Con Copelia
1
Me tomas la palabra de la boca
por tu boca llego a mi silencio
en tu boca me quedo y queda
el pasmo de la voz.
2
La ciudad ahora corcovada
sopla un aliento de cuchillas
y tiende celadas a los pies
a pleno sol o a plena noche
abre la sombra de su manto al horizonte
nos sigue a todos nos calcula
nos punza la frente con su ojo
repica su amenaza en los oídos
derrama en los asfaltos
su nada amarillenta
que deja en las puertas y ventanas
su oscuro garabato
y con la boca seca
los dientes grandes de granito
amasa su demencia
nos muerde las palabras
y funde los metales de su ruido
en el blando silencio de los huesos
se dilata en todas las distancias
para tenernos siempre cerca
y estar a su arrebato
a su despojo
cómo entonces si no
la punta el agua
el celo de la lengua
que tallan el beso y el sentido
para romper su manto
para cegar su fuego.
3
La ciudad adentro desprendida
más allá de sí misma y con nosotros
que eriza la arena en los desiertos
el agua muerta tantas veces muerta
los grandes hielos abatidos
el tizne de los árboles el cielo
que crispa las venas de los ojos
y enloda los pulmones y los pies
el paño de los vientos en jirones
azota la frente y los oídos
se ensaña se hueca y se vacía
la tierra desterrada
hinchadas sus semillas de veneno
no llegamos solos aquí
y aquí varados solos nos dejamos.
4
Oculto apenas
el rostro cruzado por la sombra
roído lentamente por el miedo
que la ciudad fermenta
afuera contrahecho
el tumulto insomne amoratado
empuja y atropella
su propio paso sudoroso
la mente anclada a su deriva
porosa la piedra del alma
siempre en alerta
al ojo del peligro que la sigue
su acero su tajo su relumbre
péndulo que a todos avejenta
con su doble cuenta de los días
que ahoga el agua en la basura
la merma la espesa la amordaza
y rasga el intestino y el aliento
y así nos dice quiénes somos
en su lengua negra sin vocales
que en la boca nos quiebra la palabra
nos rompe el nombre y lo dispersa.
5
La ciudad detrás de la ciudad
su lecho quebrantado
en la cal viva de las armas
la ciudad todas las ciudades
sitiadas desde adentro
en cada uno cada cual
la soledad curtida en el espejo
el tiempo de su luz envejecido
entonces con sigilo vegetal
en las raíces de hormigón
en el filo vidrioso de los muros
al ras de los umbrales y más lejos
en el eco dormido en los rincones
al otro lado de los ruidos
la lengua aflora a contrapelo su silencio
su músculo brillante y primitivo
pulsa las fibras
del otro nombre que tenemos
el otro el que nos dice
el primero del agua
que nos moja los labios
y nos da el sabor que nos sabemos.