El lúdico despertar de la adivinanza

Tomás Calvillo
Poesía

Cuando callamos 

reconocemos sus contornos

que emergen;

la contemplamos y nos acoge.


El silencio nos envuelve;

es su voz, sin color,

sin aroma, 

es ya nuestro sudor metafísico.


Si callamos también dentro

no deja de ser una interrogante.

No deja de ser presencia

a pesar de su etérea realidad.


Nos damos cuenta 

que ha estado ahí 

desde el principio

y seguirá 

cuando hayamos partido.


Asemeja una atmósfera,

más que una compañía.

Podríamos pensar 

que es resonancia

de nuestro andar.


Pareciera prisionera

de la conciencia, pero 

de esta última no sabemos

su suerte final, si encarna 

un desprendimiento

o sólo se consume en las cenizas

de nuestro cuerpo.


El olvido de su dominio

es la hipnosis elegida 

en fantasías que carcomen 

e idolatrías que se apoderan

y enceguecen.


En su paradoja,

es la cercanía perenne 

que acoge el trayecto 

y el necesario compás

del misterio 

que nuestras manos

inquieren.


Llegará el momento

en la incontable noche 

que esta concreción 

que nos permite conocernos

se disolverá sin dejar rastro, 

huella, 

ni eco.


De esa profunda oquedad 

que se oculta en nuestros poros

proviene su palpitar, 

cuyo nombre impronunciable 

será una elipsis más 

que se pierda.