Propongo un verso
transverso
en el adentro de mi ser lenguaje:
tú frente a mi cadáver.
Dicho el misterio,
queda el nuevo ser, nuestro, en su sitio,
pequeño gato con cascabeles de colores,
con una pata rota y maullido susceptible al trueno.
Sopla el pecho del viento
en la tierra de mis costillas.
Hueles el petricor de mi ser
eterno,
malhaya la nívea magia, lanzada por hechiceros.
Confieso en el púlpito de la historia
el juego del deslizamiento.
Niego el yo, me niego para
reconfigurar la mirada en mi pupila
y transfigurarme en lince aviar.
Finalmente veo.
Balbuceo apenas el nombre,
no el tuyo,
no el nombre del hombre
(se extravió hace tiempo entre las miopes ofensas proferidas)
pronuncio el mío,
el único que me queda en la corteza auditiva.
Tartajeo la palabra,
la trampa,
la insidia de la idea simulada en el signo.
El mensaje ya era yo.
Juego con la lengua,
el cuerpo
y las monedas del fiambre que era.
Lo compro todo: la idea.
Compro la felicidad hurtada,
la palabra arrebatada,
la clepsidra destruída,
la libertad amortajada.
Ya me tengo, lo tengo todo cuanto pude,
no en falso, no el engaño.
No miento.
Encuentro.
Me. Me. He.
Toco la reverberación de mí.
Juro, sobre la verdad en mi seno,
que estoy enterrada bajo estas palabras.
Linchamiento a bayoneta
de viento.
Tomó segundos como decir milenios comprenderlo,
circunvolución superior del lóbulo temporal,
donde la primer palabra que se mama no es agua o leche,
lo primero que emana es
mi, yo, mío.
Tan sólo eso bastó en el siempre habido, consabido, yo.