La combinación precisa de todos los factores necesarios para formar un huracán suena casi imposible para quienes no sabemos de meteorología. Los vientos, las aguas y los choques de temperatura necesitan encontrarse a una distancia del ecuador, más allá de los cinco grados. Esos vientos deben correr a una velocidad y en una dirección precisa. Los diferenciales en la temperatura deben ser exactos. Primero se forma una depresión tropical: una zona de baja presión en forma de remolino sobre el mar. Al superar los vientos de 64 kilómetros por hora se convierte en tormenta tropical y ya por encima de los 118 km/h lo llamamos huracán.
Los huracanes se alimentan de las aguas cálidas del mar: se necesitan mínimo 26ºC para que el agua evaporada le dé cuerpo al ciclón. Cerca de las costas de Guerrero y Oaxaca la temperatura en otoño supera los 28º. La humedad general es otra condición necesaria para los huracanes feroces, las tormentas se vuelven más potentes cuando no hay masas de aire seco que las frenen. Las temperaturas del mar y la humedad en la zona han aumentado peligrosamente con la crisis climática.
El domingo 22 de octubre en la mañana, la Conagua y el Centro Nacional de Huracanes comenzaron a seguir la actividad de Otis en el Pacífico, entonces era una depresión tropical. Al día siguiente, ya era una tormenta tropical a 605 kilómetros de Acapulco. Para el mediodía del martes, Otis se había convertido en un huracán entre las categorías dos y tres —con vientos de alrededor de 180 km/h—, pero en pocas horas sus vientos superaron los 250, de categoría cuatro. En menos de 12 horas pasó de tormenta tropical al huracán categoría cinco que arrasó con la Costa Grande de Guerrero.
Aunque en las últimas temporadas se ha registrado una intensificación acelerada de los huracanes, Otis fue un evento sin precedentes. Escapó de los parámetros en los modelos predictivos. De acuerdo con Geraldine Castro, periodista de la revista Wired, generalmente “se considera que un huracán se intensifica de forma rápida cuando los vientos aumentan su velocidad 55 kilómetros por hora en 24 horas. En el caso de Otis incrementaron 111 kilómetros por hora en un lapso de 12 horas” (Castro, 2023). El aumento en las temperaturas del agua y el exceso de humedad que provoca volverán más comunes estos huracanes feroces.
Pocos meses antes de que el huracán Otis azotara la Costa Grande de Guerrero, la revista Nature publicó un estudio que explica la manera en que las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero (gei) —esto es, las emisiones provocadas por actividades humanas— intensifican los ciclones tropicales (Utsumi, 2022). Es muy difícil establecer una relación causal entre todos los factores que llevan a la formación e intensificación de los huracanes, por ahora lo importante es entender que nuestro consumo excesivo calienta los mares y destruye ecosistemas y ciudades enteras, con eso basta.
Mientras no reduzcamos la temperatura global y con ello la de nuestros mares, podemos esperar más huracanes y más fuertes en las costas mexicanas. El caso de la Costa Grande de Guerrero, que al mes no lograba recuperar todas sus líneas de energía eléctrica, pinta el panorama a la perfección. Pocas playas del país reciben tanta atención como Acapulco y aun ahí, el futuro se ve oscuro, desolado y escondido. Más allá del completo abandono de nuestro gobierno a las víctimas —que en este punto parecería ser su política más consistente— me preocupa el abandono de nosotros, sus conciudadanos. En este caso no hablo de la ayuda humanitaria que, si bien se ha movilizado, no dejará de faltar. Hablo de nuestra pasividad ante la acción climática necesaria para prevenir estos desastres.
Estamos entre los diez países más vulnerables a las consecuencias catastróficas de la crisis climática y somos de los pocos que le siguen apostando a las energías fósiles. Sólo el año pasado asesinaron a 31 activistas de la tierra y el medio ambiente en México, este año llevamos cuando menos 14, todo esto sin contar las más de 500 agresiones (Global Wittness, 2022). Entonces, ¿por qué no nos hemos movilizado? No hay una respuesta sensata, quizá sea por descuido. Quizá no hemos considerado que enfrentar las catástrofes climáticas nos costará mucha más energía (y dinero) que exigir políticas ambientales y cambiar nuestros patrones de consumo ahora mismo. Con el huracán tuvimos una llamada de atención importante: imaginemos todas las energías y vidas que ha consumido sólo en las víctimas de Guerrero. Ignorar esta llamada sería ofensivo con las víctimas e ingenuo ante ante el hecho inminente de que la mayoría de nosotros seremos también víctimas de este tipo de fenómenos extremos. Los efectos de la crisis climática están aquí y no son solamente un asunto de las “futuras generaciones” a quienes muchos deciden darles la espalda.
