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Caminos hacia la paz
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Reseña

Inmersión a Oriente Medio

Luis Xavier López Farjeat
Reseña

Martínez Assad, Carlos, Cruzar el umbral de Medio Oriente, México, Océano, 2018, 279 pp. 



Sostiene Carlos Martínez Assad que una de sus intenciones al escribir este libro es honrar el legado del palestino Edward Said, el conocido autor de Orientalismo, un libro de ruptura, que buscaba cambiar la imagen que Occidente había creado del mundo oriental. Ante un imaginario distorsionado del Medio Oriente, Martínez Assad ofrece una serie de reflexiones sobre la pluralidad de lo que podría denominarse “las culturas árabes”. Al retomar una postura crítica ante la visión europea de Medio Oriente, Martínez Assad intenta, en parte, un ejercicio similar al de Said. 

Como se sabe, la publicación de Said en 1978 fue controversial en el mundo académico e intelectual. Su orientalismo fue fundamentalmente una crítica al imperialismo occidental. Said examina en detalle la forma en que escritores, periodistas, artistas y académicos retrataron la cultura, la sociedad y la política de los países no occidentales, en especial de los países árabes, con la finalidad de servir a los colonialistas en su proceso de dominación de la zona. 

Para muchos, incluido —sospecho—, el propio Martínez Assad, el “efecto Said” ha sido de alguna forma liberador en tanto ha permitido desafiar los estereotipos y prejuicios que existen alrededor del mundo árabe. No obstante, también hay quienes, como Wael Hallaq en su libro Restating Orientalism: A Critique of Modern Knowledge (2018), han encontrado en las ideas de Said algunos inconvenientes: Said trata al orientalismo como un monolito atemporal, no desarrolla ninguna teoría propia acerca de qué es el Oriente o cómo estudiarlo, e ignora las divergencias dentro del campo de estudio orientalista. Si bien el clásico de Said tiene esos inconvenientes, el enfoque de Martínez Assad sale bien librado de esa clase de riesgos. Sostiene, como punto de partida, que los árabes han arrastrado un largo periodo de silencio impuesto, ocultando las valiosísimas aportaciones que han hecho al mundo. Aquí, sin embargo, habría que precisar a qué nos referimos con “los árabes”: ¿a un grupo étnico? ¿A quienes adoptaron la lengua y la cultura árabe? De la cultura árabe, menciona el propio Martínez Assad, emanaron pensadores como Avicena (un persa), Maimónides (un judío), Ibn Battuta (un africano). Pero ¿quiénes son los árabes? No todo Medio Oriente es árabe: hay judíos, turcos, persas, etc. En realidad, el propio término “Medio Oriente”, es ambiguo y, en ocasiones, incluye no sólo el sudeste asiático, sino que integra a países africanos, a los del Cáucaso y a algunos países de Asia Central cuyo único rasgo en común es la población musulmana. Se sabe también que, con frecuencia, se confunde lo árabe y lo musulmán. Martínez Assad destaca a lo largo del libro la relevancia de la cristiandad árabe o, mejor, la cristiandad de Medio Oriente (puesto que algunas de las comunidades cristianas de Medio Oriente no se asumirían a sí mismas como árabes). 

Medio Oriente es la cuna de los tres monoteísmos abrahámicos. Por ignorancia o falta de información, muchos piensan en la cristiandad como algo europeo, cuando en realidad emerge en Medio Oriente y es desde ahí que se manifiesta su temprana pluralidad: greco-melquitas, abisinios, coptos armenios, nestorianos, jacobitas, maronitas, etc. En varias ocasiones a lo largo del libro, Martínez Assad menciona la importancia de la labor de estas comunidades, no sólo en la etapa de fundación de la cristiandad (piénsese en la participación de estos cristianismos en los primeros concilios, en donde hubo disensos y se dieron las primeras fracturas de la cristiandad), sino también en la producción de textos filosóficos, teológicos y literarios. 

Los cristianos de Medio Oriente tradujeron la filosofía griega al siriaco, al copto, al armenio. Cuando los musulmanes entraron en contacto con esa misma filosofía hacia finales del siglo VIII y sobre todo a lo largo del siglo IX, dependieron de las traducciones hechas del siriaco (un dialecto del arameo y la lengua litúrgica de los nestorianos, los jacobitas y los maronitas) al árabe y, también, de las traducciones que habían hecho los persas. La civilización árabe no se entiende sin la mediación de los cristianos siriacos y de los persas. La conformación de buena parte del vocabulario utilizado en la filosofía, las ciencias y la teología, nace de la interacción de esas tres lenguas: el siriaco, el persa y el árabe. Las discusiones intercristianas y las polémicas entre musulmanes y cristianos comenzaron en árabe. Tanto la teología cristiana como la musulmana en la Edad Media se desarrollaron en constante interacción una con la otra. No es descabellado hablar de una cultura greco-siriaco-árabe cuando hablamos del kalam (término árabe a veces traducido como “teología”) cristiano e islámico. Habría que sumar también el desarrollo de algunas formas de pensamiento judío, por ejemplo, las ideas de Maimónides, de Crescas, de Saadia Gaon, que también se nutrieron del kalam islámico y cristiano. 

