se ha difuminado. Esto se debe un tanto al extraordinario brillo de algunos de sus compañeros, otro tanto a la falta de organicidad de su obra, pero, sobre todo, a los injustos azares de la recepción literaria. Aunque su memoria apenas se conserva en la adición inercial de alguno de sus poemas a las antologías del grupo, Ortiz de Montellano es mucho más que un poeta intermitente o un operador de los proyectos colectivos de Contemporáneos: publicó en vida varios libros de poesía; escribió cuentos y crítica e hizo estudios panorámicos sobre la literatura de su época y sobre el pasado literario colonial y prehispánico. Como poeta, Ortiz de Montellano practica tonos oscilantes entre el nacionalismo y la vanguardia surrealista. Sus primeros libros abordan, con elegancia y un guiño de inteligencia, el paisaje nacional y exploran el colorido y la simplicidad de las formas menores, anónimas y populares, como la adivinanza o los juegos infantiles. Sin embargo, su faceta más conocida es la de explorador del sueño: como en Xavier Villaurrutia, en Ortiz de Montellano la facultad visionaria del sueño y su contigüidad con las experiencias límite del erotismo o la muerte lo hacen un instrumento para indagar en el propio “yo”, en el mundo e, inclusive, en el futuro. El romanticismo y, luego, el psicoanálisis son movimientos que insertan el sueño en los dominios de la estética y la ciencia. El sueño puede ser adivinación y evasión, pero también indicio y especulación.
Sueños, de 1933, es acaso el libro de Ortiz de Montellano que tuvo mayor respuesta crítica y el que contiene su poema más antologado (“Segundo sueño”) y el más enigmático (“Primero sueño”). Ciertamente, el poema primero sueño destaca no sólo por su factura, sino por su leyenda: Ortiz de Montellano relata un sueño en el que, acompañado de un “poeta andaluz”, camina por el río Consulado de la ciudad de México cuando de pronto son rodeados por sucesivas congregaciones de indios, algunos montados en enormes caballos de madera, que a la orden de un general abren fuego contra ellos. El escritor aseguraría años más tarde que el poeta andaluz que le acompañaba en su sueño era Federico García Lorca y se sorprendería de esta supuesta premonición poética que se hizo trágicamente efectiva en 1936. Por suerte, más allá de esa pregonada casualidad, la exploración de Ortiz de Montellano por el sueño rebasa la mera búsqueda de videncias y su valor radica en una sobria afición experimental basada en el dominio de la forma y el sentido de la musicalidad y la imagen. De hecho, si bien hay una vertiente mágica y visionaria del sueño, también hay otra en que este acto complementa la razón, aclarando algunos de sus enigmas. Sin duda, a esta vertiente se orienta Ortiz de Montellano en su cultivo de la epistemología del sueño, con la que busca unir el mundo onírico con el empírico. En efecto, los sueños de Ortiz de Montellano son mucho más una experiencia especulativa que un profetismo surrealista. Muchos descubrimientos depara este célebre desconocido, cuya silueta fantasmal apenas se ha sostenido frágilmente adherida al entramado de prestigios de su generación.