Las fuerzas y elementos impersonales detrás del huracán nos parecen completamente ajenos, pero no lo son. Claro, ninguna persona o grupo de personas crea voluntariamente un huracán: nuestra parte en ellos es mucho más compleja que eso. La complejidad de las redes causales nos permite ignorar el problema: si yo no veo el daño que hago consumiendo carne o comprando ropa, por ejemplo, lo ignoraré. Pero ahora tenemos un caso extremo de este daño en nuestras narices. Podemos ver la devastación en Acapulco, pensar en las más de cincuenta personas que perdieron la vida, en los más de treinta desaparecidos y en los cientos de miles que perdieron el techo, la salud, la precaria seguridad que tenían y los resultados de años de trabajo. No podemos apartar la vista.
Quien lea estas líneas pensará en este punto que ya fueron demasiadas malas noticias y reclamos. De ninguna manera queremos ser asociadas con un huracán y por supuesto que no se lo deseamos a nadie. El asunto es que nuestra responsabilidad se extiende más allá de nuestras acciones directas e intencionadas y llega a todas las consecuencias imprevistas de nuestros actos. Esto no significa que debamos buscarlas todas y aferrarnos a no cometer ninguna falta. Eso sería demasiado exigente. Ser humano es tener un impacto desproporcionado en el ambiente. Y a mayor capacidad de consumo nuestro impacto se vuelve cada vez más excesivo.
Es superfluo pensar en nuestras culpas y faltas, que serán incontables. Nuestra atención estará mejor si la dirigimos hacia el potencial de llevar vidas más amables con nuestro entorno y con la vida: el potencial que tendría organizarnos para conseguir un futuro común, algo de lo que nos privamos cuando decidimos apartar la vista. Pienso en el potencial de frenar, todas juntas, esas políticas asesinas que le apuestan a las energías fósiles y a la minería extractivista. Bajar a la Tierra en comunidad para hacerle frente a esas élites económicas y políticas que hace tiempo decidieron salirse del pacto común, destrozar el planeta y refugiarse en su burbuja, como bien señala Bruno Latour (2017).
Además de lo político, como se sabe, debemos empezar por lo individual: llegaríamos muy lejos si abandonáramos esa lógica consumista absurda, nociva para nuestra salud mental y planetaria. Algunas personas creen que su consumo individual no haría un cambio importante, pero esa idea es falsa y conformista. Imaginemos el impacto que tendría este cambio si viniera tan sólo de los veinte millones de mexicanos con buena capacidad de gasto. Pensemos en lo que sucedería si decidiéramos darles la espalda a las industrias más nocivas para el medio ambiente y las comunidades: las de la carne animal, las refresqueras, las cerveceras y todas las que producen objetos basura.
No es sencillo: demasiadas personas creen que su consumo en cualquier industria es beneficioso para, por ejemplo, los trabajadores de dicha industria, aunque en la mayoría de los casos no sea así. Quizá no han pensado en el potencial económico de las industrias verdes o sustentables o en la posibilidad de abandonar la lógica del crecimiento económico que en realidad retribuye a muy pocos a costa de todos los seres vivos y todas las personas. El costo de mantener esas ideas y comportamientos es demasiado alto para el planeta y para nosotros en México, en especial. Sólo puedo esperar que la tragedia de Acapulco nos vuelva conscientes de la magnitud del problema, que finalmente nos motive a organizarnos y a acercarnos de otra forma a la vida, a los objetos y a nuestras comunidades.
La conjunción de todos los factores que llevan a la formación de un huracán no tiene que ser más complicada que la organización colectiva de personas racionales para luchar por su propia supervivencia y futuro.
Referencias
Castro, Geraldine, “Otis: el huracán que desconcierta a científicos y meteorólogos”, Wired en Español, 26 de octubre de 2023, disponible en: https://es.wired.com/articulos/otis-el-huracan-que-desconcierta-a-cientificos-y-meteorologos
Utsumi, Nobuyuki, Kim, H., “Observed influence of anthropogenic climate change on tropical cyclone heavy rainfall”, Nature Climate Change 12, 436–440 (2022). https://doi.org/10.1038/s41558-022-01344-2
“Casi 2.000 personas defensoras de la tierra y el medioambiente asesinadas entre 2012 y 2022 por proteger el planeta”, reporte de Global Witness, 2022, disponible en: https://www.globalwitness.org/es/comunicados-de-prensa/almost-2000-land-and-environmental-defenders-killed-between-2012-and-2022-protecting-planet-es/
Latour, Bruno, Down to Earth. Politics in the New Climatic Regime, Catherine Porter (trad.), Polity, 2017.