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Caminos hacia la paz
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Columna

De golondrinas e inteligencias

Patricia Gutiérrez-Otero
Columna

Es primavera. A mi pueblo regresan las gráciles golondrinas a buscar los nidos que ellas mismas construyeron el año pasado o más. Hacen sus nidos en los muros o en los maderos. Su arquitectura es muy característica: pequeñas bolitas de barro pegadas una contra otra. Normalmente los nidos se construyen para durar largo tiempo. Sin embargo, precavidas, al inicio de la estación llega un primer contingente de golondrinas a revisar el estado de las construcciones y a darles el mantenimiento necesario antes de empollar en ellos. Es consolador ver a estas señoras surcar los aires raudas y elegantes (nunca las he visto posarse en el piso, sólo en muros, lámparas colgantes, cables).

Desde hace unos años, otros visitantes del jardín, alados, intrépidos, arrogantes, desvergonzados y muy simpáticos, decidieron expropiar los nidos de las golondrinas. Utilizando sus estructuras, acarrean sus propios elementos para acolchar el nido: plumas, pelos de perro, paja, pasto, y se establecen ahí como usurpadores. Los gorriones se adueñan del minucioso trabajo de las golondrinas y muchas veces rompen la frágil construcción que los alberga. Su alaraca, sus saltitos, su impertinencia los vuelven entrañables.

Después de la primera ocupación de los nidos, hace unos tres años, observé el regreso de las golondrinas. Temí que ya no quisieran cobijarse bajo mi techo, en sus nidos alterados. Las extrañaría. En ese momento inició una singular guerra entre las dos especies. Los gorriones, que viven en grandes grupos, se apertrechaban bajo el techo, mientras las golondrinas surcaban, también en parvadas, aunque menos numerosas, el espacio al exterior con gran velocidad (ellas comen al volar) e imponiendo su ritmo. No los vi pelear directamente. Al final, las golondrinas lograron reconstruir los nidos. Empollaron. Sin embargo, la confrontación no cesó: vi huevitos rotos sobre el suelo e incluso el cadáver de un polluelo de golondrina atorado entre los barrotes de una silla acomodada debajo del nido. ¿La situación era violenta? Sí. Luchaban por el usufructo de un territorio. ¿Debía meterme? Decidí que no. Mi voluntad humana que busca la paz no sería capaz de contener, ni sabría cómo, estos desencuentros entre animales; ellos tienen sus leyes, ellos saben los cómo; su instinto los dirige al para qué.

Todo esto me llevó a pensar en la noción de bien y mal, términos morales, en relación con las vidas totalmente existenciales de los animales que se sitúan en el aquí y el ahora. En este contexto, los adjetivos morales dados a las golondrinas podrían tender a exaltar sus cualidades positivas como infatigables, trabajadoras, luchonas, solidarias, estructuradas, de buenas costumbres. Los que recibirían los gorriones serían menos halagüeños, simpáticos, bribones, atrevidos, arrogantes, ladrones, impertinentes. La realidad es que ambas especies luchan por sobrevivir y cada una lo hace a su manera. Quizás otra cultura, diferente a la mía, como la neoliberal, alabaría las virtudes de los gorriones que saben sacar buen partido del trabajo de otros. No lo sé. Mi cuestionamiento deja de lado, además, la romántica imagen de que los pajaritos cantan y son muy bonitos, como si fueran unos ángeles pequeños inmunes a la violencia propia de la existencia. En este sentido, tendemos a olvidar que, como los pajaritos y los otros seres animados, somos seres ligados con la materia. Y que, aunque la materia es nuestro soporte (sin el apoyo del aire, las aves no volarían; sin el nido, no empollarían), también es nuestra dificultad y nuestra carga, pues estamos sujetos a ella. La posesión o usufructo de los bienes materiales naturales o construidos por unos u otros lleva a posibles confrontaciones más o menos violentas, a veces sangrientas. 

En la guerra entre las aves que buscan refugio y habitación en el jardín, la astucia, fuerza y capacidad de ambos grupos, lograron crear cierta cohabitación, algo frágil por la ausencia durante varios meses de las golondrinas, que les hace perder de nuevo los nidos. Incluso casi puedo asegurar, pero no lo hago, que tiran en parte las construcciones antes de la llegada de las aves viajeras. Usando la razón, se podría llegar a acuerdos entre ellas. Yo podría sugerirles compartir los nidos de manera ordenada. Los gorriones durante cierta parte del año, las golondrinas en primavera y verano (que es aproximadamente lo que hacen ahora). Sin embargo, algo más allá de la posesión de los nidos parece empujarlas al conflicto: la sola coexistencia en un mismo lugar. Ambos grupos parecen deber mostrar su frágil equilibrio a través de la confrontación física. Por eso yo no me meto, mi razón les estorba.

