El mundo se prepara para la Guerra. De darse esa gran guerra, sería todavía mucho peor que las dos primeras guerras mundiales. René Girard nos advirtió, a principios de este siglo, sobre la previsible escalada mimética a los extremos entre las dos grandes superpotencias de nuestro tiempo, China y los Estados Unidos de América. En su libro “Clausewitz en los extremos” (Girard 2010), que recoge una larga conversación en 2006 con Benoît Chantre, menciona que la más temible respuesta de Oriente a Occidente, mucho más que del extremismo islámico, vendrá de China en las próximas décadas. Hoy, que los acontecimientos cada vez más alarmantes se precipitan a nuestro alrededor, hay quienes alertan que esa terrible conflagración podría ocurrir incluso antes de que termine la actual década. Quien no sienta hasta en los huesos el estremecimiento profundo que provoca esa posibilidad, es porque no está poniendo suficiente atención.
El régimen en el poder en China lo tiene claro. Ahora que Donald Trump ha desatado una guerra comercial, el gobierno de Xi Jinping ha dicho, con todas sus letras, que está dispuesto a librar la guerra “en cualquier terreno” y que va a luchar hasta el final. Lo que hace tan temible la respuesta China a la agresión estadunidense, según lo adelantó Girard, es que China conoce y domina el mimetismo. “Los chinos, que tienen una antigua cultura militar, teorizaron hace ya tres mil años que es necesario usar la fuerza del adversario para devolverla mejor” (Ibid, 77). Así, mientras que los Estados Unidos despliegan su poder militar a sus anchas por todo el mundo, China parece esperar, agazapada, el momento oportuno en el que considere que podría salir victoriosa si toma la iniciativa.
¿Qué significa esto para nosotros, los millones de personas que observamos lo que no quisiéramos que estuviera ocurriendo? ¿Cómo responder si tampoco queremos cerrar los ojos o mirar para otro lado, a pesar de que pensar en lo que ocurre sea profundamente perturbador? Como en tantas otras circunstancias, la no-violencia del Mahatma Gandhi y su rechazo radical a la guerra ofrecen mucha luz para enfrentar lo que viene. Sin embargo, desgraciadamente, esa doctrina podría no ser suficiente frente al tremendo desafío existencial que nos aguarda. Si nos tocó vivir en un tiempo en el que pensar la realidad quita el sueño, es tiempo de convertir el insomnio en vigilia, en este caso, en una vigilia interior frente a un profundo y abisal dilema ético que está a la vuelta de la esquina. Es mejor, también nosotros, prepararnos.
Durante más de cinco décadas, al menos desde la guerra de Vietnam hasta la de Afganistán, pasando por supuesto por la invasión de Irak y los cínicos apoyos a las dictaduras militares en América Latina, muchos pueblos del mundo han sido víctimas de una larga cadena de atrocidades cometidas por el ejército de los Estados Unidos. Desde un cierto punto de vista, podría llegar a pensarse que el momento de saldar las cuentas ha llegado, pues China se propone instaurar lo que llama un nuevo orden mundial que ponga fin a la hegemonía estadunidense. Sin embargo, no podemos dejar de prestar atención al hecho de que, con el ascenso de China como súper potencia mundial, lo que se advierte no es el advenimiento de un proceso de justicia internacional para reivindicar a los pueblos, sino un régimen de control y dominación infinitamente superior al actual.
Las posibilidades para el control social que ofrecen las nuevas tecnologías de la información, y que según Iván Illich constituyen la metáfora central de la nueva era de los sistemas, están siendo ampliamente explotadas por el régimen en China para consolidar y ampliar su poder. En apariencia, esto ha provocado una densa cohesión social interna que hace pensar que, si aludimos a la metáfora del choque entre una piedra y un huevo, China será la piedra y los Estados Unidos el huevo. Pero, ¿en qué se basa esa aparente cohesión interna que le daría al país asiático una densidad indestructible?
En el informe “Rompe su linaje, rompe sus raíces: Los crímenes de lesa humanidad en China contra los Uigures y otros musulmanes de raíz turca”, publicado en 2021, Human Rights Watch documenta la terrible opresión del gobierno Chino sobre la etnia mayoritaria de religión musulmana, en la región autónoma de Xinjiang, al noroeste del país. Lo que ahí se documenta debería hacer sonar las alarmas del mundo entero. No se trata de un informe cualquiera sobre abusos a los derechos humanos en una parte del mundo. Expone lo que China es hoy, un país que es víctima de un brutal régimen totalitario perfectamente logrado. La manifestación más evidente de esta realidad está probablemente en los famosos campos de “reeducación”, donde previsiblemente han sido encerrados entre uno y dos millones de Uigures y musulmanes de raíz e idioma turco, y donde se practican de manera sistemática la tortura, la violencia sexual, la desaparición forzada, la separación de los niños de sus familias, la esterilización forzada y los tratos inhumanos, crueles y degradantes. Se trata de un encierro cruel y de una hipervigilancia absoluta que hace pensar, aterradoramente, en las escenas distópicas de la famosa serie El juego del calamar. Han pasado cuatro años desde aquel informe y ahora sabemos todavía menos sobre lo que ocurre en aquella región. Cuando Occidente estaba comenzando a investigar y a levantar las lápidas de silencio que el régimen chino ha colocado sobre su política “antiterrorista” y “antisepartista” en Xinjiang, llegaron las guerras en Ucrania y Medio Oriente, que desviaron la atención internacional a temas más urgentes y volvieron más denso todavía ese silencio.
Pero la realidad está ahí y la política de unificación total en China, como la que se ha practicado también en el Tíbet y en Hong Kong, avanza y apunta ahora a Taiwán. El desafío ético, en este sentido, es probablemente similar al más difícil que tuvo que enfrentar Gandhi a lo largo de su vida: el ascenso del Nazismo y la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué postura debemos tomar, desde la no-violencia, para hacer frente a un régimen totalitario cuya misma naturaleza le llevará, muy probablemente y tal como ha ocurrido antes, a hacerle la guerra al mundo?
El totalitarismo no es solo un tipo de tiranía, es una bestia apocalíptica.
(Continuará… eso espero)
Referencias
Girard, René. 2010. Clausewitz en los extremos. Política, guerra y apocalipsis. Madrid: Katz editores.