No sé si reír o llorar

Mario Gensollen y Marc Jiménez-Rolland

Dossier
Los filósofos Mario Gensollen y Marc Jiménez-Rolland se preguntan por la naturaleza cognitiva del humor. Para hallar una respuesta, exploran algunas teorías generales sobre su naturaleza y optan por una de ellas para explicar su papel social señalando algunas limitaciones al humor político: si bien el humor tiene un carácter subversivo, éste no puede sustituir a la acción.  

En la vida política de nuestras sociedades se presentan situaciones que resultan frustrantes o irritantes, lo que a menudo nos plantea la disyuntiva de responder con una enérgica carcajada o con un llanto estrepitoso. ¿A qué se debe? ¿En virtud de qué nos parecen naturales estas respuestas? Si hay algo cierto en la sabiduría popular tras la expresión que da título a este texto, es que el humor se asemeja al lamento. Trataremos de mostrar que el humor puede entenderse como un fenómeno cognitivo peculiar, que se produce cuando nuestras expectativas no se realizan.

¿Qué es el humor (y por qué nos importa)?

Al emplear aquí la palabra “humor”, no nos referimos a los fluidos corporales postulados por la medicina hipocrática para dar cuenta de la salud y la enfermedad; tampoco la usamos para aludir al carácter, la disposición o el estado anímico general de las personas. Siguiendo una práctica lingüística muy extendida, hablamos de “humor” para referirnos a situaciones en las que se intenta producir efectos cómicos que inducen la risa.

Con este u otros términos, el tema del humor ha sido ampliamente tratado en extensos ensayos o en observaciones sueltas al discutir otras cuestiones. Dentro de esta vasta literatura, pueden reconocerse varias concepciones sobre la naturaleza del humor. Las tres que exploraremos a menudo se traslapan y entrelazan, pues se aproximan al mismo grupo de fenómenos desde diversas perspectivas. Aunque el contenido de estas teorías con frecuencia puede considerarse como complementario, nos interesa explorar cuál de estas perspectivas puede ofrecernos una vía teórica más productiva para entender la naturaleza y la función del humor político.

Teoría de la superioridad

Los enfoques teóricos sobre el humor tienen una larga historia. Podemos encontrarlos desde el inicio de la historia del pensamiento occidental hasta el siglo XIX. Se les conoce como teoría de la superioridad. Para ésta, la risa es provocada por una persona o un grupo al que se considera inferior. Una gran cantidad de instancias de humor encajan bien con esta teoría, que ejemplificamos con un chiste:

Mientras tomaban un descanso, cuatro cirujanos discutían sobre su trabajo. El primero dijo: “Creo que los contadores son los más fáciles de operar. Los abres y todo lo que hay dentro está numerado”. El segundo dijo: “Creo que los bibliotecarios son los más fáciles de operar. Los abres y todo está en orden alfabético”. El tercero dijo: “Me gusta operar a los electricistas. Los abres y todo adentro está codificado por colores”. El cuarto dijo: “Me gusta operar a los abogados. Piensan con las vísceras, por lo que sus cabezas y sus traseros son intercambiables”.

Platón y Aristóteles fueron quienes desarrollaron las primeras teorías de la superioridad. Platón, siguiendo el ejemplo de su maestro Sócrates, consideraba moralmente superiores a los seres humanos que seguían el mandato délfico de conocerse a sí mismos, es decir, a aquellos que si eran altos se sabían altos, bajos si eran bajos, listos si en verdad lo eran o torpes si eran limitados. En consecuencia, había que reírse de aquellos que no se conocían a sí mismos y se creían más listos, agraciados o fuertes de lo que en realidad eran. Así, pensó que la comicidad provocada por el humor se dirigía a un vicio particular: el autoengaño.

Aristóteles compartió parcialmente esta perspectiva. Definió el humor como una forma de abuso y conjeturó que la comedia comenzó como invectiva. Para Aristóteles el humor es el reconocimiento de una falla o de una fealdad que aparece de manera implícita cuando se compara lo noble con lo innoble. Así, las teorías de la superioridad también pueden explicar los casos en los que uno se ríe de sí mismo.

Thomas Hobbes, el defensor paradigmático de estas teorías, dijo, en este sentido, que “La gloria repentina, es la pasión que hace esas muecas llamadas risa; y es causada ya sea por algún acto repentino propio; o por la aprehensión de alguna cosa deformada en otra”. Por lo tanto, cuando nos reímos de nosotros mismos, piensan los teóricos de la superioridad, lo hacemos de manera putativa desde una perspectiva actual de percepción superior que ve y saborea la ridícula falta de atención de la persona que una vez fuimos.

Teoría del alivio

Otro grupo de concepciones teóricas sobre el humor es la teoría del alivio, que se centra en sus efectos terapéuticos. La risa no sólo es escarnio, produce también placer, disipa la tristeza y el aburrimiento, levanta el ánimo y aligera el peso de los días.

Aunque esa concepción del humor se remonta a la Antigüedad —se dice que el segundo libro perdido de la Poética, de Aristóteles se centra en ella— se desarrolló a partir del siglo XIX, impulsada por el conde de Shaftesbury, Freud y Spencer.

Para el primero, las personas ingeniosas encuentran en el humor una forma de escapar de sus limitaciones y vengarse de quienes los reprimen. Por su parte, la extravagante y recurrida versión freudiana, sostiene que la comicidad es la forma en que nuestros impulsos primarios de agresividad y deseo sexual, reprimidos por la sociedad y la civilización, se liberan de manera espontánea.

