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Caminos hacia la paz
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Reseña

Tomás Calvillo: la revelación de lo trascendente

Eudoro Fonseca Yerena
Reseña

Calvillo, Tomás, Tabing Dagat. Junto al mar, México, El Colegio de San Luis, 2012, 164 pp. 


Dentro de la modernidad existen dos tradiciones, la que podríamos llamar científico-racional y la que Jorge Juanes llama poético-pensante. Una tiene que ver con la ciencia moderna y sus desarrollos tecnológicos. La otra con el arte. La ciencia, empeñada en la reducción cuantitativa del saber, excluye lo cualitativo, de lo que se hará cargo el arte. El arte moderno reacciona frente a la pretensión totalitaria del logocentrismo y habla en nombre de lo excluido: los territorios de lo sagrado y el pensamiento místico, la naturaleza como “cosa en sí”, como realidad insondable e innombrable, la imaginación, el juego de la pasión, los sueños. Este fondo abismal, esta dimensión infinita de la vida, sólo puede expresarse a través del lenguaje del arte, de la poesía, de la música; únicamente él permite acoger lo indecible.

Descartes, fundador del racionalismo moderno, escribe en la primera de sus Meditaciones este célebre pasaje:

Pensaré que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos y todas las cosas exteriores que vemos no son sino ilusiones y engaños de los que se sirve el genio maligno para sorprender mi credulidad. Me consideraré como carente de manos, de ojos, de carne y de sangre; como falto de todos los sentidos.

 

Y en la tercera Meditación dice:

 

Cerraré ahora los ojos, me taparé los oídos, dejaré de hacer uso de los sentidos, borraré inclusive de mi pensamiento las imágenes de las cosas corporales o, al menos, ya que esto es casi imposible, los tendré por vanas y falsas, y atisbando atentamente en mi interior intentaré conocer y familiarizarme poco a poco conmigo.

 

El cuerpo entonces es el mal. La descualificación del mundo se vuelve la condición de la ciencia, de la razón pura y de la matemática. Ya antes, Galileo había escrito en El Ensayador que el universo es un vasto libro abierto “escrito en lenguaje matemático.”

El arte va a exaltar y a encarnar todo lo que se quiere excluir, a sabiendas de que al hacerlo introduce las figuras de la iluminación, del dolor, del placer y la muerte (san Juan y santa Teresa, Goya, el Divino Marqués). El arte se rebela contra las condiciones institucionales, políticas, económicas, tecnocientíficas, que establecen el individuo como sujeto descalificado, y la dominación. Desde la marginalidad del arte, se asume la precariedad individual y la angustia, el temor y el temblor, frente a la lógica del poder y del dominio instrumental del mundo.

En realidad, este conflicto de la modernidad remite a una oposición originaria que tiene lugar en el mundo griego entre los pensadores de la physis, los llamados presocráticos, y los filósofos del período clásico como Platón y Aristóteles. La concepción del poeta como vidente, como aquel que rasga el velo y es capaz de alzarse por encima de las apariencias, de ver más allá del mundo fenoménico para atisbar lo trascendente, la dimensión oculta y sagrada de la vida, se remonta a los orígenes mismos de la cultura occidental, a Homero y a los poetas trágicos.

En el Renacimiento, la pintura de Leonardo se sitúa también en la dimensión que nombra el misterio, lo trascendente y lo indecible, ese horizonte lejano y metafísico al que apunta el dedo levantado hacia lo alto de personajes como el Bautista, o que se insinúa en gestos como la sonrisa enigmática de la Gioconda. Desde el punto de vista plástico formal, Leonardo intenta el desocultamiento de lo insondable por medio de la técnica del esfumado y la perspectiva aérea. En su búsqueda de lo trascendente, el genio renacentista no desdeña la apariencia sensible. Para él lo absoluto reside en lo relativo. Lo mundano no puede ser expulsado del arte: lo inasible está implicado en lo sensible; entre lo temporal y lo intemporal existe una mutua pertenencia. Leonardo plantea así el problema de lo Uno primordial que está en todo y del que todo ente y mortal participan: la dimensión sagrada, la corriente eterna, aquella de donde todo nace y a donde todo retorna.

Ya en plena modernidad, los creadores de la abstracción y del arte inobjetivo en la pintura, Kandinsky Malévich y Mondrian, sostendrán posiciones espiritualistas como una forma de contrarrestar el materialismo predominante. Influidos por la teosofía creen en la cuarta dimensión, que buscan a través del arte lo indecible, lo innombrable. La cuarta dimensión no cabe en imágenes, pero es susceptible de encontrar una referencia en formas abstractas, geométricas, puras. El referente último y secreto del arte inobjetivo es el silencio.

Estas posiciones que recuperan la esfera de lo trascendente como sustento del arte, tienen sentido porque en el mundo contemporáneo, en el mundo en que vivimos, se ha acentuado la ceguera ante aquello que, dice Crescencio Grave, “nos precede y nos excede, aquello que nos desborda y nos constituye también”.

