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Indicios del mal
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Miscelánea

Las controversias Blatchford III

G.K. Chesterton
Miscelánea

En Conspiratio 16 y 17 se publicaron las dos primeras entregas de la polémica de 1904 entre Robert Blatchford y Gilbert K. Chesterton. En las así llamadas Controversias Blatchford, traducidas por Guillermo Nuñez, se debate en qué creen y por qué creen los cristianos. Aquí la tercera entrega. 

Los milagros y la civilización moderna

El Sr. Blatchford ha resumido todo lo que es importante de su posición en tres sentencias. Son perfectamente honestas y claras. Y no son menos honestas y claras sólo porque las primeras dos son falsedades y la tercera una falacia. Dice, “el cristiano niega los milagros del mahometano. El mahometano niega los milagros del cristiano. El racionalista niega todos los milagros por igual”.

Me ocuparé en breve del error histórico que se encuentra en las primeras dos declaraciones. Por ahora me concentro en la valiente admisión del Sr. Blatchford donde el racionalista niega todos los milagros por igual. No los cuestiona. No pretende ser agnóstico al respecto. No suspende su juicio hasta que se prueben. Los rechaza.

Ante este impresionante dogma le pregunté al Sr. Blatchford por qué consideraba que los milagros no podían ocurrir. Replicó que el Universo está regido por leyes. Obviamente esta respuesta no sirve para nada. Pues no podemos llamar a una cosa imposible sólo porque el mundo está gobernado por leyes, a menos que sepamos de qué leyes estemos hablando. ¿Conoce el Sr. Blatchford todas las leyes del Universo? Y si las conoce, ¿cómo podría saber algo sobre las excepciones?

Pues, obviamente, el mero hecho de que una cosa ocurra rara vez, bajo raras circunstancias y sin ninguna explicación que podamos conocer, no es prueba de que vaya en contra de la ley natural. Esto se podría aplicar a los gemelos siameses o a un nuevo cometa o a la radio hace tres años.

Se puede lidiar con el argumento filosófico en contra de los milagros más o menos con facilidad. No hay argumento filosófico en contra de los milagros. Racionalmente hablando, hay cosas conocidas como las leyes de la naturaleza. Y lo que todo mundo sabe al respecto sólo es esto. Que la naturaleza se repite. Lo que todo mundo sabe es que las calabazas producen calabazas. Lo que nadie sabe es por qué no habrían de producir elefantes o jirafas.

Hay una sola pregunta filosófica respecto a los milagros y sólo una. Muchos hábiles racionalistas modernos no parecen siquiera ser capaces de metérsela en la cabeza. El tipo menos afortunado en el Oxford de la Edad Media podría haberla comprendido. (Nota: como el enunciado pasado podrá parecer extraño en nuestra era “ilustrada”, me permito explicar que bajo “el cruel reino de la superstición medieval”, los menos afortunados se educaban en Oxford en cantidades irresponsables. Gracias a Dios, vivimos en tiempos mejores).

La pregunta sobre los milagros es ésta. ¿Saben por qué una calabaza continúa siendo una calabaza? Si no lo saben, no hay posibilidad de que sepan si una calabaza puede convertirse o no en carroza. Eso es todo.

Todas las otras expresiones científicas que está acostumbrado utilizar durante el desayuno son palabras y viento. Dice: “Es una ley de la naturaleza que las calabazas continúen siendo calabazas”. Pero sólo significa que las calabazas continúan siendo calabazas generalmente, lo cual es obvio, pero no menciona el porqué. Dice: “La experiencia está en contra de ello”. Esto sólo significa “he conocido calabazas íntimamente y ninguna de ellas se ha convertido en carroza”.

Había un gran racionalista irlandés de esta escuela (posiblemente relacionado con el Sr. Lecky). Cuando le dijeron que un testigo lo había visto cometer un asesinato, dijo que él podía traer cientos de testigos que no lo habían visto cometerlo.

Dice: “El mundo moderno está en contra de ello”. Pero sólo significa que un grupo de hombres en Londres y Birmingham, y Chicago, en un estado mental completamente “calabacinesco”, no pueden producir milagros a través de la fe.

Dice: “La ciencia está en contra de ello”. Pero ello sólo significa que mientras las calabazas sean calabazas su comportamiento será “calabaciento”, y no se asemeja de manera alguna al comportamiento de las carrozas. Esto es bastante obvio.

