REGISTRO DEL TIEMPO
6/3/2024

Escritura conmemorativa

Martín Cerda

Todas las conmemoraciones son, en nuestros días, sospechosas.

George Orwell refería, en algunos de sus ensayos, haber asistido a los actos conmemorativos que se organizaron, en Inglaterra, con ocasión del tercer centenario de la publicación del Areopagítica, de John Milton. Para la sorpresa de Orwell, los distintos oradores no ahorraron palabras para destacar los más nimios accidentes biográficos del enorme ciego, pero ninguno de ellos en cambio, recordó que la obra conmemorada había sido escrita para protestar por la supresión de la libertad de imprenta. Este hecho que escandaliza al gran escritor libertario no es, sin embargo, un caso aislado, sino, más bien, lo contrario.

En todos los países, en efecto, los actos conmemorativos han dejado de recordar, por así decirlo, lo más memorable del pasado, para sustituirlo por una sucesión de anécdotas que, al escamotear la efectiva textura de aquello que simula invocar, cumple una función mitológica. Por paradojal que parezca, el pasado puede ser “rehecho” de acuerdo a las necesidades tácticas del presente. El propio Orwell lo expuso en su espantoso 1984. Todos podemos, asimismo, comprobarlo si atendemos, con alguna perspicacia, al reverso de esta forma parasitaria que, desde hace algunos años, vengo llamando la escritura conmemorativa

Toda sociedad descansa, de una manera u otra, en la memoria de su pasado. En las sociedades arcaicas, las últimas decisiones estaban, justamente, en manos de los ancianos, porque éstos eran los depositarios naturales de la más larga memoria colectiva. En las sociedades históricas esta “sabiduría” ha sido, en cambio, confinada a la escritura. La escritura es, de este modo, una forma de recordación, hasta el punto que en toda vida histórica se escucha siempre el pulso intermitente de los sacerdotes, de los cronistas o de los juristas.La escritura conmemorativa retiene aparentemente este impulso pero, al mismo tiempo, lo altera de tal modo, que, en vez de continuarlo, lo estrangula hipócritamente, sacrificando en las calles lo mismo quesimula reverenciar en los estrados, en los salones de honor o en los púlpitos. Esto explica, desde luego, que toda escritura conmemorativa se ofrezca siempre en espectáculo: que sea un acto montado con los recursos que, desde hace dos milenios, ofrece el teatro. Esta teatralización del pasado tiende, por otra parte, a totalizarse absorbiendo todos los gestos de la vida cotidiana.

De tiempo en tiempo, sin embargo, cuando menos se la espera, irrumpe frente a la escritura conmemorativa, confundiéndose con ella muchas veces, otra escritura que, falto de mejor vocablo, llamaré memoriosa. Se la puede reconocer por los trazos que ha impreso en ella la memoria de los viejos valores libertarios: por un sistema de gestos autónomos que contrasta, desde luego, con la homogénea servidumbre de los, escribas, los apuntadores y los bufones.

Un ejemplo de esta escritura memoriosa lo constituye el admirable discurso pronunciado, en 1921, por el poeta Alexandr Block, con ocasión del octogésimo cuarto aniversario de la muerte de Pushkin. Rompiendo con la liturgia oficial del Estado soviético, el gran escritor ruso no vaciló en recordarles a sus agentes presentes que Pushkin había llamado plebe “a individuos muy parecidos a los que hoy nosotros condenamos (...) Esta burocracia es nuestra plebe: la de ayer y la de hoy”.

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