Editorial

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En 1975 Iván Illich publicó Némesis médica. Ahí sostiene ⎯así lo dice desde la primera frase⎯ que “la medicina institucionalizada ha llegado a convertirse en una amenaza para la salud”. ¿En qué consiste dicha amenaza? En la medicalización de la vida, en la creación de un monopolio médico que coloca en primer plano el progreso científico con el objeto de beneficiar a la propia industria médica y no a los seres humanos. Sólo el monopolio médico está autorizado para diagnosticar y proporcionar el tratamiento, aun cuando éste resulte en varios casos más dañino que la propia enfermedad. La industria médica expropia la salud: los médicos terminan por controlar los estados biológicos de las personas. A través de diversos argumentos, Illich muestra, de manera persuasiva, cómo la medicina redefine nuestras experiencias de la vida y la muerte, de la enfermedad y el sufrimiento. ¿Pero no redefine también nuestra experiencia del cuerpo?

En la biografía intelectual más reciente de Iván Illich, David Cayley recuerda un curioso episodio relacionado con la redefinición del cuerpo. En 1985 Illich revisó el planteamiento de Némesis Médica. Apenas habían transcurrido diez años de su publicación ⎯Illich pensaba que eran doce⎯ y ya era necesario replantear ciertas tesis. En “Twelve Years After Medical Nemesis: A Plea for Body History” Illich sigue sosteniendo la noción de iatrogénesis, pero piensa que debió haber puesto mayor atención en el cuerpo como constructo histórico. No es posible hablar en abstracto de experiencias como la vida y la muerte, la enfermedad y el sufrimiento. Vivir, morir, enfermar y sufrir son experiencias que ocurren al cuerpo. Cada época entiende la experiencia del corporeizarse de manera distinta. A partir de 1985, Illich comenzó a preocuparse por el disembodiment (la descorporalización), una noción central en el llamado “post-humanismo”.

El post-humanismo intenta redefinir el cuerpo que habitamos. Se piensa que la tecnología nos permite ir más allá del cuerpo: es posible superar las limitaciones del cuerpo, ya sea potenciando las capacidades que ya tiene o, siendo más radicales, prescindiendo de él. Es posible, por ejemplo, transferir nuestras mentes a una computadora preservando en una nueva plataforma, en un almacén desencarnado, una entidad ontológicamente ambigua: ¿la mente? O ¿el yo sin su cuerpo? En este número de Conspiratio nos hemos dado a la tarea de pensar nuevamente en la realidad del cuerpo y la carne. En un mundo construido a la medida de la virtualidad y en donde se tiende a la descorporeización y la desencarnación, es urgente, a nuestro juicio, recuperar la experiencia del cuerpo y la vitalidad de la carne.  

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