La historia de las grandes mujeres es larga; también ha permanecido oculta o, cuando está presente, soslayada. Es el caso, para remontarnos a una de nuestras raíces occidentales, de Diotima de Mantinea y Aspasia de Mileto, dos de muchas grandes mujeres que vivieron en Grecia entre los siglos V y IV a de C. Ambas fueron celebradas por Sócrates en los Diálogos de Platón. La primera, a quien el maestro de Platón admiraba mucho, era sacerdotisa y vidente. No sólo, dice Sócrates, prescribió una serie de sacrificios en Atenas que la libraron de una plaga que la agobiaba desde hacía diez años. Su tesis sobre el amor, que aparece, junto con estos escasos datos en el diálogo conocido como “El Banquete”, es el fundamento de la metafísica y la mística occidentales. Contra lo que podría pensarse, ni Sócrates ni Platón, cuya misoginia es bastante conocida, se apropiaron de sus reflexiones. Por el contrario, le reservaron el sitio de honor en ese banquete de hombres: “Quiero referirte [Agatón] la conversación que tuve con una mujer de Mantinea, llamada Diotima […] todo lo que sé sobre el amor se lo debo a ella”. Por desgracia, pocos han reparado en ello. Pese a la precisión que de la autoría de ese saber fundamental hacen Sócrates y Platón, la historia de la filosofía se refiere a ellos como sus autores.
A Aspasia, contemporánea de Diotima, Sócrates —que, llevaba a sus discípulos a visitarla y disfrutaba conversar con ella—, la llamaba “maestra”. Aristófanes, Jenofontes y Plutarco hablaron también de esa extraordinaria mujer. Pertenecía al mundo de las hetairas. No prostitutas, como suele creerse, sino una especie de escorts, pero de amplísima cultura. Mujeres —dice Irene Vallejo— “verdaderamente libres”, cuyo “enamoramiento transgresor sacudió las esferas del poder”. Ante el escándalo de su pueblo, Pericles se casó con Aspasia después de separarse de su primera esposa. Hasta la muerte de ese genio político, ella —valga el anacronismo— fue la primera dama de la mítica democracia ateniense. Lo que el machismo de Grecia quiso sepultar bajo una rehíla de insultos, de los que nos han llegado algunos a través de Vidas paralelas de Plutarco , “es que la inteligencia de Aspasia ayudó a Pericles —dice Vallejo— en su carrera política […] Según Platón escribió discursos para su marido; entre ellos el famoso discurso fúnebre donde defendía apasionadamente la democracia”. Al igual que la metafísica y la mística de Occidente le deben casi todo a los argumentos de Diotima; la democracia moderna le debe mucho al pensamiento de Aspasia, cuyos escritos, por desgracia, “se perdieron o se atribuyen a otros”.
Mujeres como Diotima, Aspasia e Hiparquia de Maronea —otra impresionante mujer que, amante del cínico Crates, asumió el pensamiento y la vida de esos filósofos; se dice que como Crates vestía con harapos y con él hacía el amor en plena calle— inspiraron esos personajes de la literatura de entonces, como las entrañables Antígona, Lisitrata, Praxágora, el personaje de Las asambleístas de Aristófanes, y la furibunda, terrible y espantosa Medea.
No eran feministas, como el anacronismo de algunas de ellas suele atribuirles. Sino mujeres que se plantaron frente al atávico machismo que recorre la historia y, a veces solas, a veces al lado de hombres tan libres como ellas, tomaron su sitio para iluminar el mundo. Estamos en deuda con ellas y esa deuda exige reescribir una buena parte de nuestra historia, empezando por ese viejo adagio que reescribo: “Detrás de cada gran mujer hay un gran hombre” y en medio de ellos, diría mi querido Mauricio Ashar, “un marido que está chingue y chingue”.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra en México y en Gaza, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los Le Barón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a Morelos