Algunas razones para deshilar este mundo y tejer uno nuevo

Tatiana Lozano

Reseña

Eraña, Ángeles, De un mundo que hila personas (o de la inexistencia de la paradoja individuo/sociedad), Instituto de Investigaciones Filosóficas UNAM, División de Ciencias Sociales y Humanidades, UAM Cuajimalpa, 2021, 157 pp.

En esta madrugada del año 2025, quizá debamos abandonar el temor del fin del mundo y más bien desearlo. ¿Por qué aferrarnos a un mundo donde la guerra es una constante?, ¿cómo defender un mundo que excluye, deshumaniza y aniquila a las otras? No hay razones para hacerlo, es preferible desenmascararlo, soltarlo y construir otro, como propone la filósofa mexicana Ángeles Eraña en De un mundo que hila personas. No será más fácil, pero sí más honesto y deseable cambiar de mundo o de mundos. No tenemos que irnos a Marte, sólo necesitamos derrumbar este aparato conceptual, social y material que nos impide ser las personas que queremos ser, construir las comunidades donde queremos vivir. En lo que sigue intentaré presentar un panorama general de la propuesta de Eraña enmarcada en dos grandes preguntas: ¿por qué debemos destruir este mundo?, y ¿cómo podemos construir uno mejor?

Varias pensadoras, entre ellas las ecofeministas, han señalado lo problemático que es nuestro aparato conceptual binario de base. Esto es, la manera en que las categorías duales (esas que se explican por su contraparte) implican la preeminencia de una sobre la otra. Los ejemplos comunes de esta forma de pensar son las diadas hombre-mujer, cultura-naturaleza, mente-cuerpo, blanco-no-blanco. El problema está en definir todos estos conceptos como si fueran disyuntivas excluyentes donde una de las partes no sólo se opone a la otra, sino que se subordina a ella. La subordinada suele entenderse como carente de lo primordial que hay en la otra: es el accidente de una sustancia, la falta de. Así, hemos construido un mundo donde estas diadas replican las fórmulas binarias: superior-inferior, opresor-oprimido.

En esta línea de pensamiento, Eraña busca desmontar la disyuntiva excluyente entre el individuo y su sociedad. Los efectos de esta disyuntiva en el pensamiento contemporáneo se pueden ver en las dos propuestas principales para resolver el problema de la libertad del individuo en su comunidad: o el individuo tiene preeminencia sobre el colectivo o la comunidad reina sobre el individuo. Si se le da prioridad al individuo, entonces nuestra ontología es individualista, si se le da prioridad al colectivo, es holista. Más allá de los problemas del individualismo que ha prevalecido en occidente, Eraña dirá que ninguna de estas propuestas nos da una respuesta satisfactoria a la pregunta sobre la naturaleza de la sociedad. Ni el individualismo, ni el holismo nos permiten comprender qué es una sociedad.

La distinción —en apariencia paradójica o contradictoria— entre individuo y sociedad exhibe la ontología que divide al mundo en dos términos siempre en pugna: desde el hombre y la mujer hasta el mismo hombre contra el resto de los hombres y las mujeres. Eraña no aborda esta discusión conceptual en el vacío, más bien la piensa desde el territorio y el cuerpo: las exclusiones de las disyuntivas causan dolores y fracturas reales. En sus palabras: “los problemas ontológicos son problemas políticos” (p. 24). Estas exclusiones se dan en un contexto social, en una economía capitalista. Una vez que observamos la ontología individualista en el terreno del capitalismo podemos comprender, de la mano de la autora, que esa disputa que se da entre los dos términos de cada disyuntiva, cuando es llevada a la escala mayor de las economías capitalistas, implica necesariamente la guerra. Así como el individuo se ve aislado y en confrontación con su entorno, las comunidades se enfrentan unas a otras bajo lógicas capitalistas binarias. Unos tienen que oprimir o aniquilar a los otros para conseguir algo. Se trata, de acuerdo con Eraña, de una guerra fractálica: en todas las escalas y en cada intersticio hay dos que se oponen, que se definen por su disputa con el otro.

