REGISTRO DEL TIEMPO
12/2/2025

Sesgos en la ciencia

Daniela Gallegos Ayala

La epistemología contemporánea tiene una gran relevancia en el estudio relativo a nuestras creencias, cuya importancia es total, cuando pensamos en nuestro carácter epistémico de agentes de conocimiento que, con base en nuestras creencias, construimos una realidad específica. En este sentido, juegan un papel fundamental disciplinas relacionadas con el estudio de la mente y los estatutos epistemológicos desde los que parten nuestras decisiones en el día a día. Con ello, vale la pena revisar las creencias que tenemos frente al estatuto médico que posee el cuerpo femenino en los diagnósticos de enfermedades y en la prioridad hospitalaria que se le da a un hombre frente a la mujer.

La activista y periodista británica Caroline Criado, conocida por su libro “The invisible woman” publicado en 2019, ha ganado reconocimiento por su trabajo en su lucha por los derechos femeninos. En 2014 fue incluida dentro de las 100 mujeres de la BBC y fue nombrada Oficial de la Orden del Imperio Británico (OBE) por su lucha por la igualdad y la diversidad. El septiembre de 2024, habló en el Speakers Corner de London sobre la brecha de datos que afecta a las mujeres (gender data gap) en todos los sectores de la vida diaria: desde el diseño de autos, hasta los diagnósticos médicos sesgados. Hace bien en aclarar que este fenómeno no yace en un intento masculino explícito y, por tanto, deliberado, de amueblar el mundo a su comodidad, dejando a la mujer un lugar bastante incomodo en el que transitar. Creo que si eso fuera así, serían más claras las vías de solución para cerrar la brecha de datos que menciona Caroline.

El problema radica en que se trata más bien de algo de lo que no nos damos cuenta, y por tanto, está sumamente arraigado en el inconsciente colectivo. Filósofas como Jules Holroyd junto con Robin Scaife y Tom Stafford sostienen que los psicólogos y filósofos han desarrollado, probado y evaluado estrategias para regular el sesgo implícito y discutir qué consecuencias prácticas tiene. Al margen de la discusión sobre el carácter implícito de los sesgos, podemos definirlo como una creencia de la que no nos percatamos, ni en cuanto a su origen ni en cuanto cómo influye en nuestros juicios sobre la realidad. Esto es particularmente peligroso cuando se toma en cuenta lo que Miranda Fricker llamó injusticia epistémica en su libro Epistemic Injustice: Power and the ethics of knowing.

La injusticia epistémica se divide en injusticia testimonial (testimonial injustice) e injusticia hermenéutica (hermeneutical injustice). En pocas palabras, la injusticia epistémica se refiere a las diferentes formas en que los miembros de grupos marginados son afectados o agraviados respecto de su capacidad como sujetos cognoscentes o conocedores (knowers) debido a estereotipos perjudiciales. La injusticia testimonial refiere a los casos en que una persona al hablar recibe una credibilidad deficiente o nula debido a un prejuicio de identidad proveniente del que la o lo escucha. En otras palabras, la injusticia testimonial se lleva a cabo cuando la audiencia es incapaz de identificar al hablante como una agente cognoscente o conocedor (knower), usualmente por un estereotipo. Por su parte, la injusticia hermenéutica se refiere a los casos en que un área significativa de la propia experiencia social pasa inadvertida por la comprensión colectiva debido a la marginación hermenéutica del lenguaje. Un caso que Miranda Fricker menciona para ejemplificar esta injusticia es cómo la falta de términos como “acoso sexual” y “hostigamiento sexual”, entre otros, dificultaron en gran medida la posibilidad de que las víctimas de tales sucesos pudieran comprenderlos y comunicarlos a otras personas. Esto ocasionaba que las experiencias de acoso u hostigamiento sexual que vivieron pasaran inadvertidas por la sociedad y lo que explica que no hubiera términos adecuados para ello se debió en gran medida a la marginación de ese mismo grupo social.

El ámbito del derecho, de la academia, de la ciencia, del periodismo y de la política son parte de la raíz del problema. Un ejemplo impactante y que Fricker propone es el de la injusticia testimonial en los consultorios médicos. Independientemente de la definición objetiva de la ciencia, un doctor o doctora pueden estar sujetos a segos implícitos respecto al género del paciente y con ello cometer no sólo injusticia testimonial al no adscribirle a la mujer la credibilidad necesaria para otorgarle un correcto diagnóstico médico, sino además, injusticia hermenéutica: la gran brecha de datos que distancia a las mujeres de los hombres. Según un estudio llevado a cabo en 2019 por la universidad de Copenhaghen, que tomó en cuenta datos de la salud de 6.9 ​​millones de daneses, en cientos de enfermedades, las mujeres, en promedio, fueron diagnosticadas cuando tenían aproximadamente cuatro años más que la edad en que se reconocieron las mismas enfermedades en los hombres. Si se toma en cuenta que los hombres por lo general acuden al médico a destiempo, esto habla de la cantidad de años que toma diagnosticar correctamente a una mujer. Por su parte, de acuerdo con un informe actualizado en el 2024 por el Foro Económico Mundial, las mujeres pasan un 25% más de su vida con problemas de salud que los hombres. En el mismo informe, se mencionan la principales enfermedades que aquejan a las mujeres y cuyo diagnóstico es a destiempo: las enfermedades cardiacas, la endometriosis, el autismo, el Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH),  y enfermedades autoinmunes. En muchos de los casos, además de ser diagnosticadas años después, los pocos fondos que se le otorgan a las investigaciones en torno a estas condiciones específicamente en cuerpos femeninos, hace difícil no sólo la comprensión femenina de la enfermedad, sino tambien la posibilidad de encontrar soluciones adecuedas y expeditas.