Tomás Calvillo, por su parte, tiene un libro, que a mí me resulta fundamental por su dimensión holística y sagrada, Tabing Dagat. Junto al mar (Colegio de México, 2012). Semejante a Leonardo, para quien lo particular, lo diferenciado, forma parte de un todo y se convierte en una vía a la revelación --en lo singular habita y se revela la totalidad como epifanía o iluminación posible a través de lo cotidiano, de lo fragmentario e individual--, Calvillo intenta construir una forma de la visión, un umbral, un orden poético que haga posible la convivencia de lo visible y lo invisible. Este orden poético, que es un orden formal, un orden de palabras, establece una distinción radical entre la mirada de la poesía y la mirada ordinaria. 

La poesía de Tomás Calvillo es, así, una poesía transparente y elusiva a la vez. Su lenguaje es directo y esencial, muy visual, las imágenes proponen el sentido del texto, lo iluminan, encierran las claves de su comprensión profunda. Leerla es ejercer un acto de contemplación, descifrar un mensaje escrito en un estanque, es ver y meditar, sentir y abandonarse; una poesía sembrada de epifanías e instantáneas, atisbos y fulguraciones, hecha con lo mínimo, con versos cortos, con las palabras justas, sin impostaciones, absuelta de toda afectación retórica y vanagloria (ironía la de tu propia retórica/ palabras grandilocuentes/ que se disparan solas/ con el riesgo de ser infértiles); una poesía que no pone frente a sí el espejo de la posteridad ni la mirada consagratoria de la crítica; poesía prístina como la refracción de la luz en un cristal, luminosa y sencilla como el agua y sus espejos; poesía cuya intensidad lírica no es externa ni evidente, sino un hecho intrínseco al sentido irreductible del poema; poesía cuya aspiración final —como en el caso de la pintura inobjetiva de Malévich y Mondrian- es el silencio.

 La poesía de Tomás es, por lo mismo, elusiva: la conjunción de lo visible y lo invisible no está disponible para cualquier mirada, sino sólo para cierta mirada; ella ha de ser apreciada no sólo intelectualmente, literariamente; exige del lector una mirada convergente, una sensibilidad empática con la del poeta, exige del lector un entender no entendiendo, un saber no sabiendo, como dijera Juan de la Cruz de manera insuperable. A la poesía de Tomás no se puede llegar solamente a través de la letra, sino a través de la experiencia personal; requiere de un ensimismamiento, de un trabajo iniciático que permita la apertura hacia lo sagrado manifiesto como luz.

 Tabing Dagat. Junto al mar, es también una gran exploración-celebración del cuerpo: “el cuerpo está capturado/ por algún sortilegio/ no se queda en paz’/ maestro del arte/ bestia inmisericorde/ actor de pendejada y media/ repartidor de engaños/ genial escultor de la imaginación/ se escucha poco a sí mismo/ y aun así logra en ocasiones/ reconocer el templo violentado/ de su carne. Es este aspecto, justamente, lo que le da el tono y carácter a este libro. Tomás hace del cuerpo el instrumento desde el cual percibe el mundo y a través del cual verifica una travesía retrospectiva y prospectiva a la vez, sobre las corrientes de la existencia. Tomás escucha su cuerpo, se hace cargo de él, lo asume como el cruce de caminos que es, entre lo finito y lo infinito, entre lo temporal y lo imperecedero, entre lo material y lo espiritual (el divorcio del cielo y la tierra/ es la encarnación/ el cuerpo lo sabe/ y busca refugio en sí mismo), como habitáculo de los padecimientos y deseos (el cuerpo es un mapa de heridas/ un diagnóstico de percances/ pasados y posibles”), como compañero de ruta durante la navegación por nuestro limitado e incesante tiempo humano, por nuestra fugaz historicidad, y como algo que, de algún modo, hinca sus raíces aún antes de nuestra existencia temporal, de nuestro nacimiento mismo, ya que el cuerpo, al ser una prolongación de la carne de nuestros padres y nuestros ancestros, es el eslabón que nos une a la cadena de la vida (las llamas/ de nuestros padres/ y sus antepasados/perduran en nosotros). Es en estos poemas consagrados al cuerpo donde el libro alcanza su clímax de expresividad y belleza, su aliento lírico más intenso, sus resonancias y evocaciones más profundas y conmovedoras (es cierta esa soledad/ que la muerte anuncia/ a tambor batiente/ dentro de ti/ qué juegos los del corazón/sus fiestas de vida/y de pronto te abandona/y quedas/ como ese cúmulo/ de nutrientes/ que la tierra absorbe).

Tabing Dagat. Junto al mar, es un poemario de madurez, tanto en el sentido del dominio del oficio, del control de sus recursos expresivos y estilísticos por parte del autor, como en el sentido del mirador existencial desde el que está escrito: más allá de la mitad de la vida (por primera vez/ te sabes a medio camino/ porque ya no hay retorno posible/ y las palabras que restan/ son tuyas/ miras a tu alrededor/ escuchas/ cómo se craquelan/ los mundos de cada uno/ de cada quien), cuando ya hemos acumulado suficiente polvo del camino y trayecto recorrido para volver la vista atrás, a veces con dulzura, a veces dolorosamente, o con la tranquilidad del capitán que mira desde la cubierta el mar que va dejando atrás mientras se cierne la noche bajo la bóveda infinita (arriba no termina nunca/ abajo va a ser tu entierro/ a los lados todo se pierde/ detrás nada queda/ delante es tu muerte/ respírala respírala respírala / deja que tu cuerpo/termine su jornada).


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