Lo que la cristiandad dice simplemente es esto. Que esta repetición en la naturaleza tiene su origen no en una cosa que se asemeja a una ley sino a algo parecido a la voluntad. Por supuesto que su faz de Padre celestial se toma de un padre terrenal. De la misma forma que la faz de la ley universal del Sr. Blatchford es una metáfora de un acto del parlamento. Pero la cristiandad sostiene que el mundo y sus repeticiones se originaron por voluntad o amor, así como los niños nacen de un padre, y que por lo tanto otras y diferentes cosas podrán venir de la misma forma. En suma, cree que un Dios que es capaz de cualquier cosa tan extraordinaria como hacer que las calabazas continúen siendo calabazas, es como dijo el profeta Habbakuk, capable de tout. Si no considera extraordinario que una calabaza siempre sea una calabaza, piénselo de nuevo. No ha comenzado siquiera a filosofar. Ni siquiera ha visto una calabaza. 

El caso histórico en contra de los milagros también es algo sencillo. Consiste en considerarlos imposibles, y luego en decir que nadie sino un tonto podría creer en imposibilidades; después, en declarar que no hay ninguna evidencia sensata a favor de lo milagroso. El juego se completa alternando entre la objeción histórica y la filosófica. Si decimos que los milagros son teóricamente posibles, dirán: “Sí, pero no hay evidencia”. Cuando tomamos todos los registros de la raza humana y decimos: “Aquí está la evidencia”, dirán: “Pero estas personas eran supersticiosas, creían en cosas imposibles”.

La pregunta central es si nuestra pequeña sociedad de la calle Oxford está cierta de estar en lo correcto y si el resto del mundo está cierto de estar en un error. El Sr. Blatchford opina que el materialismo del siglo XIX es uno de los nobles descubrimientos de los occidentales. Yo opino que es tan aburrido como sus abrigos, tan sucio como sus calles, tan feo como sus pantalones y tan estúpido como su sistema industrial.

Sin embargo, el mismo Sr. Blatchford ha resumido a la perfección su patética fe en la civilización moderna. Ha dado una descripción bastante divertida de qué tan difícil sería persuadir a un juez inglés en un tribunal jurídico moderno de la verdad de la Resurrección. Por supuesto que está en lo cierto; sería imposible. Pero parece que no se le ocurre que nosotros los cristianos no tendríamos tan extravagante reverencia por los jueces ingleses como parece experimentarla el mismo Sr. Blatchford.

La experiencia de los fundadores de la cristiandad tal vez nos ha dejado una vaga duda sobre la inhabilidad de las cortes legales. Sé muy bien que nada podría convencer a un juez británico de que un muerto se ha levantado de entre los muertos. Pero también sé muy bien que hace poco podría haber convencido a un juez británico de que un socialista podría ser un buen hombre. Un juez se negaría a creer en nuevas maravillas espirituales. Pero esto no sería porque era un juez, sino porque era, además de un juez, un caballero inglés, un racionalista moderno y un poco un viejo tonto. Y el Sr. Blatchford está muy equivocado al suponer que el cristiano y el musulmán rechazan el milagro del otro. Ninguna religión que se considere verdadera se molesta con los milagros de otra religión; niega las doctrinas de la religión, su moral, pero nunca considera que valga la pena negar sus signos o sus maravillas.

¿Por qué no? Porque algunos hombres siempre han considerado estas cosas algo posible. Porque cualquier gitano vagabundo puede tener poderes psíquicos. Porque la existencia en general de un mundo de espíritus y de extraños poderes mentales es parte del sentido común de la humanidad. Los fariseos no disputaron los milagros de Cristo; dijeron que eran actos demoníacos. Los cristianos no disputaron los milagros del mahometano. Dijeron que eran obra demoníaca. El mundo romano no negó la posibilidad de que Cristo fuera Dios. Estaba demasiado iluminado para algo así.

En lo que respecta a que la Iglesia pidiera (particularmente durante el corrupto y escéptico siglo XVIII) milagros como una razón para creer, su falla es evidente, pero no es lo que el Sr. Blatchford supone. No es que la Iglesia les pidiera a los hombres creer en algo tan increíble; sino que les pidió a los hombres que se convirtieran por algo que es tan común.

Lo que importa de la religión no es si puede obrar maravillas como un harapiento conjurador hindú, sino si tiene una verdadera filosofía del Universo. Los romanos estuvieron muy dispuestos a aceptar que Cristo era un dios. Lo que negaron es que Él fuera el Dios —la verdad más alta del cosmos—. Y este es el único punto que vale la pena discutir sobre la cristiandad. 

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