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Caminos hacia la paz
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Columna

La vigilancia como ejercicio del mal

Raudel Ávila
Columna

Resulta difícil precisar quién o cuándo se inventó el espionaje. Tan temprano como en el antiguo Egipto ya se hablaba de espías al servicio de los faraones y en contra de ellos. Los cortesanos y la misma profesión diplomática tuvieron (¿tienen?) mucho de espionaje. La intriga palaciega requiere de la existencia de un sistema de vigilancia e infiltración del enemigo, para no hablar de las tropas en combate. Inteligencia, le llaman quienes buscan disimular la naturaleza un poco escandalosa de esta actividad. No obstante, el uso más preocupante del espionaje es aquel que se da contra la población civil. Desde siempre, los gobiernos más despóticos lo han empleado en contra de sus súbditos o ciudadanos. Inclusive los regímenes democráticos más avanzados no son ajenos a la práctica de espiar a su población, particularmente en tiempos de guerra o cuando perciben una amenaza para la estabilidad del régimen (terrorismo, separatismo, insurrección, etcétera). El espionaje contra la población civil se perfeccionó hasta extremos degradantes de la condición humana en los sistemas totalitarios del siglo XX. Nada menos que el propio Víctor Serge escribió un manual clásico, Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión. Posiblemente no imaginaba los alcances que la tecnología le permitiría al régimen soviético unas cuantas décadas más tarde. El espionaje en el que pensaba Serge, reducido al teléfono, a la correspondencia impresa y a figuras específicas, era limitado e impedía al más totalitario de los estados espiar a toda la población todo el tiempo. Esto ya no es así. El caso chino es ilustrativo. El desarrollo de drones súper avanzados y cada vez más difíciles de detectar, permite al gobierno observar desde distancias asombrosas el movimiento de sus ciudadanos incluso en los aspectos más íntimos. Por si esto fuera poco, los sistemas de reconocimiento facial, si bien aún no han sido perfeccionados, buscan identificar a cualquier individuo en toda situación, lugar y hora. De ahí la puesta en marcha de un sistema como el de Cero COVID que, al detectar un caso, permite al gobierno exigir el aislamiento total a cualquier persona que haya tenido contacto con el contagiado. No se les autoriza la salida de su hogar bajo ninguna circunstancia. 

Hay, sin embargo, otras medidas con implicaciones más preocupantes. Por ejemplo, el establecimiento de un sistema de crédito social para evaluar la conducta no sólo financiera, sino política de la ciudadanía. En función de este sistema se busca determinar el acceso a prestaciones sociales, empleos, servicios públicos, becas, lugares en universidades, etcétera. Además, China está haciendo un esfuerzo sensible por lograr que todas sus transacciones monetarias se hagan a través de medios digitales, en otras palabras, quiere desaparecer el dinero en efectivo. Así, el gobierno podría vigilar todos los procesos de compra-venta, desde los más grandes hasta los más insignificantes. Adicionalmente, a partir de la llegada al gobierno de Xi Jinping, el control del big data se ha vuelto una prioridad de seguridad nacional, lo que ha permitido impulsar legislación para que toda empresa tecnológica que recoja big data en China, deba almacenarla en China misma y no pueda sacarla del país sin previa autorización gubernamental. La pregunta evidente es para qué quiere el gobierno toda esa información. 

Desde una perspectiva liberal, uno debe desconfiar de cualquier intromisión gubernamental en la vida privada y, en lenguaje contemporáneo, en el uso de datos personales. No se trata de condenar exclusivamente a China. La tentación existirá para todos los gobiernos una vez obtenidos los desarrollos tecnológicos que permitan realizar ese tipo de vigilancia. Sostengo que hay una pulsión maligna en querer acumular big data sobre la población. Con ellos se busca influir en las preferencias de consumo y de valoraciones políticas de las personas con el objeto de someterlas a una servidumbre permanente y castigar a quien no lo haga. Es el sueño de todos los dictadores de la historia, moldear la conciencia del hombre. La diferencia es que hoy las herramientas tecnológicas pueden cumplirles el sueño.  

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