“Perdóneme, he padecido tanto tiempo en silencio… en silencio… ¿Estuvo usted con él… hasta el fin? Pienso en su soledad. Nadie cerca que pudiera entenderlo como yo hubiera podido hacerlo. Tal vez nadie que escuchara…”
“Hasta el fin”, dije temblorosamente. “Oí sus últimas palabras…” Me detuve lleno de espanto. “Repítalas”, murmuró ella con un tono desconsolado. “Quiero… algo… algo… para poder vivir.”
Estaba a punto de gritarle: “¿No las oye usted?” La oscuridad las repetía en un susurro que parecía aumentar amenazadoramente con el primer silbido de un viento creciente. “¡Ah, el horror! ¡El horror!”
Este diálogo final entre la esposa de Kurtz —el expedicionario agente comercial europeo que se adentró en las entrañas del Congo belga— y Marlowe, el narrador de “El Corazón de las Tinieblas”, en el ya clásico relato de Joseph Conrad —mismo que Francis Ford Coppola reelaboró como el monólogo de Marlon Brando en su versión adaptada a la guerra de Vietnam en Apocalypse Now— resume quizás lo único que se pueda decir sin controversia de los acontecimientos en Oriente Medio desde el fatídico 7 de octubre. Al igual que la mujer de Kurtz, no estamos preparados para imaginar siquiera esas palabras postreras como el fin del relato, en este caso, del de nuestra especie y que bien puede ser su epitafio.
Supongo que soy uno entre muchos de los que comenzamos a rehuir los noticieros y las coberturas de los enviados especiales, así como evitar hacer del asunto tema de conversación con cercanos al mismo tiempo que sabemos que es el elefante de la habitación de los días que se convierten en semanas y meses. Preferimos seguir siendo banales por salud mental y dejarnos arrastrar por banalidades que ya no son meras distracciones sino nuestra segunda naturaleza. No recuerdo un estado anímico así, ni siquiera después del 9-11, para no hablar del detonado por cualquiera de la colección de horrores en los que se ha vuelto pródigo nuestro país desde las muertas de Ciudad Juárez en adelante, es decir, desde hace treinta años y contando.
El horror mexicano tiene el sello de la bajeza y la vulgaridad que lo impregna todo, música, lenguaje, política. Es profundamente banal más que en el sentido arendtiano en el hecho de que no se inscribe en ninguna causa a diferencia de la violencia terrorista. Una mera afirmación de poder hasta sus últimas consecuencias; el que se traduce en sevicia hacia el cuerpo de las víctimas y no sólo en aniquilarlas. En ningún momento pretende algo como un performance heroico, delirio narcisista último del terrorismo. Es una violencia vacía de conceptos, no pretende que las víctimas sean más de lo que son, representen algo genérico o sean símbolo de algo a modo para un discurso. Quizás por ello que se trata de una violencia cuya motivación central u obsesiva no es el odio. Es sólo una regresión extraordinariamente primitiva de afirmación de poder e impunidad. Sin duda el odio ha sido diariamente cultivado en México desde el 2018, pero no define aún la violencia vuelta noticia.
Pero lo que quedó documentado y filmado por los propios militantes de Hamas más la población civil que se sumó a la orgía violenta que se prolongó por cerca de 10 horas en los Kibutz del sur de Israel se sitúa más allá tanto de la violencia primal como de la terrorista, está última típicamente perdida en un laberinto de abstracciones y enfurecida con la realidad porque no cede ante ellas. También rebasa la historia de ruindades errores y provocaciones de las partes en conflicto desde la fundación del Estado de Israel en 1948 e incluso de antes de esa fecha. Lo acontecido va más allá de la ideología turbo cargada y de la historia. Hubo exaltación, júbilo en destruir y humillar individuos y familias sin distinción de edades y condiciones como lo comenta Douglas Murray quien ha tenido acceso a esos materiales, al igual que periodistas y corresponsales con el estómago para verlos:
https://www.youtube.com/watch?v=SmivUM0tlwc
Es el odio en su expresión químicamente pura. El resultado de una fantasía de violencia pornográfica, ensayada y recreada varias veces en la imaginación y llevada a la práctica. ¿Que hay una relación asimétrica de poder entre el Estado de Israel y los palestinos? Sin duda. Pero con lo que no cuentan quienes solo atienden a eso y teorizan sobre las relaciones opresor-oprimido, interseccionalidades y demás constructos es el ansia del débil de ser victimario por encima de cualquier sueño de liberación.
Desafiando la ética meramente consecuencialista o utilitarista, Sam Harris asume el riesgo de decir que no se trata nada más de contar los muertos causados por uno y otro bando.
