La paradoja conduce
a una serenidad
angustiosa
profunda
en la cumbre
o a las faldas
de la iluminación
-me dijo anoche,
poniéndome una fuente
de gran potencia ante los ojos;
me levantó los párpados
como quien abre una cortina de hierro
para deslumbrarme a fuerza.
Encerrada a piedra y lodo,
con muchos trabajos
logré desoír
los agudos aullidos
de mi memoria.
Lánzate en su busca,
-seguía con terquedad;
arrójate,
cueste lo que cueste,
vale la pena
el vértigo;
vas a girar en torno
a un ombligo en espiral
que punza latiendo:
“ven acá, tú,
sí, tú,
quién sino tú,
tómala, es tuya”.
En el principio,
un aquel entonces
me envolvía
con manta inmensa:
sobreviviría,
nadie se desharía de mí,
a nadie le estorbaría.
Al avanzar
(el músculo se agitaba,
convulso),
el velo se transfiguró
en cutícula de escamas.
Esto es el azar, supe,
queriendo prescindir,
quitarme de encima
su urticaria.
Quizás hallaría consuelo en el abismo
(manos sin uñas ni huellas),
un alegre estanque de vapores
que me invitaba:
consumatum est
cual
permanente soliloquio,
algo
muy simple
que se escapa
Un minuto de
[Me entró la orden hasta el tuétano en el patio de la escuela, entre niñas en ordenadas filas. Mi primer día de clases sin previo aviso, una abrupta realidad de “convivencia”. La frase flotaba inconclusa por los aires, habiendo emergido de un embudo enorme, vibrátil, negro. Como no entendía nada, desobedecí, me fui de la boca. ¿Quién dice eso, qué es?, le pregunté a un rostro anónimo a mi lado. Puso el índice frente a los labios, y produjo un sinsentido fuerte, aunque delgado, y en mí, pánico.]
Frente al roble bañado de noche,
te distiendes.
Frente a la esfera celeste,
guardas todo el silencio.
Lates
en la cuenta
de nada