El domingo salí a regar mis plantas y mis jóvenes frutales. Las lluvias se han hecho esperar bastante tiempo y es necesario ayudar a la naturaleza. Mis perros me atrajeron hacia su cubeta. Estaba seca. Olvidé revisar el día anterior su contenido. En cuanto empecé a llenarla, Nicolás, mi noble pastor australiano, ocupó el lugar excluyendo a Kishka, la pastor alemán que paciente esperó a que él satisficiera su sed antes de poder beber.
Después de llenar su cubeta, fui a la fuente que he puesto para los pájaros y las mariposas. No estaba totalmente seca, pero sí muy sucia. Cuando las aves se bañan dejan en el agua la tierra que traen entre sus plumas. Vacié el recipiente, lo limpié y volví a llenarlo. Sé que, a diferencia de los perros que habitan dentro del terreno, los pájaros no pueden morir de sed porque vuelan a los bebederos de las vacas del pueblo. Aun así, prefiero facilitarles el acceso al agua como una cordial atención de vecinos que viven en el mismo lugar.
La gatita, que vive en el interior de la casa, tiene su vaso de agua sobre mi buró, junto a mi propio vaso. Tuve que ponérselo ahí porque decidió que ése era su lugar. Si yo olvidara poner agua en su vaso uno o dos días, sufriría la quemante sed.
En la casa me abastezco de agua gracias a la que llega por la red del pueblo. Es agua de pozo, sin ningún tratamiento. ¿Agua de pozo? Uno piensa en agua buena y limpia, pero no. No digo que sea agua mala, pero es el agua más salitrosa que he conocido (y he vivido en muchos lugares), lo que le impide ser potable, aunque se hierva. En tiempos de lluvia también llega a la cisterna el agua que recolecto del techo. No es, sin embargo, suficiente para el riego de las plantas. Menos lo será este año que se anuncia parco en lluvias. ¿Qué pasaría si esa agua del pozo y la lluvia faltara y no llegara a casa? ¿Qué nos pasaría a los perros, a la gata, a las plantas, a los frutales y a mí? Dicen que antes en el pueblo había tres jagüeyes naturales de agua buena que se secaron.
Aclaro, antes de seguir, que no riego el pasto. Éste sobrevive por sí solo. En tiempo de secas amarillea y deja de crecer. Cuando llegan las lluvias, reverdece y pide ser podado. El pasto bebe demasiada agua y da muy poco oxígeno. Pero, las otras plantas de mi jardín y huerto y hortaliza, sí necesitan agua para continuar el ciclo de la vida.
Las plantas llaman a la lluvia, crean microclimas húmedos, albergan polinizadores, permiten una minúscula red formada por insectos y microorganismos. Sin el agua que llega del cielo o de mi manguera el ciclo de vida se detendría. Con mi ayuda —con acolchonados vegetales, plásticos para retener humedad, quizás lluvia sólida— algo de su vida y la de la tierra podría salvarse, pero aun así se seguiría necesitando una cierta cantidad de agua para mantener el mundo vegetal y animal.
Hay un slogan trillado que dice “el agua es vida”. No es incorrecto: el agua es vida porque permite la vida. Ciertamente hay seres vivos en el desierto que han aprendido a vivir con muy poca agua, como las cactáceas, pero aún ellas necesitan este líquido vital.
En este momento, en México, Monterrey, una de las ciudades materialmente más ricas del país está sufriendo por desabasto de agua. Monterrey es una ciudad con muy poca agua propia y ahora sus presas están vacías. Como las plantas del desierto, los habitantes ahí deberían de vivir con poca agua; los más pobres así lo hacen, pero los más ricos poseen jardines con pasto, albercas, campos de golf regados con agua potable, capacidad de moverse a otra ciudad mientras pasa la sequía, y, sobre todo, industrias derrochadoras de agua, nacionales y extranjeras —refresqueras, cerveceras, acereras, etcétera.
Regreso del Norte del país a mi tierra, en el valle de las Cholulas, Puebla. Estoy en las faldas más distantes del Popocatépetl, donde, cerca de aquí, la marca Bonafont, del grupo Danone, extrae agua desde hace veinticinco años. El agua que se lleva para vender no es la que llega a mi casa a partir de un pozo. No. Es la mejor agua, la que viene del volcán y abastece al río Metlapanapa. La cantidad diaria de agua que desde hace casi treinta años la empresa extrae a través de tres pozos industriales es de aproximadamente un millón cuatrocientos litros diarios, que luego son embotellados y revendidos.