En distintos momentos del libro, Martínez Assad destaca la presencia cristiana en la región. Nos recuerda cómo, por ejemplo, en 1860, cuando Ernest Renan viajó a Siria en una misión de Napoleón III, fue protegido por cristianos. Por otra parte, hubo también “orientalistas”, como Burckhardt o Burton, que lograron adentrarse en el mundo islámico. De manera muy amena, Martínez Assad nos relata las hazañas de algunos viajeros al Medio Oriente, de la tradición de los viajes entre los árabes y la proliferación de viajeros europeos desde el siglo XIX; incluye, de manera muy original, algo casi desconocido, a saber, el impulso de Pedro II de Brasil a los viajeros brasileños. Una fuente importante a este respecto es el estudio de Roberto Khatlab, académico de la Universidad del Espíritu Santo, en Kaslik, Líbano, y su libro Los viajeros de Pedro II. Oriente Medio y África del Norte, 1871 y 1876. El caso brasileño recuerda el relato de Ilyās ibn al-qissīs Ḥannā l-Mawṣilī (m. circa 1699), la primera descripción en lengua árabe, conocida a la fecha, sobre la América hispana, escrita en tierras americanas en el siglo XVII, primero en Perú y luego en la Nueva España, y revisada en Sevilla al regreso del viajero a España. 

Y ya que he aludido a la Nueva España, hay que decir que los viajeros mexicanos fascinados por Medio Oriente no están ausentes en el libro de Martínez Assad: en 1837 Fray José María Guzmán publicó la Breve y sencilla narración del viaje que hizo para visitar los santos lugares de Jerusalén. Martínez Assad nos habla también de los testimonios de viaje de José López Portillo y Rojas y de Luis Malanco y, además, de un personaje, a mi juicio fascinante, a saber, Concepción Cabrera de Armida, la mística mexicana. No recuerdo que, en su espléndido libro sobre Concha Armida, Javier Sicilia se detenga a desmenuzar este viaje a Tierra Santa, al parecer muy significativo. Entre todos estos viajeros, eché de menos el bellísimo libro del filósofo Luis Villoro, La mezquita azul, que perfectamente podría sumarse a esta lista de testimonios de viaje aunados a la experiencia espiritual que supone pisar aquellos suelos. 

Lo que he descrito hasta aquí es tan sólo la primera parte del libro, poco más de cien páginas. La segunda es más breve y está compuesta de dos capítulos, uno dedicado a la escritura del antiguo Egipto según Champollion, y el otro al poeta, filósofo, y artista plástico libanés, Khalil Gibrán. Hay en la literatura de Gibrán un amplio espectro de temas filosóficos. Me agrada que, en su exposición, Martínez Assad logre plasmar esa especie de vocación filosófica, la disposición religiosa y el espíritu poético que confluyen en el pensamiento de Gibrán. Hay además en Gibrán una propuesta estética vinculada a la construcción de una identidad: desde Estados Unidos, Gibrán reinventa el imaginario libanés: para él hay dos Líbanos, uno real, hundido en los conflictos políticos y la violencia, y otro poético, el Líbano “de valles silenciosos y misteriosos” en donde resuenan las campanas y los arroyos. Con Gibrán se inicia el renacimiento de las letras árabes, principalmente, como explica Martínez Assad, con la fundación de la Liga de la Pluma, un movimiento libanés-estadounidense enamorado de Oriente, preocupado por pacificar la zona, modernizar la lengua árabe y transmitir la cultura árabe (en la mayoría de los casos, del cristianismo árabe) en lenguas distintas del árabe, sobre todo en inglés. Con ello, encontramos de nuevo un fenómeno cultural y profundamente filosófico, a saber, la expresión de una lengua y una cultura, la árabe, en inglés. 

