El testimonio es el recurso más valioso para el reconocimiento de las víctimas de injusticia. Sin embargo, en varios casos, se tambalea y se pone en duda. Y es que los testimonios son siempre subjetivos, se expresan en primera persona y, por lo tanto, podemos encontrar buenas o malas razones para confiar o desconfiar de ellos. El testimonio es uno de los casos en los que la confianza, como una actitud epistémica, se vuelve indispensable. A través del testimonio, las víctimas intentan que los demás se acerquen a la experiencia de injusticia que han padecido. El testimonio pretende mostrar, informar, denunciar, e incluso despertar empatía, ante una situación de injusticia que resulta un tanto ajena a quienes no están inmersos en ella. El testimonio es, como lo ha descrito Enrique Díaz Álvarez en La palabra que aparece (Anagrama, 2021), un acto de supervivencia.
Es imposible evitar en el testimonio la influencia de sentimientos, emociones y valoraciones personales. Sin embargo, ello no significa que carezca de valor epistémico. Al contrario, la dimensión personal de las víctimas introduce aspectos vivenciales particulares relevantes para la construcción de la justicia. En la película Argentina 1985, disponible en Amazon Prime, puede verse cuán importante resultó el testimonio de las víctimas para enjuiciar a los militares responsables de la tortura y desaparición de miles de personas durante la dictadura argentina de 1976 a 1983. Los testimonios requieren, en efecto, ciertas condiciones epistémicas como su verosimilitud, credibilidad, fiabilidad, fundamentación e incluso el que procedan de una fuente confiable. En otros casos, los testimonios se imponen por sí solos y no necesitan verificarse. Pensemos, por ejemplo, en la cantidad de testimonios que relatan las atrocidades de los nazis. Piénsese en Primo Levi, Jean Améry o Jorge Semprún, por mencionar unos cuantos. Ciertas formas de narrar las injusticias se han vuelto paradigmas para reconocer la situación de las víctimas. Las víctimas, las verdaderas víctimas, como ha dicho muchas veces Javier Sicilia, son incómodas. Exhiben la incompetencia de las instituciones de justicia en manos del Estado. Buscan, por una parte, que se haga justicia y, por otra parte, que la injusticia que han padecido se inscriba, a través del testimonio, en la memoria histórica para evitar que se repita.
En su libro Barro más dulce que la miel (La Caja Books, 2020), la periodista polaca Margo Rejmer reúne una serie de testimonios de varias víctimas de la dictadura popular socialista de Enver Hoxha, en Albania, de 1944 a 1985. Antes, en Bucarest. Polvo y sangre (La Caja Books, 2019) Rejmer había hecho lo mismo con las víctimas del dictador rumano Nicolae Ceauşescu. En ambos casos los testimonios son desgarradores. Por ejemplo, en Barro más dulce que la miel, un albanés cuenta que pasó siete años en prisión por haber dicho que las bicicletas yugoslavas eran mejores que las albanesas. Estos dos libros dejan ver que, si bien los testimonios son una forma de conocer las experiencias de injusticia, en aquellos casos en los que las víctimas lo fueron a causa de regímenes dictatoriales, la caída de esos gobiernos no siempre condujo a algo mejor. Varios perseguidos, torturados, detenidos, víctimas en todo caso de la dictadura albanesa, sentían, después de la caída del régimen, nostalgia de los tiempos de Hoxha. Sucede que ellos mismos cuentan que el capitalismo trajo nuevos males: la desigualdad, la inseguridad, la incertidumbre, la falta de justicia social. Al parecer solamente hubo un cambio de perpetrador.
Otro ejemplo. Apenas el año pasado, se tradujo al español el libro de 2021, Free: Coming of Age at the End of History (Libre. El desafío de creer en el fin de la historia, Anagrama, 2023), de la filósofa albanesa Lea Ypi (1979), profesora de la London School of Economics. Conocía algunos de sus artículos sobre Kant, su libro de 2012 Global Justice and Avant-Garde Political Agency, y el magnífico volumen que coeditó con Sarah Fine en 2016, Migration in Political Theory: The Ethics of Movement and Membership. En contraste con la densidad académica de esos trabajos, Libre, sus memorias de infancia y adolescencia en Albania durante la dictadura de Enver Hoxha, está escrito en otro tono. “Nunca me pregunté lo que significaba la libertad ⎯escribe⎯ hasta el día en que abracé a Stalin. (…) Stalin era un gigante y sus actos eran mucho más relevantes que su físico”. En 1990, la pequeña Lea abrazaba un Stalin de bronce ubicado en el jardín del Palacio de Cultura. Y ese Stalin había sido decapitado por unos manifestantes.
A raíz de la caída de la dictadura albanesa, Ypi cuenta cómo terminó la represión de los intelectuales, incluidos sus padres. Era incuestionable la necesidad de borrar cualquier resquicio de socialismo y transitar hacia otro sistema. El futuro, sin embargo, no era tan luminoso. Tampoco sentía la familia Ypi nostalgia por la dictadura. Hay en el testimonio de Ypi una posición crítica hacia el socialismo, pero también hacia las promesas del liberalismo. Entiende los errores y aciertos de dos teorías políticas y económicas con sus respectivas dificultades. Cuenta hacia las últimas páginas que cada año explica a sus estudiantes de su curso sobre Marx que “El socialismo es sobre todo una teoría de la libertad humana, de cómo entender el progreso a través de la historia, de cómo nos adaptamos a las circunstancias, pero también de cómo intentamos superarlas. No sólo se nos priva de libertad cuando otros nos dicen qué tenemos que decir, dónde tenemos que ir o cómo debemos comportarnos. Una sociedad que presume de permitir a sus ciudadanos desarrollar su potencial humano, pero que no cambia las estructuras que impiden que todos progresen, es igual de opresora. Y sin embargo, pese a todas las restricciones, los seres humanos nunca perdemos nuestra libertad interior: la libertad de hacer lo correcto”.