Ahora es claro que este mundo conviene destruirlo, ¿por qué querríamos vivir en una disputa eterna?, ¿a quiénes (si acaso) beneficia la guerra ubicua? Desde la ontología social crítica, Eraña ilustra cómo el edificio conceptual binario, así como sus bases materiales capitalistas, tendrían que derrumbarse para que podamos gestar nuevas formas de vida, lejos del aislamiento individualista y de la prisa del capitalismo. Si las maneras en que se racionalizan las atrocidades de este mundo han caducado (si es que alguna vez fue adecuado ingerirlas), la siguiente pregunta sería ¿cómo hemos de pensar el mundo de nuevo?

Mientras la ontología del individuo considera que éste es primordial y lo común es derivado, Eraña propone una ontología relacional según la cual la relación es lo primario, es lo fundamental que permite la existencia de individuos y sociedades. A saber, no es que haya dos entidades individuales relacionadas, sino que hay una relación y ella les da existencia y sentido a las entidades relacionadas (p.139). Si bien hay que recorrer el argumento completo como lo presenta la autora para que todas las partes se articulen propiamente, la introducción de una ontología relacional permite ilustrar la postura desde donde ella propone ya no construir, sino tejer mundos nuevos a partir de las relaciones.

Eraña demuestra cómo las disyuntivas excluyentes constriñen a quienes habitamos este mundo de una manera asfixiante y cómo una vez desmontadas —especialmente la diada individuo-sociedad— se nos abre ya no este mundo, sino todos los que aquí intentan existir y los que realmente queremos habitar.  Para hilar otro mundo (u otros mundos), siguiendo el manual de Eraña, debemos volver a esas preguntas que ni el individualismo ni el holismo supieron responder: ¿qué es una persona?, y luego, ¿qué es un mundo?

Desde la ontología relacional de Eraña, el mundo es un conjunto estructurado de relaciones y prácticas —formas de hacer las cosas—; la persona, por su parte, es un nodo en el conjunto de las relaciones, es un tejido de narrativas, es la integración de tales relaciones en un cuerpo que siente (pp. 28-29, 122). La persona es aquella capaz de sentir el dolor de las demás y quien logra tejer nuevos mundos, mediante su manera de relacionarse, de ser nodo en la comunidad y de ver a las otras desde allí. Es un organismo biológico que ha comprendido —en la línea de biólogas como Lynn Margulis y Donna Haraway— la teoría evolutiva de la simbiosis, según la cual los éxitos evolutivos se deben a la cooperación y no a la pugna de débiles contra fuertes. Su modelo es el holobionte, como presenta Eraña.

En este sentido, para tejer nuevos mundos hay que cambiar nuestras prácticas desde la ética relacional-afectiva de Eraña, lejos de las exclusiones ontológicas y cerca de la relación como sustento. Esto se logra cuando cambiamos en comunidad esas formas de relacionarnos, narrarnos y concebirnos que nos aíslan, que nos hacen ver a las demás personas como rivales o amenazas. Entonces habría que leer el mundo de hoy con otros lentes para entonces deshilarlo y tejerlo de nuevo. Si no nos tomamos en serio la posibilidad de tejer los mundos que queremos es porque hemos caído en la trampa conceptual y cosmovisual de las disyuntivas excluyentes y de su concretización capitalista que no ofrece alternativas.

A quienes nos parece imposible defender un mundo que da lugar a justificaciones racionales para una maquinaria genocida (entre incontables atrocidades), el libro de Eraña nos da buenas razones para irlo deshilando cada día. También nos da una especie de manual conceptual con un llamado a la acción para tejer otro mundo. Un mundo donde quepan muchos mundos, como dicen las zapatistas de quienes Eraña retoma principios y horizontes.

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