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Caminos hacia la paz
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Poesía

Cuatro poemas

R. S. Thomas
Poesía

Versión de Julio Hubard 


R. S. Thomas (1913-2000), es uno de los poetas espirituales más finos del siglo XX y más famosos de Gales. Pastor anglicano y vicario de la iglesia de San Hywyn, pasó parte de su vida peregrinando por su país con sus libros y su gato, viviendo, al lado de su esposa, la pintora Mildred Eldridge y su hijo, en una pobreza casi franciscana.   



EL PERCANCE


He olvidado

   la vieja búsqueda de la verdad,

      por la que estoy aquí. Otras cuitas


me atraparon: urgencias

   del cuerpo; una muchacha

      me hizo guiños; el dinero


nunca pareció

   tan etéreo: sangre de Dios

      circulando por las venas


de la creación. Participé

   en él como si comulgara,

      perdiéndome en el mismísimo


camino a casa, con las cambiantes voces

   del llamado. Retrocediendo

      hacia un futuro


que regresa, he perdido el uso

   de la perspectiva, tomando poesía prestada

      para comprarle a mis hijos


su prosa. El pasado era un rey

   pobre, que entregaba su corona

      al historiador. Todos los días


seguí adelante con aquel

   tráfago metálico en el cual

       el único percance fue el amor.



EL LLAMADO


Y vino el verbo –¿era un dios

el que hablaba, o era un diablo?– ve

a esa humilde capilla; déjalos leer

en tus sueños; sábete que el silencio es


sabiduría. Quédate solo, contigo mismo,

al igual que los otros, solos en la fría recámara

del viento. Escucha la tierra

murmurar la monótona tonada


del limo: tengo hambre, tengo

hambre, a pesar del pardo estiércol

de esta gente. Míralos partir

uno por uno por esa oscura puerta


con el boleto de tus plegarias arrugado

en sus manos. Comparte su confuso

júbilo ante la caída inane

de sus niños. Y pon a prueba tu creencia


en el espíritu con esos rostros que te indagan;

o con la rendición de la belleza frente

a la verdad; o con la venta en la que el alma

a sí misma se ofrece en una esquina


cerca del fuego de la piel. Aprende la delgadez

de la ventana que hay en medio

de ti y de la vida, y cómo

la mente igual se corta si atraviesa.



SURGIMIENTO


No rezo ya como en los viejos tiempos,

Dios mío. Ni mi vida es lo que era.

¿También la tuya acepta la presencia

de la máquina? Una vez quise pedir

alivio. Ahora, hago yo mismo mis recetas:

voy y bebo, sin culpa, de la sangre

de mi hermano, o voy y entrego mi carne

a la manuscripción de ese gran poema

del escalpelo. Me hubiera arrodillado

largamente, luchando contigo hasta

agotarte. Escucha mis rezos, Señor, escucha

mis plegarias. Como si fueras sordo, miles

de mortales perpetran su acerado

grito, explicando tu silencio

con su incapacidad.

                              Comienza a verse

que de esto no se tratan las plegarias.

Es, más bien, anular las diferencias:

la conciencia de mí, dentro de ti,

de ti en mí, de lo que surge desde

la adolescencia en la naturaleza

hacia la adulta geometría

de la mente. Ya creo reconocerte,

Dios de la forma y Dios del número.

Hay preguntas para las cuales somos

la solución y otras cuyos ecos

debemos extender. Nuestra vía es circular:

no nos vuelve al jardín de la serpiente

ya muerta; nos induce a la altísima ciudad

del vidrio, a la probeta del espíritu.


EN ESO


Supongo que se sienta en esa mesa rara,

de Eddington, que no es una mesa

en absoluto sino nodos y moléculas

que empujan contra las moléculas 

y los nodos; y en ella escribe

con su caligrafía invisible

las instrucciones que los genes obedecen.

Imagino su cara más como la cara

de un reloj. Y la hora que señala

es ahora, aunque Grecia es referida

y Egipto y los imperios

aún no han comenzado.

Y yo tendría

algunas cosas que decirle a este Dios

a la hora del juicio, y tronaría contra él

igual que Job tronó, con la elocuencia

del corazón que sufre abusos. Mas no habrá

ningún juicio final, excepto el veredicto

del puro cálculo, de aquella abstrusa, 

eterna geometría que opera

en el silencio más allá del bien y el mal.



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