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El humor y la risa
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Son inseparables el humor y la risa. Se trata de actitudes propias del ser humano. Son, tal vez, remedios contra la adversidad. El humor ha sido desde siempre irreverente y desafiante. Incómodo para los tiranos, para la autoridad y para cualquier forma de poder. Existen muchas formas de humor, desde uno vano, simple y tonto, hasta otro agudo, fino e inteligente. En todo caso, el humor puede ser un arma. Su efecto es la risa. Se dice que somos los únicos animales que ríen. Quizás no sea así. Al parecer, algunos monos saben reír. Lo que tal vez sí sea cierto es que nuestras formas de reír despliegan significados diversos y complejos. El humor y la risa pueden ser vistos, como han sugerido algunos teóricos, como signo de superioridad ante otros animales o entre nosotros mismos, como una forma de alivio o catarsis o como una manera de reflexionar sobre las incongruencias de la vida humana. En este último sentido, el humor ha servido desde siempre para mofarse de la moralina, el esnobismo, los acomplejamientos, los defectos propios y los de otros, los abusos de poder, las tragedias, las modas y toda clase de usos y costumbres.

El humor y la risa tienen lugar en un borde muy delicado. Se ubican en el filo entre lo grotesco y lo gracioso; entre lo ofensivo y lo hilarante. Aristóteles habla de una virtud denominada eutrapelía, un término griego traducible por ingenio, afabilidad, buen humor. La define como el justo medio entre lo burdo o lo descortés y la bufonería. Hay, en consecuencia, un espacio virtuoso para el buen humor, la gracia, la broma fina o elegante. El buen humor escapa de las bromas groseras, del chistorete de mal gusto y la payasada. No es sencillo, sin embargo, como sucede con toda virtud, alcanzar el justo medio. Existen personas parcas, apáticas, sin sentido del humor; otras, que se creen simpáticas cuando son en realidad insoportables; unas más que, al tratar de ser simpáticas, pierden el control traspasando los límites de lo gracioso. Si bien el buen humor, la eutrapelía, puede ser una virtud, con facilidad puede volverse en una actitud reprobable. No es raro, por lo tanto, que haya habido a lo largo de la historia múltiples intentos por regular e incluso prohibir, censurar o cancelar las sátiras y las comedias, las bromas y los chistes, o cualquier manifestación del humor.

Sin humor, la vida humana sería un suplicio. Una sociedad sin risa, dominada por la rigidez, el resentimiento y la amargura se tornaría demasiado hostil y aburrida. No obstante, si todo fuese objeto de burla, la convivencia sería imposible. No cabe duda: el humor y la risa son asuntos demasiado serios. Hemos querido abrir en Conspiratio un espacio para pensar acerca del humor y sus manifestaciones. Nuestro dossier, como ya es costumbre, aborda el asunto desde diversos flancos. Son tiempos difíciles para el humor: ciertos gestos tiránicos y algunas formas de sensibilidad emergentes han denunciado los abusos del humor y han promovido su cancelación. Pero vale la pena preguntarse si no es lo propio del humor arriesgarse, si su esencia transgresora y subversiva no le obliga a ser irreverente. Si se cancela el humor, se corre el riesgo de aplacar uno de los rasgos más humanos. Es cierto, sin embargo, que viene al caso preguntarse si hay límites para el humor y si, en efecto, la burla y las bromas no tienen a veces un efecto pernicioso y dañino. Las respuestas no son fáciles. Son, de hecho, ambivalentes. En todo caso, esperamos que pensar con seriedad sobre el humor y la risa, no afecte el buen humor.    

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