Hay un canal de YouTube que se llama “Sustainable Human”. El nombre tiene algo de chocante, pero ha ido reuniendo videos estupendos, con buenos guiones, aunque en ese registro que pellizca la pleura, mientras suena alguna musiquita melancólica, para mejor molernos el corazón con la mano del metate. Es detestable que se apele a la culpa de la especie humana para hacer sentir moralmente superior al espectador. Imperdonable… pero uno cae. Ni modo.
Ya luego regresa la cabeza a su lugar pensante y pone en su lugar a la condición de “sintiente” (uno de los vocablos más despreciables del habla de moda). El caso es que hay dos videos notables. El primero, How Wolves change rivers (“Cómo los lobos cambian los ríos”) muestra cómo la reinserción de unos lobos, que los humanos habían casi extinguido, reconstruye todo el ecosistema y hasta cambia la geografía. Genial.
El segundo, How whales change climate (“Cómo las ballenas cambian el clima”) muestra lo mismo con las ballenas, otros grandes depredadores. Suelen descender a la oscuridad de los abismos para alimentarse de krill (en español, “eufausiáceos”… pero hay que estar idiota para preferir la corrección: se llama kril y, así, además, ponemos una nueva palabra con k en el diccionario) y, al ascender, defecan “vastas nubes de popó” en aguas superficiales. Expuesta al sol, donde es posible la fotosíntesis, la caca de ballena produce plancton y consume bióxido de carbono de la atmósfera. Palian el cambio climático. Increíble.
Los cazadores americanos supusieron que, sin lobos, abundarían las bestias que los lobos depredaban; los pescadores japoneses argüían que, entre menos ballenas, mayor abundancia de pesca. Falso y falso, hasta casi la catástrofe. Resulta que los grandes depredadores son indispensables para mantener la proporción y la compensación en las cadenas alimenticias (red trófica).
Los videos son magníficos, pero quizá su mayor valor es que desafían los esquemas de pensamiento que los tres siglos pasados privilegiaron: la necesidad incuestionada de describir mundo y naturaleza según un esquema mecánico de causa y efecto. Junto con otros desarrollos, como las carreras de ingenierías ecológicas, comienzan a cambiar de polo las tentaciones sentimentales de ver la ecología como el repositorio de “las almas bellas” (con ese uso peyorativo que les dio Hegel), para colocarlas en un desafío intelectual: pensamiento complejo que no puede descansarse en una mecánica lineal, sino que exige imaginación y uso extensivo de analogías.