La relectura de Aimé Cesaire, me hizo recordar a otro gran poeta, Saint-John Perse. El recuerdo no es arbitrario sino paradójico. Aunque los manuales de poesía colocan al segundo —pese a su nacimiento en la isla de Guadalupe— dentro de la tradición francesa, y los obituarios celebran al primero como el poeta caribeño de la “negritud”, me parece que la realidad es la contraria. Cuando nos sumergimos en sus respectivas obras nos damos cuenta de que Perse es, en su decir, mucho más caribeño, americano y negro que el propio Cesaire, tan blanco y francés como el mejor de los poetas parisinos. Pareciera como si por una especie de paradoja histórica, el hijo de colonos asentados en la isla de Guadalupe y, muerto lejos de ella, hubiese sido asimilado por la tradición negra del Caribe, mientras que el hijo de esclavos, que nació y murió en la Martinica, hubiese sido, en la rebelión ideológica de su discurso, asimilado por la colonización que combatía.
Aunque Cesaire es, junto con el senegalés Léoplod Sédar Senghor y el guayanés Léon Gontran Damas, el creador de un movimiento estético llamado “negritud”; aunque promovió en París el primer Congreso de Escritores y Artistas Negros que concluyó con la creación de la revista Presencia Africana; aunque antes de Malcom X, en relación con los derechos civiles de los negros en los Estados Unidos, escribió esas dos joyas de la reivindicación de una identidad cultural y social de origen africano para el Caribe, Cuaderno de retorno al país natal y Discurso sobre el colonialismo —elogiado por su coterráneo Franz Fanon y por el “Ché” Guevara—, su decir fue siempre europeo. No podía ser de otra forma. Cesaire era negro, pero se formó en los discursos libertarios de los blancos de Occidente y de las vanguardias europeas que llegaron a través de las colonias al Caribe. La propia “negritud” —un término vanguardista—, aunque reivindica una cultura negada, se dice siempre con el europeísmo de las vanguardias y de los lenguajes que se desprendieron del marxismo. Nunca oímos en él el fraseo negro de los conteurs del Caribe —esos poetas que se reúnen en la noche alrededor de fogatas para narrar en un lenguaje caribeño el alma de un pueblo. Escuchamos, en cambio, al rebelde que usa un contenido occidental para reivindicar un ethos que perdió sus contornos. Más cerca de Mandela que de Gandhi, sus reivindicaciones rebeldes son siempre las de un colonizado.
Con Perse sucede a la inversa. Este colono que, como diplomático se opuso al nazismo y al gobierno de Vichy, y que terminó exiliado en los Estados Unidos, nunca reivindicó ninguna lucha libertaria como poeta. Simplemente se expresó con un lenguaje que nadie, con excepción de un estudioso de la literatura comparada, Émil Yoyo (Saint-John Perse ou le conteur), ha sabido clasificar en Occidente. A diferencia de Cesaire, el decir poético de Perse viene de los conteurs caribeños. Así lo demostró Yoyo, quien, supongo, influido por los estudios sobre la composición oral de Milmam Parry, pasó horas grabando aquellos conteurs caribeños, transcribiéndolos y comparándolos con el poeta “francés”. Tanto en Elogios —ese conjunto de poemas que expresan la experiencia de una infancia en el Caribe— hasta Anabasis —esa epopeya que narra la emigración de un pueblo a través de los ojos del conquistador— no vemos en ellos al conquistador, sino al colono que, seducido por la cultura de un país nuevo, sucumbe fascinado hasta decirse con ese lenguaje.
Seducido por sus sirvientes, el hijo de colonos se volvió uno de ellos y, enamorado de su decir, se expresó con la libertad y la presencia de ese ethos. De ahí el asombro que provoca su poesía y la inclasificable de su decir en términos occidentales. Anabasis no es, en este sentido, un poema que habla de los negros del Caribe, sino un poema absolutamente negro, un poema de aliento épico y universal en su particularidad caribeña, a la manera en que los son la Ilíada para el mundo griego o el Cantar del mío Cid, para la tradición española. Pero la estirpe romántica del poema lo distingue de la verdadera épica: su tema no son los hechos de un héroe, sino los cambios de su conciencia frente al asombro de lo diferente. No un regreso al país natal, sino la experiencia de su misterio asimilado.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los Le Barón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a México.