¿Es pues necesaria la violencia en el mundo irracional? ¿Es una forma de poner límites necesarios para coexistir y seguir viviendo? Mi observación de los intercambiamos entre animales apunta en esa dirección. La historia de la guerra aviar es sólo un ejemplo de ello. ¿Qué pasa con los seres medio racionales que somos los humanos? ¿Esta razón que tanto nos ayuda y a veces nos engaña es el regalo de la naturaleza que contribuye a evitar la violencia? Aparentemente sí, de ahí la capacidad de debatir, exponer, negociar, llegar a acuerdos en que partes en conflicto ceden algo y reciben algo. La belleza de la razón y de la palabra pueden tender puentes. No obstante, también pueden servir a otras pasiones como las del dominio, la avaricia, la voluntad de poder y otras que conviven también en el ser material que es el humano, y que muchas veces lo mueven. Pretender que el ser humano es exclusivamente racional es tan aberrante como pretender que solamente se guía por sus pasiones corporales. Cuantimás cuando de la razón que hablamos es la razón que la Ilustración reclamó como suya marcando así a la sociedad occidental globalizada. Esa razón cartesiana fue cercenada tanto del cuerpo y sus pasiones, como del corazón y sus intuiciones para erigirla en un gran ojo objetivo que valora y juzga imponiendo así su propia violencia. El frío racionalismo venció a la dulce inteligencia, ésa que el matemático Blaise Pascal llamaba “las razones del corazón”.1

Recapitulo mis ideas antes de finalizar mi elucubración y entregárselas para pensar juntos. La violencia es algo que forma parte de los seres vivos que sobreviven como seres materiales (gran aportación de Marx a la filosofía) en un mundo igualmente material. En el ser humano, la razón puede permitir mediar entre conflictos sin llegar a una violencia irracional para frenar otra violencia irracional. Sin embargo, la Razón objetiva del Occidente moderno puede ser, ella misma, violenta porque se le desligó de la materia, de las emociones (aunque sean las más altas), de la vida misma y de su apertura a lo real. Así perdió el carácter hondo y fino propio de la inteligencia. La fría Razón y su lenguaje pueden servir a fines perversos cuando se usan como instrumento de ellos. 

Afortunadamente en los últimos tiempos han surgido filósofos que repiensan desde esta modernidad tardía a la razón y su papel. La filósofa española Adela Cortina la ha llamado razón cordial2 y Xavier Zubiri, filósofo jesuita, también español, razón sentiente,3 en su profunda búsqueda epistemológica.

Así pues, y regresando al conflicto entre gorriones y golondrinas, para mí es imprescindible recuperar, no sólo de manera teórica sino en la vida práctica de los individuos insertos en comunidades el uso hondo de la razón y del habla. Probablemente, como lo indicaba la Biblia, el humano está llamado, por el uso de su inteligencia más amplia, profunda, integral y amorosa a salvarse a sí mismo y a la misma naturaleza de la violencia intrínseca que la moldea. En el Primer Testamento al humano se le dio la potestad de dar nombre a los seres vivos;4 posteriormente, la Caída rompió la armonía primera. Pablo, sin embargo, en su epístola a los romanos (8, 19-21) señala que esa naturaleza arrastrada a la violencia aspira al descubrimiento de su condición de hijos de Dios: “La humanidad fue sometida al fracaso, no de grado, sino por imposición de otro; pero con la esperanza de que esa humanidad se emanciparía de la esclavitud de la corrupción para obtener la libertad gloriosa de los hijos de Dios”. 

Gran tarea nos tocó y nos toca, más aún en estos tiempos en que, sometida la naturaleza a la Razón, llegamos a un colapso climático. Hoy, como todos los hoyes, es necesario entrar en la esfera de la inteligencia y de la sabiduría para salvarnos a nosotros mismos amando profundamente nuestra parte material sin permitir que nos gobierne a través de la violencia.


1 “Hay razones del corazón que la razón no conoce”, Blaise Pascal, siglo XVII.

2  “La razón íntegra es entonces razón cordial, porque conocemos la verdad y la justicia no sólo por la argumentación, sino también por el corazón. Debemos enfatizar que es necesario retomar la ética en su sentido más originario, como una forma continuada de hacer, de comportarse y de estar en el mundo”, Adela Cortina.

3 “[…] pienso que todos los sentires son momentos de una sola intelección sentiente. Por tanto, no puede extrañar que el estado de saber venga designado en latín, y sobre todo en las lenguas románicas, con una raíz que pertenece al sentido del gusto, sapere. Saber es más sabor que vista. De donde sapientia o sabiduría”, Xavier Zubiri.

4 Retomo aquí y en la próxima cita bíblica una traducción al francés de la Biblia realizada por André Chouraqui con el fin de romper el acostumbramiento al texto de las traducciones bíblicas en español. La traducción al español es mía: “El Señor Elohim forma del lodo todo animal del campo, todo volátil de los cielos, los hace ir hacia el lodoso para ver qué les gritará. Todo lo que el lodoso grite al ser vivo, es su nombre”, Génesis 2, 19.

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