REGISTRO DEL TIEMPO
13/12/2023

Amor, contento y vino

Armando González Torres

El vino aguza los sentidos y reconcilia con el mundo, induce un estado simultáneo de placidez y alerta que el buen bebedor trata de alargar, administrando la bebida y combinándola con la ingesta de alimentos y la charla. Para muchos, el vino es una de las más gozosas y refinadas experiencias mundanas y, para otros, resulta incluso una vía expedita, y exquisita, para atisbar lo ultramundano y divino. Una de las apologías más profundas y divertidas de esta bebida es la que realizó el escritor húngaro Béla Hamvas (1897-1968) en La filosofía del vino (Acantilado, 2018). Este ensayo es una jocosa reivindicación del carácter sagrado del vino y una diatriba contra los que él llama “ateos”, es decir aquellos puritanos, fanáticos del orden, las abstracciones y la moralina, que creen “haber hallado la única manera correcta de vivir” y pretenden imponerla a todos los demás. A estos especímenes tóxicos, el autor les suministra un único remedio: el vino. No es extraño que cuando el puritanismo ideológico del comunismo ascendió al poder en Hungría, a mediados del siglo pasado, este claridoso hedonista perdiera su empleo como bibliotecario municipal y padeciera el ostracismo por varias décadas, aun después de su muerte. No conozco la obra narrativa, ni las reflexiones mayores de Hamvas, que se ha traducido a cuentagotas, pero este pequeño y combativo ensayo deja ver su erudición, su ambición de conocimiento y su eclecticismo intelectual y religioso. 


Entre el panfleto y la epifanía, este libro elogia las propiedades del vino; lo relaciona con lo mejor de la sociabilidad, la lubricidad, y el erotismo; da consejos para disfrutarlo, y recomienda algunas de sus variedades locales. Su prosa tiene sensualidad y profundidad y, entre estas letras jubilosas, navegan, disimulados, nombres eminentes de la mística de Occidente y libros clásicos de la espiritualidad de Oriente. Porque el vino es un producto a la vez natural y cultural que, antes que la embriaguez, propicia el autoconocimiento y genera un estado límite de conciencia, en el que se confunden lo más tangible y lo más abstracto de la experiencia humana. Con el vino se dan las nupcias entre la condición corporal y espiritual. El bebedor de vino se liga al mundo a través de su órgano más receptivo a lo vivo, que es la boca; pero también involucra al olfato, a la vista, y hasta al oído, cuando escucha el sutil deslizamiento del líquido en la copa o al tacto cuando sostiene con los dedos ese efímero templo de cristal. El vino también contacta con el espíritu y lo divino, pues después que el hombre y otras especies fueron salvadas del diluvio en un arca, se plantó una vid, lo que ejemplifica la gracia, la reconciliación y el amor. No en balde, en la tradición cristiana, la eucaristía es el rito por excelencia que conmemora el vínculo con lo divino. Con mucho humor, audacia y lirismo, Hamvas erige, en el culto al vino, una religión festiva y espontánea, que celebra la vida y condena la hipocresía.

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