Según el Registro Público de Derechos de Agua (Repda) de la Comisión Nacional del Agua (Conagua), Bonafont cuenta con dos concesiones emitidas por la dependencia para extraer 105 mil 229 metros cúbicos al año en la región. La 04PUE100118/18FMDL08, expedida el 9 de octubre de 1994, y la 5PUE1000086/18HMGE94, del 7 de octubre de 1994, no precisan, sin embargo, el volumen a explotar.1
Las concesiones a esta empresa se otorgaron bajo la presidencia de Salinas de Gortari, gran impulsor del neoliberalismo en nuestro país, sin tomar en cuenta las necesidades de la región. Al constatar la reducción de agua en sus pozos artesanales, campesinos de Juan Crisóstomo Bonilla, San Lucas Nextetelco, San Gabriel Ometoxtla, Santa María Zacatepec y San Pedro Cholula se unieron al Frente de Pueblos Morelos Puebla Tlaxcala para defender el agua. El 22 de marzo de 2021, el Frente tomó las instalaciones de Bonafont, las clausuró e instaló un campamento comunitario. Según sus observaciones, los pozos artesanales de los pobladores comenzaron otra vez a llenarse. Desgraciadamente, el 16 de febrero de 2022, trescientos elementos estatales y federales arrojaron al Frente de Pueblos de las instalaciones para devolverlas a Bonafont.
En el mismo 2021, en el municipio de San Juan Bonilla, donde está la explotación de Bonafont, tuvo lugar un fenómeno geológico llamado “socavón”. En unos días, en medio de un sembradío, se abrió un pozo de agua. Cinco horas después, el diámetro del socavón alcanzó los 30 metros. Actualmente tiene 60 de diámetro y una profundidad de 30. Algunos científicos piensan que este fenómeno fue causado por la brutal extracción de agua en la región. El Instituto Politécnico Nacional está en desacuerdo. Vaya usted a saber cuál es la verdad en medio de tantos y poderosos intereses económicos,2 Lo que, en cambio, sí sabemos, es que, además de la explotación de Bonafont, en esta región se extrae agua para fines aún menos loables. Ahí se encuentra una gran zona textil, la Volkswagen, Termium, Mercatus… Las industrias modernas, incluyendo la de producción de leche y carne, consumen cantidades inimaginables de agua en sus procesos, además de que muchas de ellas, sino es que la mayoría, contaminan con sus desechos el agua y las tierras aledañas. 3
Acaba de llover. Refrescó el ambiente. Mi calle de terracería absorbió el excedente de agua para dejarla pasar a los mantos freáticos. Las plantas se regocijaron. Yo también. Acabo de revisar la prospectiva del mapa hídrico del mundo para el 2050. Tiemblo. México está entre los países más devastados de América por la situación que he descrito, en particular del Centro hasta el Norte, donde habrá una terrible sequía.
Mucha gente de mi generación aprendió a cerrar grifos al lavarse los dientes, las manos, los trastos. A no desperdiciar el agua, a lavar el coche con cubetas bien administradas. Pero, también supimos del gozo de abrir una llave, una manguera y gozar del líquido fluyendo. Las generaciones posteriores no aprendieron a administrar el agua, la gozaron sin saberlo. Y, aunque no debemos sentirnos culpables por gozar del agua para satisfacer nuestras necesidades corporales, debemos cuidarla. Más aún, tenemos que exigir, a través de acciones de presión no-violentas, que el gobierno y las industrias detengan el abuso que hacen de ella. Pero sobre todo debemos detener nuestra avidez de los bienes que producen estas industrias. Si no cambiamos el paradigma de vida exitosa basado en adquisición de bienes novedosos por un paradigma de una buena vida basado en bienes durables y modestos, no habrá suficiente agua ni recursos para permanecer en este planeta.
La sed de agua buena y simple debe triunfar sobre la sed inoculada por las mismas industrias, a través de los medios de comunicación y de la publicidad, que mueven a desear productos siempre nuevos, poderosos y bellos, pero destructivos del medio ambiente y, por ello, de la vida humana sobre la Tierra.