Degustar el tiempo

Juan Carlos Mansur

Columna

El gusto por vivir, el arte de saber degustar la vida, va de la mano de darse el tiempo para disfrutarla.

En la era de la prisa, darse un tiempo para hacer algo que no reporte claramente algún tipo de beneficio, más que parecer un lujo se ve como un desperdicio o una insensatez, sin caer en cuenta que il dolce far niente es también una forma de pasar el tiempo que permite saborear la vida.

En las agitadas ciudades es común presumir o justificarse de no tener tiempo para los demás: “estar haciendo algo” hace sentir importante a quien lo dice y a veces hasta lo piensan así los que lo escuchan. Sin embargo, ese no saber degustar del tiempo libre ni de los distintos tiempos del espíritu de donde se nutre la vida, termina por sofocar el alma que vive en la paradoja de quejarse y vanagloriarse de llevar un “acelerado ritmo de vida”, de no tener tiempo para nada ni nadie, y añorar a la vez que llegue el día en que tenga tiempo para descansar y hacer por fin lo que le gusta.

Darse el tiempo para disfrutar la vida consiste en dedicarse a lo que sacia el espíritu, y también en tener el cuidado de dar el tiempo adecuado para hacer de esa actividad una experiencia significativa, alejada de las formas aceleradas, magras y descarnadas con la que muchas veces se hacen las cosas. Es tener la creatividad e inteligencia de volver significativa cada actividad realizada: sea en el trabajo, en el camino, en la diversión, la meditación o en el descanso. Saborear la vida es saber reconocer y valorar los distintos tiempos y ritmos de los que se nutre el alma, y saber imprimir un tiempo de vida a cada actividad que realizamos.

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