Teoría de la incongruencia

Esta teoría, que suele llamarse también de la resolución de la incongruencia, fue expuesta en el siglo XX por Arthur Koestler, Paul Jerry Suls, Paul McGhee, Thomas Shultz y, más recientemente, por Noël Carroll. En términos simples, lo que sostienen es que los mecanismos de la comicidad —la naturaleza del humor— están relacionados con la percepción de algo que nos parece incongruente. Este ejemplo de Carroll lo ilustra:

Un irlandés llamado Pat entra a un bar en Nueva York y ordena tres tragos de whisky. “¡Ponme los tres ahora mismo!” El cantinero se los sirve y Pat los bebe. Pat ordena otros tres y luego otros tres. Finalmente, el cantinero le pregunta: “¿Por qué siempre ordenas tus tragos de tres en tres?”. Pat responde: “Es que tengo dos hermanos, uno en Sídney y otro en Dublín. Me gusta pensar que los tres estamos bebiendo juntos”. Pat se vuelve cliente habitual del bar y cada que entra el cantinero le sirve de inmediato tres tragos de whisky. Un día Pat entra al bar y dice: “Hoy sólo quiero dos tragos”. El cantinero lo mira y le dice: “Lamento tu pérdida”. Pat pregunta: “¿Qué pérdida?” El cantinero contesta: “Como ordenaste sólo dos tragos pensé que uno de tus hermanos había fallecido”. A lo que Pat le responde: “¡Para nada! Es por mí. ¿No sabes que ya he dejado de beber?”.

Una de las ventajas de la teoría de la incongruencia sobre las otras, radica en que en realidad es ella, la incongruencia, la que causa la risa. Así sucede en la mayoría de los chistes raciales o étnicos que enfatizan la incongruencia que parece formar parte del grupo al que se alude en el chiste.

Las fuentes de humor político

Hay algo de la teoría de la superioridad en el humor político. En la Antigüedad grecorromana cumplió el papel de ridiculizar las políticas impopulares; durante la Revolución Francesa, y a través de plumas como la de Honoré Daumier, se usó como arma de descrédito a la monarquía; en el siglo XIX sirvió, sobre todo mediante la caricatura, para exhibir a políticos corruptos y apoyar las urgentes reformas sociales de la época.

Con frecuencia, ese humor se ve con sospecha, recelo e incluso repulsión, a causa de su capacidad disruptiva, por lo que se ha buscado censurarlo o limitarlo. Sin embargo y, pese a ello, es necesario. Descartes encontró en él un dispositivo versátil para reprobar conductas viciosas mediante el ridículo, cuando se empleaba con moderación. De manera similar, Henri Bergson vio la risa como un correctivo social. La concebía como un fenómeno esencialmente grupal, cuyo entorno era la sociedad. Su función, decía, es responder a las exigencias de la vida gregaria, alejando a los individuos de lo que socialmente se considera anormal, inadecuado o indecente.

A pesar de sus virtudes —pocas, pero visibles—, la superioridad que aparece en el humor político no explica, sin embargo, la comicidad. En primer lugar, porque, como lo señaló Francis Hutcheson, nos damos cuenta de que somos superiores a las ostras y no nos reímos de ellas. En segundo lugar, porque también podemos y solemos reírnos de personajes superiores a nosotros. La comicidad puede surgir del vicioso y muchas veces placentero regodeo en la malicia. Tampoco la superioridad explica la razón por la cual nos reímos.

Tal vez quien lo explica mejor sea, como hemos dicho, la teoría de la incongruencia. Ella, en lugar de centrarse en los rasgos emocionales de la risa (sus causas, según las teorías de la superioridad, o sus efectos, según las teorías del alivio), cambia el enfoque hacia una perspectiva cognitiva para ocuparse de los mecanismos humorísticos. Según dicha teoría, el mecanismo del humor político radica en el hecho de que confronta una expectativa de sentido con una respuesta absurda. Un ejemplo:

Un candidato en plena campaña electoral lleva juguetes a los niños de un hospital público. El director le reprocha: “Usted les trae juguetes y los chicos hace dos días que no comen...”.  El político, enojado, mira a los pequeños y les dice: “¡Ah, no! Si no comen, ¡no hay juguetes!”.

Así, la teoría de la incongruencia, al mismo tiempo que ilumina los mecanismos del humor (su naturaleza), aclara el papel que desempeña y lo hace proliferar en nuestras sociedades (su función). Al permitirnos detectar fallas en nuestro funcionamiento racional, el humor político no sólo ayuda al bienestar social, depura también las incongruencias con las que solemos desenvolvernos en la sociedad.

La expresión mexicana, “no sé si reír o llorar”, expresa, en su aparente contradicción, el humor que nace de la impotencia que nos producen los traspiés del gobierno, de los servidores públicos y de las instituciones políticas. Lo absurdo de esa realidad, al mismo tiempo que nos divierte, nos lastima, resolviéndose en risa. El humor es, en este sentido, un bálsamo social y un instrumento crítico insustituible de la vida pública: exhibe los fallos del sistema y a la vez nos permite tomar suficiente distancia.

Hay que recordar, sin embargo, que el humor no siempre nos salva. Su expresión nos libera, su pasividad nos ata. A veces, el humor necesita de la acción política. Por sí solo no puede abolir la opresión y la miseria que aquejan a nuestras sociedades, y debemos actuar.

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