La sustancia (Coralie Fargeat, 2024) es una película que se encuadra dentro del género del body horror, “horror corporal”, que busca perturbar al espectador a través de alteraciones ficticias y horrorosas del cuerpo humano. Un subgénero que, si bien tiene algunos clásicos de culto como La cosa (John Carpenter, 1982), La mosca (David Cronenberg, 1986) o incluso Alien (Ridley Scott, 1979), en general se compone de películas que sólo se verían en cines turbios de medianoche y que no son del agrado del gran público. Sin embargo, esta película busca decir algo más, y parece que lo logra como constatan su nominación a la Palma de Oro en el Festival de Cannes y su premio al mejor guion en ese mismo festival.
La trama presenta el conflicto de Elisabeth Sparkle (Demi Moore), estrella de televisión y del fitness que vive de lucir su cuerpo, pero que ha entrado a una edad madura, por lo que los hombres —dato importante— que dirigen la televisora deciden prescindir de ella. Entonces llega a sus manos la “sustancia”: un procedimiento que le ofrece una renovada juventud con su correspondiente belleza. La “sustancia” hace que del cuerpo de Elisabeth —concretamente su columna vertebral, de un modo tan perturbador como físicamente imposible— surja el cuerpo de Sue (Margaret Qualey), de gran belleza, pero sobre todo de juventud.
Aquí empieza el planteamiento corporal de la película, temáticamente sugerente una vez que se acepta el inverosímil pacto de lectura propio de este género cercano a la ciencia ficción. Elisabeth y Sue son la misma persona, pero en dos cuerpos distintos. “You are one”, explica claramente el mensaje de la “sustancia”. Mientras el cuerpo de una está activo durante siete días, el otro permanece guardado alimentándose a través de unos sueros que provee la misma empresa que produce el medicamento. Así, Sue se presenta ante el ejecutivo líder de la televisora y adquiere el trabajo al frente del programa donde en su momento estuvo Elisabeth.
La película es en realidad una crítica feroz a la superficialidad de nuestra sociedad actual y de los medios de comunicación en particular, especialmente en torno a la belleza femenina y las expectativas que genera. Sue, que desea permanecer más tiempo en su forma joven, comienza a robarle algunas horas a la semana a Elisabeth. Lo que genera efectos secundarios: cuando el cuerpo de la segunda despierta, uno de sus dedos está envejecido y enfermo, como el de una bruja. La empresa le hace saber que “lo que se usa de un lado se pierde del otro y no hay vuelta atrás”.
Si bien son la misma persona, Elisabeth no puede evitar compararse con Sue. Quizá una de las escenas más realistas es el momento en el que Sue, con el cuerpo de Elisabeth, llama a un antiguo compañero de escuela, a quien se había encontrado en la calle y la había halagado diciéndole que no había cambiado nada y que seguía siendo la mujer más bonita del mundo. Tras arreglarse para ir a verlo, Elisabeth mira simultáneamente el cuerpo bello e inerte de Sue y en el espejo el suyo irremediablemente marcado por el paso del tiempo. Se retoca una y otra vez, pero sigue sin convencerse de su aspecto, mientras los planos constantes del reloj muestran que se hace cada vez más tarde. La imagen de Sue y su propio reflejo la siguen acechando en una secuencia larga y dura que termina con Elisabeth que con furia se desmaquilla y no asiste a la cita.
Elisabeth se desquita comiendo desaforadamente, lo que genera pequeñas alteraciones en el cuerpo de Sue que opta, para seguir viviendo, por extraer más líquido de la médula de Elisabeth, haciendo que el cuerpo de esta última se vuelva cada vez más viejo y enfermo. Llega el momento en que no hay más líquido que extraer y Sue no tiene más remedio que dejar que el cuerpo de Elisabeth despierte completamente deforme y ella vuelva a dormir.
Elisabeth decide “terminar la experiencia” y pedir a la empresa el kit para acabar con la vida de Sue, pero ésta vuelve a la vigilia en ese momento. Como es imposible que ambas estén despiertas, pelean a muerte hasta que la joven elimina a la vieja. Las cosas, sin embargo, no pueden ser ya normales para el organismo de Sue, quien en su gran noche —cuando debe presentar la gala televisiva de año nuevo—empieza a deteriorarse y pierde todos sus dientes. Decide entonces usar la sustancia una vez más, pero el resultado es literalmente monstruoso: un híbrido deforme y asqueroso de ambas, con dos rostros y partes del cuerpo situadas irregularmente, que la película designa con el subtítulo “Monstruo Elisasue”. En esa forma se presenta en la gala televisiva, lo que genera el rechazo y la violencia del público, por lo que la película termina en un exasperante baño de sangre propio de este género.
“Me odio a mí misma”, le había dicho la vieja a la joven intentando despertarla, “eres la única parte de mí que puede ser amada”. Desde las claves del horror corporal —y con elementos audiovisuales que subrayan la experiencia mediante planos detalle hechos con un lente gran angular, un diseño sonoro que refuerza los sonidos corporales, y la banda sonora del DJ Raffertie— la película critica los estándares de belleza femeninos y cómo los cuerpos se hacen desechables para ciertas industrias, particularmente para la llamada male gaze, la mirada masculina. No es casualidad que los ejecutivos de la televisora sean todos varones. “Parece que todo está en el lugar correcto”, dicen dos de ellos al analizar el cuerpo de Sue y, a través de un flashback, la película vuelve agudamente al momento en el que el monstruoso tercer cuerpo sale a cámara y nada está en el lugar correcto.