En el capítulo “Homer Defined” de la tercera temporada de Los Simpson, Homero detiene una fusión nuclear tras apretar, aleatoriamente, el botón adecuado. Más tarde, repite la misma hazaña en la planta nuclear de Shelbyville, con igual ineptitud, frente al Sr. Burns y Aristóteles Amadópoulos. Este curioso éxito le vale tanto el desprecio como la admiración de la gente, y da origen a la expresión “hacer un Homero” (to pull a Homer), que describe el curioso fenómeno de lograr un buen resultado, no por habilidad, sino mediante la estupidez. Sin ser sinónimo de suerte o simple fortuna, la frase apunta a la extraña habilidad de alguien para alcanzar éxitos improbables a través de la incompetencia.
En el mundo del fútbol mexicano, el Cruz Azul parece haber invertido esta lógica. Mientras Homero es la definición de logros accidentales, el Cruz Azul es el paradigma de los fracasos insólitos, como lo confirma su más reciente derrota 3-4 ante el flamante campeón, el Club América, el pasado domingo 8 de diciembre. Lo que parecía ser una hazaña memorable se desmoronó en apenas dos minutos: tras empatar el partido en el minuto 86, un penal cometido por Carlos Rotondi devolvió la ventaja al América, sellando otra de las “glorias que nunca fueron” de La Máquina. Aunque para los aficionados celestes la derrota no sorprende, ciertamente, duele. No es su primer baile, pero cada temporada creen que será el último… hasta que vuelve a suceder.
Cualquier fanático del fútbol hace una considerable inversión emocional en su equipo. La mayoría de las veces, la recompensa de esta inversión es la tristeza o desilusión: al final de cuentas, hay un solo ganador en cualquier competición. De ahí que Juan Villoro confiese en Balón dividido (2014) su estoicismo pambolero al comprender “el éxito [en el fútbol] es un invitado recurrente, pero no ocupa la cabecera”. De manera parecida al éxito de las máquinas tragaperras, la gloria en el fútbol viene precedida por múliples sinsabores. Sin embargo, puede argumentarse que la afición al Cruz Azul escapa a está lógica de recompensas intermitentes. El aficionado cementero es un mártir que voluntariamente abraza la desgracia en nombre de un bien mayor. La historia de su equipo lo ha hecho —tomando prestadas palabras del propio Villoro— “un profesional de la tristeza”; no tanto porque el Cruz Azul gane poco, sino porque pierde espectacularmente.
El Cruz Azul ha hecho de lo improbable una rutina. Para cualquier otro equipo, desperdiciar ventajas o sucumbir en el último minuto sería un accidente, una anomalía en el curso de su historia. Para el Cruz Azul, sin embargo, estas derrotas no son excepciones: son su identidad. Esta habilidad del Cruz Azul para perder de formas inverosímiles es de tales dimensiones que ha acuñado el verbo “cruzazulear”. Este término irónico encapsula la espectacular frecuencia y dramatismo con los que el equipo celeste fracasa en alcanzar sus objetivos. No es solo la improbabilidad del resultado lo que define el “cruzazulear”, sino la relativa incompetencia que lo hace posible. Basta mencionar, por ejemplo, la final perdida ante Monterrey en el Clausura 2009, a pesar de haber iniciado con un 3-1 a favor en la ida, o la fatídica final contra el América en el Clausura 2013 en la cual el Cruz Azul fue alcanzado en el marcador (2-2) a siete minutos del final, para finalmente sucumbir en la tanda de penales. En total, el Cruz Azul acumula 12 subcampeonatos; más que cualquier otro equipo en México. Y aunque sus 9 títulos de liga lo sitúan como el cuarto club más laureado de México, los dos únicos campeonatos obtenidos desde 1980 (Invierno 1997 y Clausura 2021) parecen una excepción en la larga serie de fracasos y expectativas incumplidas.
El palmarés del Cruz Azul ha quedado reducida a la caricatura de un club marcado por sus infortunios. En el corto plazo, ninguna victoria ni campeonato parece capaz de desmontar esta imagen. Esto coloca a los jugadores y directivos celestes en un escenario completamente adverso e ingrato, donde un nuevo fiasco no sorprenderá a nadie, mientras que cualquier eventual éxito será percibido, inevitablemente, como “un Homero”.