La lógica sustitutoria del sacrificio según Roberto Calasso

Stephen M. Metzger

Reseña

Traducción de Alba Rodríguez1

Calasso, Roberto, El libro de todos los libros, trad. Pilar González Rodríguez, Anagrama, Barcelona, 2024, pp. 496.  

Uno podría estar tentado a pensar que cuando el difunto Roberto Calasso dedicó su atención a estudiar las historias del Antiguo testamento (Il libro di tutti i libri, publicado en inglés por la editorial Farrar, Straus & Giroux), lo hizo sólo desde la perspectiva de la mitología. Su amplia y versátil serie de estudios, de la cual este volumen es por desgracia la penúltima parte, examina las interacciones entre mito y literatura a lo largo del tiempo y el espacio enfocando la mirada en las historias fundacionales de las culturas antiguas. Al fin y al cabo, ¿no es usual interpretar el Génesis y otras historias de la Sagrada Escritura precisamente como mitos, creados para ayudar a las personas a entender la sociedad y el mundo en el que habitan?

Calasso se enfrenta directamente a la pregunta, tanto como uno puede llamarle “directa” a su escritura. A lo largo de 335 páginas trata sobre la creación de Adán y Eva y se percata de que los estudiosos de la Biblia en general han mostrado una gran afición por enlistar los antecedentes y paralelos entre los primeros tres capítulos del Génesis y lo que con frecuencia encontramos en los mitos e historias de otros pueblos del Cercano Oriente. Es evidente que hay muchas imágenes, ideas y pasajes similares, pero una vez enlistados los parecidos y las semejanzas, Calasso se pregunta si hay algo particularmente distintivo en la tradición bíblica. Señala sólo una: la Caída (Agustín de Hipona, muérete de envidia).

Esta no es una afirmación sacada de la manga o tan sólo copiada de los escritos del gran padre africano de la Iglesia. No, sino que cita a una autoridad, a un titán en el ámbito de la crítica bíblica del siglo veinte, quizás al titán por excelencia: Umberto Cassuto (Moshe David Cassuto). De hecho, Calasso subraya que quizás no hay ningún otro erudito, con excepción de Adolphe Lods, que haya hecho más para reconstruir la literatura de la épica pre-bíblica.

Calasso no era el único que pensaba esto de Cassuto. Su reputación para el estudio y la erudición fue tan respetada durante su vida que incluso llamó la atención de la Biblioteca Vaticana Apostólica. Cassuto se había mudado de Florencia a Roma para asumir la dirección de los estudios hebreos en La Sapienza tras la destitución de Giorgio Levi Della Vida por haberse negado a pronunciar el juramento fascista de lealtad.

Durante una visita, claramente demasiado corta, a la Ciudad eterna, la Biblioteca le pidió ayuda para catalogar y estudiar los numerosos manuscritos hebreos en la colección (hay 723 manuscritos hebreos nada más en la colección Vaticani Ebraici). En este puesto, Cassuto se sumó a la larga lista de eruditos judíos, junto con Levi Della Vida, quien encontró refugio en el Palacio apostólico en medio del ambiente cada vez más violento para los judíos en Europa. Mientras prestó sus servicios a la Biblioteca durante los años treinta, Cassuto, entre sus muchas obras, realizó un importante estudio de los manuscritos hebreos en la colección de libros pertenecientes a la antigua Biblioteca palatina de Heidelberg (contenía 262 manuscritos hebreos), la cual fue donada al Vaticano por Maximiliano de Bavaria en la década de los 1620 como parte del botín de la guerra de los treinta años.

La contribución más grande de Cassuto a la Biblioteca Vaticana habría sido el primer catálogo descriptivo y analítico de la colección Vaticani Ebraici, pero a la fecha de su inoportuna muerte en 1951, la obra seguía en su mayoría incompleta. La Biblioteca Vaticana logró publicar las primeras 115 descripciones de Cassuto en una colección póstuma en el año 1956. Sin duda, la Biblioteca del Vaticano apreciaba tanto a Cassuto que se refirió a él como “peritissimus rerum hebraicarum magister” en el prefacio a su catálogo.