Pensar que la base de la ciencia es el cuerpo masculino parte de la creencia implícita de que la enfermedad en el cuerpo masculino y su manifestación se replicable en el resto de los cuerpos, dejando de lado la comprensión de la enfermedad desde el punto de vista femenino y las potenciales contribuciones que su investigación podría dar al progreso científico. Por poner un ejemplo: científicos de la Universidad de Stanford descubrieron una molécula llamada Xist que sólo está presente en las mujeres. La molécula tiene la capacidad de desencadenar una respuesta química propia de las enfermedades autoinmunes y podría ser el punto de partida para dar respuesta a por qué este tipo de enfermedades aquejan más a la mujer.  

Por supuesto, no podemos hablar de la mitigación de esta injusticia epistémica sin hablar de la culpabilidad moral por aquello de lo que no tenemos control. En esta discusión hay quienes  sostienen que no podemos culpar a las personas porque sólo somos responsables de los efectos de los sesgos implícitos, pero no de su manifestación pues no se pueden controlar. Sin embargo, me parece que el control directo e inmediato no es una condición necesaria para hablar de responsabilidad moral. Podemos tener control indirecto o control de largo plazo sobre nuestras creencias. Somos responsables de la selección de la evidencia que consideramos en nuestros juicios. También podemos someter a revisión nuestras creencias y nuestras respuestas afectivas. Por ello tenemos responsabilidad moral y somos potencialmente culpables si no actuamos en consecuencia. En este sentido, me parece que la medicina es cómplice de las muertes femeninas prematuras, por la falta de diagnósticos adecuados y la falta de un objetivo científico de estudiar a las mujeres. Por ello, me parece que para poder mitigar las injusticias epistémicas debemos volvernos virtuosos epistémicos. Esto refiere a ser escuchas virtuosos, y evitar vicios epistémicos, como ser de mente cerrada, dogmática, alegremente insensible a la crítica, etc.

En su conferencia del 2024, según Caroline, la definición de la mujer como “macho mutilado” logró permear en la consciencia de las personas a lo largo de los siglos, a tal grado que no nos damos cuenta que las disciplinas operan bajo esa definición a la hora de ordenar el mundo. Con ello, recordé la común etiqueta que se le adscribe a Aristóteles cuando se habla de lo femenino: la del “Padre de la misoginia occidental”. En efecto, cuando Aristóteles trata sobre el macho y la hembra, realiza distinciones sexistas que, si se piensan con frases sacadas de contexto como “macho mutilado” para definir a la mujer, explican en buena medida las acusaciones sexistas a su teoría biológica. Es desconcertante encontrar en su pensamiento, descripciones y comparaciones entre machos y hembras que, no son empíricamente observables y parecen provenir de prejuicios sexistas. Algunos de ellos son: las hembras tienen menos dientes; la temperatura corporal de las hembras es menor; el cerebro de las hembras es más pequeño; las hembras son siempre más pálidas; y otras de carácter: las hembras son cobardes comparadas con los machos; son más mentirosas, apocadas, desesperanzadas, etc.

Aunque no pretendo realizar una apología al pensamiento aritotélico sobre la mujer, creo que es importante encontrar en él un ejemplo de cómo debe prevalecer el compromiso científico por comprender el ser y el funcionamiento de los seres vivos como eje fundamental. Este compromiso científico se refleja en un ejemplo poco conocido en su corpus. Rara veces se menciona cuando se habla de la mujer y Aristóteles. Tanto en Historia Animalium como De Generatione Animalium hace una revisión muy precisa sobre la reproducción de las abejas. El problema es evidente: ¿puede una abeja hembra estar a la cabeza de una organización femenina? Su rigor filosófico le impide ignorar este hecho, y duda de los postulados preescritos sobre las hembras en el mundo animal. Aunque su conclusión es que quizás esta abeja reina sea más bien asexuada, no deja de resultarle insatisfactoria tal explicación. Asegura que estos asuntos no han sido observados del todo y se deberá complementar si se llega a tener evidencia empírica. Los médicos del mundo podrían beneficiarse de este compromiso genuino y honesto de estudiar la vida. Hoy un compromiso así se relega bajo preocupaciones sesgadas en torno a la mujer.

Más adelante, cuando habla de las avispas, que se asemejan a las abejas en cuanto a la sofisticación de su organización, no niega el estatuto femenino de la reina. Su reticencia a conceder que las abejas que gobiernan sean hembras, le ha valido un sinfín de críticas, con cierta razón, aunque el estudio de las avispas y su apertura a corregir su conclusión suelen ser pasados por alto y me parece una actitud epistémica que, por lo menos en su contexto, es virtuosa, pues somete a revisión sus estatutos previos por el compromiso científico de sus investigaciones. No me parece descabellado que los profesionistas de todas las disciplinas prioricemos hoy un punto de vista similar, que si bien no da una solución total al problema de la brecha de datos, ofrece un punto de partida para aspirar a la virud epistémica en la ciencia.

Imagen en portada
Ten days, James Rosenquist

Suscríbete a nuestro newsletter y blog

Si quieres recibir artículos en tu mail, enterarte de nuestros próximos lanzamientos y apoyar nuestra iniciativa, suscríbete a nuestro boletín mensual para que lo recibas en tu correo.
¡Gracias por suscribirte!
Oops! Hubo un error en tu suscripción.