https://www.youtube.com/watch?v=k6VCF_csmDg
https://www.youtube.com/watch?v=oFBm8nQ2aBo
El regocijo en la crueldad hace también una diferencia no menos que la inocultable intención programáticamente genocida —razón de ser de Hamas desde su fundación— y no así la del Estado de Israel que no se reduce a un Netanyahu y su camarilla, repudiados por un amplio sector de su sociedad civil, incluyendo su política de no sólo apoyar sino de fomentar los asentamientos en la orilla occidental del río Jordán. Se olvida además que el Estado de Israel concede derechos ciudadanos a una amplia población árabe no palestina cuyos representantes han tenido acceso a puestos de representación popular e incluso a posiciones en el poder judicial. Por su parte Hamas fue electo como la autoridad palestina en Gaza desde 2007 con el 65% de los votos no dejando un solo espacio para minorías no Yihadistas. Harris argumenta no sin razón que si los palestinos renunciaran a las armas se acaban las muertes al día siguiente pero que si Israel hiciera lo mismo desparecería como población del mapa. Israel tiene el poderío tecnológico y militar para aniquilar a la totalidad de la población palestina pero no lo hizo en el pasado como no lo hará ahora. Hamas de tener ese poderío lo haría con toda la población israelí sin titubear. Eso quedó claro el 7 de octubre. Quienes todavía creen hoy que la solución de los dos Estados con Hamas al mando en Gaza deberían pensarlo dos veces.
Una vez que se llega a semejantes niveles de violencia nihilista, ésta deja de ser instrumental para volverse un fin en sí mismo. Hamas no sólo tiene de escudos humanos a los civiles israelíes secuestrados, tiene asimismo como escudos humanos a su propia población civil, mujeres niños y ancianos. Por ello Harris apunta que Hamas y el Yihadismo en general es un “death cult”, mientras que el Estado de Israel, fundado para darle seguridad a su población civil, no puede llegar a tal extremo. Su violencia no puede desbordarse al punto de amenazar su propia razón de ser.
¿Pero puede Israel refrenarse al punto de volver la otra mejilla? Más allá de que la máxima evangélica no dice nada si los abofeteados son tu mujer y tus niños, no deja de suponer el contexto de la Pax Romana. La guerra no era un asunto de las comunidades cristianas de los primeros siglos anidadas en el Imperio Romano; la guerra les era un asunto muy ajeno. El cristianismo a diferencia del islam nace en un entorno civilizado para la época, uno de paz interior y guerra en las fronteras. El islam en cambio nace en el siglo VII en un total vacío civilizatorio. De inmediato se convierte en una religión de conquista y expansión comenzando por Mahoma, quien es un caudillo religioso-político-militar. El patriarcado profundamente inscrito desde el origen de la religión de la media luna tiene que ver mucho con el tipo de acción que privilegia. La patología heroica le es una tentación irresistible.
No se puede probar que el islam sea inherentemente yihadista, pero tampoco es descabellado pensar que le es un fenómeno mucho más recurrente que los equivalentes que se puedan encontrar a lo largo de la historia en el cristianismo y en el judaísmo, que ciertamente no son inmunes al terrorismo. Hay matrices culturales que propician más la enfermedad que otras. No hay que perder de vista esto porque contener la respuesta, volver la otra mejilla, tiene sentido si resuena en el infractor, no si carece totalmente de significado de una cultura incapaz de reconocer legitimidad alguna a quienes no son conversos al islam.
Llegados a este punto resulta imposible dejar de imaginar la doble tragedia de los palestinos de temperamento pacífico o moderado que no tienen para donde hacerse. Es una tragedia bien conocida en Oriente Medio desde hace dos mil años. Eran las mujeres y hombres a los que se dirigía Jesús de Nazaret presionados tanto por el imperio romano como por el terrorismo de los zelotas ¿cómo salir de esa trampa? El drama que narran los evangelios es la de un profeta que habla en nombre del corazón humano y de un espacio que le es propicio, llámese reino de los cielos o como sea, por lo que termina siendo confundido con un insurrecto por la autoridad romana que no entiende más que de razones de estado. Un hombre repudiado por los suyos y a quien el desastre subsecuente de la primera guerra judía azuzada por los zelotas contra Roma (66-73 de nuestra era) le dio la razón a posteriori, lo que sin duda detonó la escritura y difusión de los evangelios
No hay una sabiduría que no parta de una conexión profunda con la vida. Los analistas desde su pretendida frialdad podrán aducir que hay cierta racionalidad en lo que ha hecho Hamas al meter a Israel a una trampa sin salida a la que no se puede sustraer aún a sabiendas. El mismo demonio de la racionalidad puede tentar a Israel para dejar fuera de combate a Irán, poder detrás de todo esto, haciendo uso del arsenal nuclear si es preciso. El tipo de racionalidad que lleva a subir las apuestas en un póker letal, como en la época de la Guerra Fría lo fue la doctrina de la mutua destrucción asegurada, sólidamente afincada en la teoría de juegos y su sofisticadísima argumentación matemática. Pero estas “racionalidades” dejan en claro que no hay manera que terminen en buen puerto atenidas a sí mismas. La racionalidad humana es algo que dista mucho de ser algo autocontenido o autosuficiente. Cada vez que lo pretende termina en lo opuesto a la sabiduría y en la vecindad de lo irracional.
Si hay que apostar, hay que hacerlo por quienes aún conservan una conexión con la vida, no por quienes la han cercenado sin punto de retorno. La ciudadanía israelí sabe que más allá de su ira, no puede avalar una solución genocida sin traicionarse a sí misma, así como no hay redención en la inmolación, a diferencia del yihadismo que hace de la inmolación un dogma central. Mi apuesta es que Israel sabe bien que hay límites a su violencia a diferencia del yihadismo y que, tal límite, consiste en la capacidad no de festinar sino de horrorizarse ante sus actos.