1989-2022

Francisco Prieto
Columna

Poco más de 30 años separan una fecha de otra. En 1989 yo tenía cuarenta y siete años; hoy cargo con ochenta. Con la caída del muro de Berlín experimenté una gran alegría por todos aquellos que habían sido separados por el poder político y que a partir de entonces podrían reencontrarse. Vi venir lo que no tardó en suceder, los pueblos oprimidos de la Europa oriental que renacían a la esperanza: liberados de las cadenas de la ideología, hombres y mujeres en su inmensa mayoría se tornaban constructores de sus propios sueños. Qué alegría ésta de poder proclamar con sus palabras lo que escribiera, muchos años antes, el poeta Valéry: «no digo que tenga razón, digo que soy así». En realidad, la opresión del marxismo hecho gobierno es que te conduce a asumir los sueños que fabricaron otros. Que te despoja de la ilusión —no siempre— de la libertad. Fuera de la ideología, el fracaso es tuyo, los logros son también tuyos. La soledad es la tuya y agradeces que por ella te sabes persona. Descubres la inmensa e inefable alegría de contribuir a crear comunidad con quienes te aten afinidades profundas que te conducen a encontrar el sentido que regirá tus acciones o, por lo contrario, a vivir fuera del rebaño sin tener que dar cuentas a nadie pero emitiendo una luz que salve a las existencias alienadas del rebaño: las que tienen ojos para ver y oídos para oír; permitir sin resquemores que los muertos entierren a sus muertos.

Hubo otros que hicieron otra lectura: el fin de la ideología, de la historia, un mundo nuevo en que los sueños y la realidad se correspondiesen. Y yo no creí en sus vaticinios. También los constructores de ideologías esperan un mundo en armonía donde no haya razón para decir que no. Fueron, finalmente, los optimistas los que inventaron y dispusieron las hogueras, las diversas modalidades de los campos de exterminio. Siempre alegres para hacer felices a los demás. A los seres radicalmente sociales y solidarios se les puede aplicar la reflexión de una mujer, Teresa, personaje de Mauriac, sobre el distanciamiento que experimenta hacia su marido: «Bernardo, Bernardo, ¿cómo introducirte en mi mundo confuso, a ti que perteneces a la raza implacable y ciega de los simples?»

Ahora, en 2022, yo tengo ochenta años. El pensamiento crítico ha cedido el paso a otra ideología que domina la mente y los corazones de los seres humanos. Por las nuevas tecnologías y una educación que ha dado la espalda a la cultura humanística, el nivel del hombre medio ha descendido notablemente y, es un decir, Bach tiene el mismo valor que el cilindrero de la plaza pública; como editores y productores «culturales» son incultos, se ha perdido la noción misma de autor; puesto que carecen de vida interior y no han pasado por la puerta estrecha no tienen connaturalidad con lo diferente. Estamos entrando de una manera brutal al imperio del «se» que anunciara Heidegger: opina como se opina, habla como se habla, lee lo que se lee, piensa como se piensa… Los tiempos líquidos de la no-verdad, el vaciamiento de valores trascendentales con la negación de la naturaleza humana: descubrir en la raíz de mi ser que el Bien, la Verdad y la Belleza, inscrito en cada quién, acababa por vincularme con todos los seres humanos y era un antídoto contra la barbarie, un parapeto, una base sólida que impulsaba a la construcción de comunidad: unidad en la diversidad, distinguir para unir, encuentro posible de los opuestos. La civilización, en fin, cimentada en la espera y la esperanza posibles. El llamado a la diferenciación, al ahondamiento en la diferenciación que distingue a la criatura humana de la bestia. Pero si todo se vuelve costo-beneficio, si se ha roto toda sacralidad, se multiplicarán los parias pero, también, los territorios parias y en los hospitales se multiplicarían los pabellones de eutanasia garantizando un final «nice & easy». La justicia social, que debió de haberse llamado justicia a secas, sin caridad, es la instauración de un taller de supervivencia. Todo ello, en fin, no anuncia el fin del mundo, sino algo peor: el fin de la humanidad. Y me temo que será muy triste.