REGISTRO DEL TIEMPO
7/2/2024

Bernanos y Weil o la dignidad cristiana

Javier Sicilia

La Iglesia, entendida no como la institución clerical, sino como la comunión en Cristo del pueblo de Dios, se ha expresado a lo largo del tiempo a través de mediaciones ideológicas. Durante la cristiandad, la expresión ideológica de sus dogmas se ejerció a través del anatema y de la inquisición; durante los siglos que nacieron de la crítica de la Ilustración y de la revolución francesa, que liquidó a la cristiandad, se ha expresado a través de sus alianzas con las ideologías históricas que nacieron de su entraña. 


Sin embargo, más allá de esas mediaciones que, al ejercerse como interpretaciones absolutas de la verdad, han conducido a las peores traiciones, el cristianismo es ante todo una experiencia de Cristo en el prójimo. Ese hecho fundamental, que tiene profundos vínculos con el misterio de la Encarnación, hace que un verdadero cristiano, en el momento en que la mediación ideológica, se vuelve más importante que el prójimo, se convierta en un crítico acérrimo de la estructura ideológica que le dio sentido a su experiencia en Cristo. 


Dos casos magníficos los encontramos en un hombre y una mujer que, en el centro de los entusiasmos ideológicos del siglo XX, se encontraron como cristianos en dos frentes opuestos: el novelista católico Georges Bernanos y la mística Simone Weil. El primero, militante de la Acción Francesa y simpatizante del fascismo —que prometía un retorno a los estamentos donde, en la época de las catedrales, la cristiandad encontró su mayor esplendor— se había arraigado en Palma de Mallorca y durante la guerra civil simpatizó con la falange española. La segunda, judía adherida al cristianismo, simpatizante de la izquierda comunista —que prometía el ideal de justicia que la corrupción de la Iglesia había extraviado durante la Alta Edad Media y la conformación de los absolutismos—, se había enrolado como enfermera en los grupos anarquistas que al frente de Durruti —quien la llamaría La Virgen Roja— combatían en el otro extremo.


Ambos, sin embargo, en el momento en que vieron que lo único que había detrás de los aparatos ideológicos que defendían era una adhesión ciega a la abstracción ideológica que justificaba el crimen, no sólo se apartaron de ellas, sino que a riesgo de sus vidas las denunciaron con implacable indignación. Bernanos, en un libro terrible y magnífico, Los grandes cementerios bajo la luna; Simone Weil, que publicó poco en vida y murió joven, a los 34 años, en una conmovedora carta que a finales de los años treinta escribe al propio Bernanos a propósito de la lectura de su libro: “Yo reconocí ese olor de guerra civil, de sangre y de terror que se desprende de su libro; lo había respirado. No he visto ni escuchado nada [...] que alcance por completo la ignominia de algunas historias que usted cuenta [...]”, y a lo largo de varias páginas narra las que ella vio y que no se distinguen, a no ser por la ideología que perpetraba el crimen, de las que Bernanos relata en su libro.


Al miedo, que Bernanos descubre como motor de esos crímenes, Weil opone el espíritu de la ideología: “[...] cuando las autoridades temporales y espirituales pusieron una categoría de serse humanos fuera de la de aquellos para los que la vida tiene precio, es natural para el hombre asesinar [...] Semejante atmósfera borra inmediatamente el objetivo de la lucha. Pues no puede formularse el objetivo sin llevarlo hacia el bien de los hombres –y los hombres no valen nada [...]”.


Para un verdadero cristiano no cuenta la abstracción ideológica, sino los hombres de carne y hueso. Cualquier ideología que los niegue y justifique el crimen en nombre de una abstracción ha matado ya en sí mismo el derecho a llamarse cristianos. El grito desgarrador que lanzaron Bernanos y Weil es la afirmación de que el amor por el otro, el de aquí y ahora, aún el amor por los enemigos, es la base de la experiencia cristiana y de la de todo hombre que vive en la inspiración de su alma su fuego vivificador. Simone Weil se lo dice a Bernanos de manera conmovedora: “[...] Después de que estuve en España [...] no puedo citar a nadie, fuera de usted solo, que se haya bañado en la atmósfera de la guerra española y la haya resistido. Usted es realista, discípulo de Drumont. ¡Qué me importa! Usted me es más próximo, sin comparación, que mis camaradas de las milicias de Aragón –esos camaradas a los que, sin embargo, amaba”.


Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los Le Barón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a México.

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