La Rumorosa es planeta muerto,
lenguaje desaparecido de un plumazo,
plumas de halcón devorado por el hombre que pintó las piedras,
extrañeza de la mirada frente a la necesidad de ser.
Detrás y al frente, las ruinas.
Nada ha desaparecido,
fue arrasado por el aguanieve y erosionado por el blanco,
ese titanio que brilla y duele en las sienes
en el árbol de la nuca.
Lo evaporado fue el aliento de la palabra,
al filo,
la herida.
Queda la piel rozada por la fricción,
la carne expuesta al incólume escorpión.
Todo fue, siendo, negado,
incluso la tragedia que acecha entre los matorrales,
serpenteando como hilo de sangre a través de las dunas,
el destino no precisa fuga,
quedó clavado en los versos del Valle de los Cirios.
Me enfundo en las ropas luidas de esa otra que llega:
la de radical inexistencia.
El camino andado es largo,
la línea de horizonte se ha desdibujado.
No recuerdo los escollos desertificados
donde recogí cada una de las rocas que llevo en las manos,
todo se ha vaciado: no queda ni la palabra muerte.
Soy lo que sucede ante y sobre mí,
en la memoria ausente.
Se desvanecieron las visiones,
se desmantelaron los efectos.
No niego la pregunta, sino el combate artero,
voy siendo en ignición,
en todas las posibles dimensiones de un lenguaje que invento.
Frenética estrategia de supervivencia ontogénica.
En un principio eran palabras recreadas,
sonidos de un topo ciego,
pero la pena se fue y el dolor liberó un lenguaje renovado,
apenas rumor de un canto dado por los astros.
Doy como ofrenda al tiempo ingrato
del que dispongo en cargador.
Tiro. Tiro. Tiro.
De piedra hablo en papeles,
de palabra llagada por otras
que retumbaron en la tierra caliza.
Taladraron el cráneo del berrendo,
trepanaron la espina de la zorra del destierro.
El vocablo nuevo enciende flores y aves
en el camino del pensamiento,
traza diques para el ventarrón por donde pasa lo que encausa:
es probable que por la sílaba aquella vuelva a correr el agua.
Signo de ballena jorobada.
En cada órgano palpo la distorsión del ser.
En el acto mismo de estar
queda erguido lo que viene,
incierto como el reclamo siniestra ventolera.
Todo indica que ha llegado el momento de ser,
acto misterioso y deliberado,
humano y letal,
concretado apenas con el pensamiento de la palabra.
Parábola
La brisa que se libere por la boca y la mano,
sembrará el deslizamiento necesario:
cuando hablo soy el guijarro, uno detrás de otros tantos que forman el suelo,
ahí donde el campo del lenguaje es devorado a cielo abierto.
Busco, a tientas, entre matojos y flores silvestres,
para confeccionar las sílabas pendientes:
busco lo errado
RARO.