Así pues, tras esta explicación no cabe duda de que Calasso en verdad está parado sobre los hombros de un gigante. No es una afirmación que se pueda ignorar o contradecir con facilidad considerando el profundo conocimiento de Cassuto sobre la historia del texto bíblico y los textos de las culturas circundantes. Esta explicación enmarca también el pensamiento de Calasso sobre la naturaleza del sacrificio. Este tema ha sido un área particularmente tratada en sus escritos, como bien señala Scott Beauchamo. En sus trabajos, Calasso reflexiona en profundidad sobre las escrituras para considerar el sacrificio en su totalidad. En verdad no hay otra manera de describir un trabajo que combina la paráfrasis, la glosa, la exégesis bíblica y la crítica literaria. Dentro de ese laberinto, al recorrer cada pasadizo, Calasso refina su noción del sacrificio, indagando cada vez con mayor profundidad acerca de lo indispensable que es, sus orígenes, sus paradojas y su duración infinita, hasta que por fin llega a un hecho que es tanto la consumación como el final del texto bíblico: la Encarnación.

En la tradición bíblica, la palabra para un sacrificio admisible es “holocausto”. Esto lleva a Calasso a hacer un paréntesis (en un libro que en realidad no es otra cosa sino una colección de paréntesis) para subrayar, como muchos otros han hecho, la absoluta incongruencia de usar el término “holocausto” para referirse a la exterminación sistemática de judíos bajo el régimen nazi. Si bien esta crítica ya es conocida, el punto principal de Calasso es la memoria histórica. Por lo general, se dice que la mejor manera de prevenir que vuelvan a suceder tales horrores es manteniéndolos en la conciencia de la sociedad como recordatorio permanente de lo que puede, y no debe permitirse que ocurra. ¿Pero, qué posibilidad hay de eso cuando la palabra misma para designar tal abominación tiene en su origen un significado positivo?

La culpa es contagiosa. Mancilla a cada uno en su interior de la misma manera en que a Caín se le marcó en el exterior. No puede evitarse y todos a los que esta mancha afecta deben hacer algo a manera de compensación. ¿Pero qué puede hacer una persona culpable para resarcir tal ofensa? ¿Cómo se hace uno admisible?

Las escrituras establecen el sacrificio como la manera más aceptable para restaurar la relación entre la humanidad y Dios. El sacrificio era, por supuesto, común entre los pueblos antiguos, pero el sacrificio prescrito por el texto bíblico no era de apaciguamiento o petición. En cambio, era de expiación. Por lo tanto, el sacrificio debía agradar a Dios. La historia de Caín y Abel deja este punto bastante claro de la manera más gráfica posible. Al mismo tiempo revela muchas de las paradojas inherentes a la naturaleza del sacrificio. Dios encontró la ofrenda de Abel más agradable que la de su hermano. Era, por tanto, casi inevitable que Abel tuviera que morir como aquel a quien se le considera admisible. Un sacrificio requiere que al objeto del sacrificio se le escoja, es decir, requiere una elección. Esto es un privilegio y a la víctima se le escoge porque cumple con ciertos criterios que hacen admisibles a aquellos que ofrecen el sacrificio.

A la víctima entonces debe también aceptársele. La Ley levítica trata en profundidad el tipo de animales que deben sacrificarse y cuándo. Pero en esta elección hay también una condena y, por lo tanto, una paradoja más. Para quitar la mancha del pecado se necesita haber cometido lo que en otro contexto se consideraría justamente una nueva ofensa: la muerte de un inocente. A Caín se le declara culpable de asesinato por hacer lo que desde cierta perspectiva habría sido cumplir con los requisitos del sacrificio.

Un sacrificio realizado como expiación de un pecado, una falta o un crimen conlleva una obligación. Uno debe hacer algo para compensar su error inicial, pero como en este caso el crimen, por así decirlo, se cometió contra un ser infinito, conlleva una obligación que el texto bíblico especifica como imposible de suspender. En el libro del Éxodo, la ley establece que cada día debe realizarse un sacrificio en la mañana y en la noche. La sangre es un elemento esencial en este sacrificio. Es el símbolo más claro de la vida y explica por qué al final el sacrificio de Abel fue más agradable.