Ese breve ensayo sobre Gibrán sirve como el preámbulo de la tercera parte del libro, “La Fuerza de las Palabras”, compuesto por tres capítulos en los que Martínez Assad explora en detalle la propuesta literaria de varios escritores. En el primero de estos capítulos, (el capítulo octavo del libro) nos recuerda que solamente dos musulmanes han ganado el Nobel de literatura: el egipcio Naguib Mahfouz en 1988 y el turco Orhan Pamuk en 2006. Nos habla también del kurdo Yasar Kemal y del albanés Ismaíl Kadaré, dos defensores de los valores éticos occidentales, como posibles candidatos al Nobel. La importancia de estos escritores no se limita al valor literario de su narrativa sino también a sus ideas políticas y su forma de pensar la Europa contemporánea desde la proximidad con Turquía. Kemal es particularmente interesante por su defensa de la minoría étnica más grande de Medio Oriente, a saber, los kurdos. 

Martínez Assad explora también la literatura de otros escritores que expresan la cultura del Medio Oriente en otras lenguas distintas del árabe: Amin Maalouf escribe en francés, Rafik Schami en alemán, Rabih Alameddine en inglés. Hay quienes han preferido escribir en árabe, como el libanés Rabee Jaber y el egipcio Alaa al-Aswani. Martínez Assad cuenta las tramas de varias obras de estos escritores y a partir de ello nos muestra los distintos imaginarios que existen alrededor del Medio Oriente, del mundo árabe, del contexto islámico. Con ello, nos revela la enorme complejidad y diversidad cultural e incluso sociopolítica que existe en la región. Quizás la mejor forma de retratar esa gran complejidad es a través de las artes y la literatura, pero del cine también. Y, en efecto, ahí vemos lo difícil que resulta diseccionar culturas ancestrales y vivas con contextos sociopolíticos variopintos y marcadas por historias intrincadas. Entre ese universo culturalmente vasto aparecen rasgos comunes. Martínez Assad escribe un bello capítulo sobre la figura del “padre” en la literatura de Pamuk, Maalouf, Kureishi, Jaime Sabines (como se sabe, de ascendencia libanesa), Wajdi Mouawad y de algunos otros.

La cuarta parte del libro, “Sobre el mundo que se derrumba”, trata varios problemas contemporáneos derivados de la difícil situación sociopolítica y religiosa que se vive en Medio Oriente. Esta última parte comienza con un ensayo dedicado al joven escritor canadiense, de origen libanés, Wajdi Mouawad. Quizás Mouawad es más conocido por la película La mujer que canta (2010) que por sus obras teatrales y literarias. Aunque controvertido, el trabajo de Mouawad me parece particularmente interesante. En su obra dramatúrgica el trasfondo son las guerras de Líbano y Siria, la ocupación de Palestina, y la intrahistoria de las personas inmersas en una situación desquiciada. En 2014, adaptó el final de una de sus representaciones teatrales para mostrar su indignación ante la desaparición de 43 estudiantes en México. Con ánimo de continuar las reflexiones de Carlos Martínez Assad sobre la obra de Mouawad quisiera destacar, de nuevo, algunos temas que me parecen hondamente filosóficos: en primer lugar, la exploración de una tensión permanente entre el desarraigo y la tierra, entre la memoria y la búsqueda de los orígenes. En este caso, hurgar en la memoria, reconstruir el pasado, es encontrarse con la guerra y con un entramado siempre retorcido de los vínculos familiares. Creo que este es un tema común en buena parte de la literatura del Medio Oriente y creo, también, que esa confrontación con el pasado, esa búsqueda en la memoria, constituye un asunto filosófico esencial al abordar la construcción de la identidad personal.  

Este tema está presente a lo largo del libro de Martínez Assad. Ya lo planteaba líneas arriba: ¿qué significa ser árabe? ¿Qué significa venir de Medio Oriente? ¿Qué es el Medio Oriente? ¿Cómo retratar, reconstruir, transmitir, lo que sucede en un territorio tan amplio y diverso? ¿Por qué se tiende a construir estereotipos? Buena parte de los territorios de Medio Oriente están marcados, sin duda, por el conflicto y la violencia. Si acaso por ello, un lugar común en varios escritores tratados por Martínez Assad es, como ya decía, el de la identidad personal. Ese tema puede encontrarse en el magnífico libro de Pamuk, Estambul, o en el conmovedor Orígenes de Maaluf. Se repite, también, en el conocido ensayo del Maaluf, Identidades asesinas. Muchos acontecimientos cruzan nuestras vidas, muchas formas de ser, de pensar y de concebir el mundo; muchas creencias se tensan, se abandonan, mueren; otras, vuelven, se quedan, se transforman. Y así como resulta casi imposible reconstruir con precisión una identidad personal, también es casi imposible retratar con absoluta precisión ese cúmulo de culturas que podríamos, tal vez, llamar “árabes” o, mejor, “las culturas del Medio Oriente”. 