Los sacrificios en el templo habrían derramado una gran cantidad de sangre. En este punto, Calasso cita al erudito medieval Moses ben Maimon (Maimónides), quien detalló en su Guía de los perplejos que la cantidad de sangre derramada por los sacrificios perpetuos habría resultado en un hedor insoportable. Parece razonable asumir que si las legiones romanas no hubieran destruido el Templo al sofocar la insurrección del 70 d.C., los sacrificios ahí ofrecidos habrían continuado de manera indeterminada. Calasso recalca sardónicamente que si tal cosa se hubiera visto como un avance de la “modernización”, entonces al emperador Tito se le habría valorado mejor.

Las mismas escrituras nos proveen de críticas respecto de la práctica del sacrificio. Calasso refiere dos de ellas en los libros del profeta Oseas (6:6) e Isaías (1:11-13). Esos pasajes llevaron de modo ineludible a referirse a Jesús, que Calasso culmina con la cita de la Carta a los Hebreos 9:12. Cristo paga por los pecados de la humanidad actuando tanto en calidad de sacerdote como de víctima inocente. Derrama su propia sangre en el altar en sacrificio permanente, de una vez por todas. El tiempo de los holocaustos permanentes llegó con ello a su fin. La antigua ley se cumplió.

Es bastante sorprendente ver el pensamiento de Calasso dar un giro muy anselmiano. Otros autores cristianos afirman que la salvación sólo podía haberse alcanzado por un ser tanto divino como humano que hubiese hecho una expiación admisible por los pecados de la humanidad, pero Calasso se acerca a Anselmo de Canterbury (ca.1033-1109) a quien se considera uno de los fundadores del método intelectual conocido como escolasticismo. Dicho método se distingue por un análisis lógico bien refinado y por su rigor dialéctico. Los pensadores escolásticos, apoyándose en su fundamental instrucción en la lógica, buscaban llegar al fondo de la cuestión en cualquier asunto mediante el análisis minucioso de las posiciones contrarias, fortaleciendo sus argumentos con referencia a las autoridades comúnmente aceptadas en teología y filosofía. Algunos han considerado este método en ocasiones tedioso o absurdo y con un enfoque deficiente en la interpretación bíblica.

Además de su conocida prueba de la existencia de Dios —el así llamado argumento ontológico célebremente desestimado por Immanuel Kant—, a Anselmo se le conoce por sus intentos de probar verdades teológicas basándose sólo en la razón y sin recurrir a la autoridad de las Escrituras u otras figuras religiosas. En su tratado ¿Por qué Dios se hizo hombre? (Cur Deus homo), Anselmo se propuso defender que la necesidad de la Encarnación podía probarse mediante razones necesarias sin depender de la autoridad de la revelación.

Su argumento va más o menos así: los seres humanos debían amar y honrar a Dios, un ser infinito. La desobediencia de los primeros padres contravino este mandato, de tal manera que, incluso si la humanidad hubiese regresado de inmediato y con toda intención de amar y honrar a Dios como debía, era imposible regresar a como eran las cosas antes de la transgresión. En efecto, esa desobediencia dio lugar a una brecha infinita e impenetrable entre la humanidad y Dios. Sólo Dios podía eximir y cerrar esta brecha, pero como la ofensa la cometió el primer ser humano, no convenía al verdadero sentido de la justicia divina dejar pasar el pecado. La única manera de restaurar la situación original entre las criaturas y su Creador infinito era, por lo tanto, que un ser humano, con algún tipo de acceso al poder infinito de Dios, eximiera la ofensa infinita. Esto debía realizarlo un Dios-hombre, conclusión que se confirma por las Sagradas Escrituras.  

El sacrificio lo consume todo. Es eterno y nunca se sacia. Obtiene su poder de la sangre del inocente. Cuando se hace mal uso de él y se le distorsiona con propósitos seculares, puede implicar inmensa crueldad y sufrimiento. El punto final fue la cruz de Cristo. Calasso expone así las paradojas del sacrificio de manera desconcertante y las resuelve de manera todavía más prodigiosa. El sacrificio perpetuo, que se ofreció de una vez por todas, es un misterio en el que hay que adentrarse con humildad y reverencia en cada sacrificio de la misa. La meditación de Calasso sobre la naturaleza del sacrificio lo llevó a la misma interpretación de Anselmo.

1 Artículo publicado en Church Life Journal, el 4 de agosto de 2021, bajo el título "Roberto Calasso's Substitutionary Logic of Sacrifice". Agradecemos a Artur Sebastian Rosman la autorización para publicar el artículo, y a Stephen Metzger la autorización para traducirlo.

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