Los tres capítulos finales del libro son esenciales. En el primero de ellos, se habla del patrimonio cultural perdido en Siria, especialmente en la ciudad de Palmira. En el siguiente, el décimo cuarto, el tema es la migración y la crisis humanitaria en el Mediterráneo. Ya decía Maalouf, hace ya tiempo en uno de sus ensayos, El desajuste del mundo, que la migración sería el desafío más grande de nuestros tiempos. La situación, en efecto, está fuera de control. En los últimos quince años hemos sido testigos de migraciones masivas y desplazamientos forzados en distintas partes del mundo (no sólo en África y Medio Oriente; en México la situación se ha vuelto difícil y la reacción del gobierno actual ha sido vergonzosa). Esas migraciones responden a distintos motivos: guerras, inestabilidad política y económica, hambrunas, cambio climático, persecuciones y trato inhumano. La migración se percibe en varios países como una amenaza. Ante el flujo migratorio masivo hay, por una parte, quienes por distintas razones reprueban la entrada de los migrantes: racismo, clasismo, xenofobia, miedo a otras costumbres, temor a que el extranjero se apropie de los empleos o a que se convierta en un criminal, etc. Muchos piensan, por lo tanto, que el control absoluto e incluso el cierre de fronteras, es primordial para la seguridad nacional; en consecuencia, esperan que los gobiernos impidan la entrada a los migrantes. Por otra parte, existen quienes, a pesar de los desafíos que representa la migración, se percatan de que estamos ante una crisis humanitaria y consideran prioritario proteger a esas personas que huyen de la violencia o de otra clase de condiciones adversas en sus países de origen. Sin lugar a duda, la situación es complicada y es urgente debatir y proponer alternativas humanitarias, pero a la vez realistas, ante una realidad inminente. 

Quisiera llamar la atención sobre un problema grave tratado también por Martínez Assad. Se trata de las minorías cristianas en Medio Oriente, aquellas comunidades perseguidas y vejadas por sectores extremistas. Es cierto que, más allá de las simpatías o las aversiones religiosas, esas comunidades representan una riquísima tradición cultural, como ya decía, esencial en la conformación de la cristiandad. La desaparición de esas comunidades, además de implicar la tortura y exterminio de miles de personas, se traduce también en la desaparición del patrimonio cultural desde el cual se gestó lo que nosotros conocemos como “mundo occidental”. El que Martínez Assad llame la atención sobre ello, me parece crucial.   

El libro termina con un ensayo titulado “El camino hacia Dios está sembrado de trampas o el mal de nuestro tiempo”. Se trata de un breve análisis sobre el fenómeno del terrorismo y su capacidad destructiva. Al mismo tiempo, Martínez Assad explora la genealogía de la islamofobia y trata algunos temas controversiales del mundo islámico como el uso del velo, la idea de la yihad o la tensión entre religiosidad y laicismo. Su análisis es pertinente y en él distingue lo que para muchos de nosotros parecería obvio: no es lo mismo un musulmán que un terrorista, el velo no necesariamente representa la opresión de la mujer, la yihad no siempre se entiende como una defensa violenta del islam. 

Cruzar el umbral al Medio Oriente es un libro necesario en nuestro contexto, en el que existen tantos estereotipos contra el mundo árabe e islámico. Es un libro erudito, escrito en un tono divulgativo y, como tal, pone a la mano de cualquier lector una serie de temáticas sobre las que existe mucha confusión y muchos prejuicios. En pocas páginas, Martínez Assad ofrece un panorama lo suficientemente completo e interesante sobre el Medio Oriente. Hace unos años el Fondo de Cultura Económica publicó un volumen del admirado Fernando del Paso, Bajo la sombra de la historia. Ensayos sobre islam y judaísmo, 934 páginas de prejuicios y afirmaciones sinsentido. El libro de Martínez Assad es mucho más breve, claro está, y su contenido es infinitamente superior. 

A pesar de sus virtudes, se echa de menos la visión judía del Medio Oriente. Hay una tendencia generalizada a dejar fuera del panorama la visión judía. Creo que hay literatura judía que también nos ofrece una visión importante sobre la región y sobre lo que es el mundo árabe. Pienso en Amos Oz, en David Grossman, en Abraham Yehoshúa, por mencionar algunos. En estos tiempos en los que renacen los conflictos en Medio Oriente es recomendable una aproximación que, en vez de enfatizar en la cantidad de conflictos que hay que resolver, aprecie las manifestaciones artísticas y culturales y lo que éstas nos enseñan sobre lo humano.    


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